LA ENVIDIA EXTRANJERA Y SUS TONTOS ÚTILES LOCALES
Por Xavier Padilla
ALGUNOS se preguntan por qué Hispanoamérica es tan pendeja, que teniéndolo todo sólo termina produciendo tiranillos y miseria. Y enumeran muy bien los ejemplos. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta.
Les diré algo, y me pueden linchar por inmodesto, pero creo saberla: Nuestra «independencia» del imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias imperiales) fue una farsa injustificable, montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc.. Todo ello a partir de una propaganda anti española con la que fueron armando una leyenda negra, y captando ricos hacendados hispanoamericanos para hacer el trabajo, a quienes se les hizo ver que el continente les pertenecería tras una revolución. Hoy llamamos a dichos criollos «libertadores», y gracias a ellos el continente dejó de ser un imperio para convertirse en un territorio desmembrado, escindido en pobres republiquetas devastadas por la guerra y convertidas en rivales disputándose fronteras, nuevas hegemonías y mercados, pero sólo aptas para el dominio extranjero, sometidas a los designios de otros imperios que siguieron, como era de esperarse, dictándoles la falsa narrativa libertaria tras la susodicha «liberación», mientras los mismos realizaban nuestra primera y verdadera colonización, comercial y política y cultural.
Ahora vivimos en la era de la información y no es difícil encontrar abundante documentación testimonial que desmienta la versión a-histórica sobre el imperio español que impulsaron instigadores secesionistas como Bolívar desde la guerra y luego desde el poder. Dicha documentación deja expuestos los intereses reales de estos conjurados, su demagogia ilustrada y grandilocuente, manipuladora y victimista. Todos los gobiernos sucesivos a su «gesta» lógicamente heredaron los poderes del triunfo de la sedición mantuano-separatista inicial, cuyo oportunismo estos gobiernos disfrazaron de libertad y lo tallaron en piedra, en monumentos masónicos como Carabobo y el Paseo de los Próceres. Por su propio interés, desde hace dos siglos estos poderes subsiguientes rinden a la sedición separatista fundante el oficioso tributo auto legitimante a través de símbolos marmóreos, con toda la pomposidad y descaro de un rito tautológico. Pero toda mentira tiene patas cortas, y queda expuesta en los resultados. Iberoamérica no es tan pendeja, es sólo predeciblemente torpe desde su «independencia» hueca.
Hija de una sangrienta violación histórica en la que fue declarada por la fuerza «libre» e «independiente», sin haber sido jamás cautiva ni dependiente, ahora Hispanoamérica, y sobre todo Venezuela, está lobotomizada, entubada por una memoria postiza, llena de complejos identitarios que la llevan, una y otra vez, a repetir su producción suicida de caudillos y vengadores.
A ver si entendemos cómo todo realmente fue: En 1800, a 300 años de la conquista, el imperio español había cristalizado la obra civilizadora más grande de la historia, y su preeminencia mundial desataba la envidia de los reinos de Europa. Este odio noroccidental en su contra adquirió ribetes de frustración absolutamente singulares: se empezó a propagar la especie de que España era retrógrada y por ende indigna de tal poderío, ya que en su proceso de «colonización» de América devenía mestiza. ¡Osaba mezclarse con salvajes, fundar familias impuras! Y ello como política de Estado, por voluntad Real explícita.
Intolerable. ¡Así no se coloniza a una especie inferior, así se barbariza a una superior!
He ahí el fundamento de propaganda anti española, cuyos intereses reales eran no obstante mucho más pedestres y económicos. Y hoy, una vez hecho el trabajo, son los propios hijos de la mentada mezcla, los hispanoamericanos, quienes defienden la tesis del atraso español, y por ende de su propio supuesto atraso.
Triste ver cómo ignoran que es una idea nacida de la envidia, y una mentira que los conduce al auto desprecio eterno. Nada más patético que padecer un complejo de inferioridad aprendido, falso, y mantenerlo a través del culto a la «independencia». Vaya círculo vicioso. Vaya candado infinito.
Hoy, la leyenda negra anti española es el paradigma en vigor. Si bien sirvió para la caída del imperio español, no se detuvo en ella, más bien se afianzó a partir de ella, consiguiendo endilgar a todo lo español una supuesta inferioridad ex nihilo.
La leyenda negra anti española es una realidad invisible, el elefante blanco de nuestra idiosincrasia. Sus premisas gobiernan en silencio nuestro inconsciente colectivo. Lo anglosajón es superior. O lo galo. O lo teutón. O simplemente lo no-español.
Los hispanoamericanos son los primeros en profesarlo. Muchos lo dicen bien alto, que hubieran preferido tener por «madre patria» a alguna de esas fuentes, ignorando que entonces sus ancestros nativos habrían sido exterminados, como lo fueron los nativos de Norteamérica, y que ellos mismos no hubieran llegado a existir; o que hubiesen existido, si sus ancestros eran africanos, pero al precio de tener que esperar hasta 1964 para poder sentarse en la parte delantera de un autobús.
La «retrógrada», claro, tiene que ser España. Sólo de 98 años precede su primera universidad fundada en el Nuevo Mundo a la primera británica en Norteamérica (Harvard), y de 142 las dos segundas fundadas por España en el continente —simultáneamente— a la segunda anglosajona.
España, la «retrógrada» por antonomasia, no estaba a la moda de la ilustración, se dedicaba demasiado a perder el tiempo descifrando lenguas nativas en el Nuevo Mundo; a crearles sus alfabetos, a enseñarle el evangelio a los «salvajes» indígenas; a construir hospitales, ciudades mixtas y conexiones viales entre ellas; a erradicar los canibalismos caribe, inca, azteca; a crear leyes, códigos civiles, órdenes jurídicos; a darle una lengua (apenas la pobre lengua de Cervantes) al Nuevo Mundo; y a construir universidades (demasiadas en número, más de las existentes en el Viejo Mundo).
No, no sólo es que España explotara riquezas, que siempre generan tanta envidia (además de rabia por tanta mezcla), sino que dejaba el 80 % en aquellas tierras, en ese anti pragmático despilfarro civilizatorio…
X. P.