domingo, 20 de abril de 2025

LA ENVIDIA EXTRANJERA Y SUS TONTOS ÚTILES LOCALES

LA ENVIDIA EXTRANJERA Y SUS TONTOS ÚTILES LOCALES 

Por Xavier Padilla 


ALGUNOS se preguntan por qué Hispanoamérica es tan pendeja, que teniéndolo todo sólo termina produciendo tiranillos y miseria. Y enumeran muy bien los ejemplos. Pero se quedan en la pregunta, no nos dan la respuesta.

Les diré algo, y me pueden linchar por inmodesto, pero creo saberla: Nuestra «independencia» del imperio español (del cual éramos parte y no precisamente como colonias, sino como dignísimas provincias imperiales) fue una farsa injustificable, montada por potencias rivales como Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc.. Todo ello a partir de una propaganda anti española con la que fueron armando una leyenda negra, y captando ricos hacendados hispanoamericanos para hacer el trabajo, a quienes se les hizo ver que el continente les pertenecería tras una revolución. Hoy llamamos a dichos criollos «libertadores», y gracias a ellos el continente dejó de ser un imperio para convertirse en un territorio desmembrado, escindido en pobres republiquetas devastadas por la guerra y convertidas en rivales disputándose fronteras, nuevas hegemonías y mercados, pero sólo aptas para el dominio extranjero, sometidas a los designios de otros imperios que siguieron, como era de esperarse, dictándoles la falsa narrativa libertaria tras la susodicha «liberación», mientras los mismos realizaban nuestra primera y verdadera colonización, comercial y política y cultural.

Ahora vivimos en la era de la información y no es difícil encontrar abundante documentación testimonial que desmienta la versión a-histórica sobre el imperio español que impulsaron instigadores secesionistas como Bolívar desde la guerra y luego desde el poder. Dicha documentación deja expuestos los intereses reales de estos conjurados, su demagogia ilustrada y grandilocuente, manipuladora y victimista. Todos los gobiernos sucesivos a su «gesta» lógicamente heredaron los poderes del triunfo de la sedición mantuano-separatista inicial, cuyo oportunismo estos gobiernos disfrazaron de libertad y lo tallaron en piedra, en monumentos masónicos como Carabobo y el Paseo de los Próceres. Por su propio interés, desde hace dos siglos estos poderes subsiguientes rinden a la sedición separatista fundante el oficioso tributo auto legitimante a través de símbolos marmóreos, con toda la pomposidad y descaro de un rito tautológico. Pero toda mentira tiene patas cortas, y queda expuesta en los resultados. Iberoamérica no es tan pendeja, es sólo predeciblemente torpe desde su «independencia» hueca.

Hija de una sangrienta violación histórica en la que fue declarada por la fuerza «libre» e «independiente», sin haber sido jamás cautiva ni dependiente, ahora Hispanoamérica, y sobre todo Venezuela, está lobotomizada, entubada por una memoria postiza, llena de complejos identitarios que la llevan, una y otra vez, a repetir su producción suicida de caudillos y vengadores.

A ver si entendemos cómo todo realmente fue: En 1800, a 300 años de la conquista, el imperio español había cristalizado la obra civilizadora más grande de la historia, y su preeminencia mundial desataba la envidia de los reinos de Europa. Este odio noroccidental en su contra adquirió ribetes de frustración absolutamente singulares: se empezó a propagar la especie de que España era retrógrada y por ende indigna de tal poderío, ya que en su proceso de «colonización» de América devenía mestiza. ¡Osaba mezclarse con salvajes, fundar familias impuras! Y ello como política de Estado, por voluntad Real explícita.

Intolerable. ¡Así no se coloniza a una especie inferior, así se barbariza a una superior!

He ahí el fundamento de propaganda anti española, cuyos intereses reales eran no obstante mucho más pedestres y económicos. Y hoy, una vez hecho el trabajo, son los propios hijos de la mentada mezcla, los hispanoamericanos, quienes defienden la tesis del atraso español, y por ende de su propio supuesto atraso.

Triste ver cómo ignoran que es una idea nacida de la envidia, y una mentira que los conduce al auto desprecio eterno. Nada más patético que padecer un complejo de inferioridad aprendido, falso, y mantenerlo a través del culto a la «independencia». Vaya círculo vicioso. Vaya candado infinito.

