sábado, 15 de mayo de 2021

EL INÉDITO PLAN DE ÓSCAR PÉREZ EXPLICADO


EL INÉDITO PLAN DE ÓSCAR PÉREZ EXPLICADO

Por Xavier Padilla

A los incrédulos crónicos, a los que desconfían de todo sistemáticamente (porque es la opción más fácil y más bobamente lista, que aconseja acostarse en el suelo para no caerse de la cama), a estos, digo, a estos ya nada los salva. Ni Santo Tomás los quiere. Pero aparte de ellos, sería injusto negar que en 2017 prácticamente toda Vzla tenía el legítimo derecho de no creer en Óscar Pérez, o por lo menos de dudar seriamente de su iniciativa, incluso de su «realidad». Pero eso él lo sabía perfectamente, porque estaba contemplado en su plan que así fuese.
    El plan contenía una fuerte dosis de deliberado pantallerismo, suficiente como para no ser creíble por nadie. Salvo por su destinatario: el nefasto régimen.
    Pero lo que sería para el resto