Hoy, la leyenda negra anti española es el paradigma en vigor. Si bien sirvió para la caída del imperio español, no se detuvo en ella, más bien se afianzó a partir de ella, consiguiendo endilgar a todo lo español una supuesta inferioridad ex nihilo.

La leyenda negra anti española es una realidad invisible, el elefante blanco de nuestra idiosincrasia. Sus premisas gobiernan en silencio nuestro inconsciente colectivo. Lo anglosajón es superior. O lo galo. O lo teutón. O simplemente lo no-español.

Los hispanoamericanos son los primeros en profesarlo. Muchos lo dicen bien alto, que hubieran preferido tener por «madre patria» a alguna de esas fuentes, ignorando que entonces sus ancestros nativos habrían sido exterminados, como lo fueron los nativos de Norteamérica, y que ellos mismos no hubieran llegado a existir; o que hubiesen existido, si sus ancestros eran africanos, pero al precio de tener que esperar hasta 1964 para poder sentarse en la parte delantera de un autobús.

La «retrógrada», claro, tiene que ser España. Sólo de 98 años precede su primera universidad fundada en el Nuevo Mundo a la primera británica en Norteamérica (Harvard), y de 142 las dos segundas fundadas por España en el continente —simultáneamente— a la segunda anglosajona.

España, la «retrógrada» por antonomasia, no estaba a la moda de la ilustración, se dedicaba demasiado a perder el tiempo descifrando lenguas nativas en el Nuevo Mundo; a crearles sus alfabetos, a enseñarle el evangelio a los «salvajes» indígenas; a construir hospitales, ciudades mixtas y conexiones viales entre ellas; a erradicar los canibalismos caribe, inca, azteca; a crear leyes, códigos civiles, órdenes jurídicos; a darle una lengua (apenas la pobre lengua de Cervantes) al Nuevo Mundo; y a construir universidades (demasiadas en número, más de las existentes en el Viejo Mundo).

No, no sólo es que España explotara riquezas, que siempre generan tanta envidia (además de rabia por tanta mezcla), sino que dejaba el 80 % en aquellas tierras, en ese anti pragmático despilfarro civilizatorio…


X. P.

sábado, 5 de abril de 2025

PADRE DEL TERROR, VENGADOR AUTO INVENTADO



PADRE DEL TERROR, VENGADOR AUTO INVENTADO

Por Xavier Padilla 

¿Naciste en Venezuela? Entonces es seguro que fuiste arrullado por el mito fundador de la independencia. Durante dos siglos se nos ha enseñado, desde la más tierna infancia, a venerar a «nuestro Padre Libertador».

Tu primer desayuno: que fuiste liberado. Comienzas a tomar notas en tu cuaderno. 

Deducción subsiguiente de cualquier niño: «Entonces quiere decir que antes no éramos libres; estábamos ocupados». Pero hay más…

Según la descripción que se te da del ocupante, deduces que representaba lo peor de Europa; que era un cerdo cruel y sanguinario.

Luego, te das cuenta de que hablamos su lengua, y de que incluso llevamos su sangre…

Nueva deducción: «No sólo nos invadió físicamente, sino también biológicamente».

En resumen, nos sometió, se apoderó del país, exterminó a sus habitantes originarios (los indios) y violó a sus mujeres.

Tu siguiente descubrimiento es una consecuencia dramáticamente lógica: «Nosotros mismos debemos ser, entonces, bastardos (bastardos liberados, claro, pero bastardos al fin); hijos de una violación».

Ante tal filiación, ¿qué hacer?

Silencio sepulcral.

Con ella, lo que se hace con cualquier estigma o trauma. El niño procede a enterrarla, a esconderla en el subconsciente. La deja en el subsuelo, destino natural de todo lo incómodo.

Pero todo baúl del olvido es un futuro latente…

El joven crece en la inseguridad. Cultiva en las sombras un complejo de inferioridad.

Pero dispone de un recurso compensatorio: el héroe, el Padre Libertador. Todo un regalo providencial, más que suficiente para forjar en cualquiera alguna auto estima.

Pero esta es una de tipo paliativa. Un parche.

He aquí el problema que ignora: si esto le proporciona cierto orgullo, se trata de una estima de sí mismo basada en el resentimiento, que en sí es la fórmula misma de la arrogancia.

Este Padre Libertador no es cualquiera, no se limita a reemplazar al padre violador (el español): es además un héroe. Uno vengador y triunfal.

De hecho, este Padre ahora se escribe en el país con mayúscula. Su nombre monopoliza todo lo prestigioso. Es un nombre que debe estar presente en todas partes, para que enmascare y remiende, con orgullo y pretensión, una cicatriz. Una condición de víctima. De inferioridad. Pero de una inferioridad aprendida.

¡Epa! ¿Por qué aprendida?

Porque ese pasado repugnante nunca existió realmente.

Aquí llegamos al crucial detalle que lo cambia todo: esa condición de inferioridad nunca fue una verdad histórica, sino una invención total. Una fabricación destinada a justificar la supuesta independencia lograda.

La realidad es que no hubo invasión, cautiverio, violación, opresión; por lo tanto, no hay ninguna razón para estigmas, vergüenzas, represalias, marmóreos héroes, supuestos libertadores, ni hijos redimidos, arrogantes, prepotentes.

«Somos hijos de libertadores», así han aprendido los venezolanos a considerarse normalmente. Mientras que nada de lo que se les dijo por dos siglos —para construir un país— existió realmente.

El español violador y sanguinario nunca existió. No hubo invasor, porque ni siquiera había un país. No había un «nosotros». No había otra lengua común, otra única religión, ni nada de lo que define a una nación.

No había uniformidad continental, mucho menos coexistencia en la diversidad. Había, eso sí, guerra intensa, ínter-exterminio, supervivencia en ese «Paraíso» que los españoles conocieron al llegar.

El Nuevo Mundo que surgió de tal encuentro es nada más ni menos que una síntesis hemisférica pacificadora, lograda por los pueblos indígenas a través de España, sin la cual muchos de ellos habrían desaparecido bajo los estragos quasi maltusianos de la antropofagia común y de la industria sistemática del sacrificio religioso.

Pero una vez alcanzado, después de tres siglos, el equilibrio, el mundo exterior al imperio español se unió para desintegrarlo, y lo consiguió. Para ello recurrió a la propaganda difamatoria y a la corrupción de las clases dominantes de las provincias americanas, donde algunos jóvenes ambiciosos llevaron a cabo eficazmente esta tarea culturicida, que constituye la primera y verdadera colonización en el lugar.

Ahora sí había una lengua, una nación (extensísima), una cultura, un proyecto unitario, un imperio; en suma, un futuro que dominar, explotar, someter, «dependizar».

La primera colonización le llegó al continente con su llamada «independencia», con su «descolonización». Su amo y señor: el mundo anglosajón.

Contrariamente a las recetas historicistas en boga, no es cierto que los imperios siempre se derrumban desde dentro, también pueden ser infiltrados y envenenados. Para ello, las potencias rivales de España encontraron en Venezuela al mejor de los traidores, un joven cuya perseverancia sólo era igualada por su crueldad, dotado de tanta habilidad para maniobrar como para manipular, ávido de gloria y poder, animado por un odio sin precedentes hacia todo lo que escapaba a su control. Lo demostró así desde el poder y en su conquista de este.

¿Provenía en parte su delirio de grandeza del hecho de que sólo medía 1,62 metros y pesaba 40 kilos? ¿Del hecho de que su rica familia había fracasado varias veces en adquirir un título de nobleza? ¿O de la brevedad de su matrimonio con una marquesa española que sólo lo elevó de rango socialmente por ocho meses? La historia de su crueldad es tan amplia que nos perturba el entendimiento y nos rebaja a tener que considerar incluso tales estrecheces. Algo tendría que explicar su ejecución en tres días de 2.400 prisioneros españoles y canarios civiles; su masacre de tres docenas de sacerdotes en Angostura; su exterminio de la población indígena de Pasto; el exterminio de todos los españoles y canarios civiles de Tocuyito, Valencia, Guayos, Guacara, San Joaquín, Maracay, Turmero, San Mateo y La Victoria; y tantas otras de sus «hazañas»…

Criollo incomprensible, destructor de mundos en progreso, fue el Padre del terror y de los errores republicanos, no del verdadero venezolano, que es hispánico y no es inferior ni bastardo, contrario a lo que la república y su historia oficial bolivarista introduce en el subconsciente de un niño.

Bolívar fue un vengador auto inventado y auto invitado, su legado es un complejo psicosocial artificial, un resentimiento aprendido, falso, innecesario.

X. P.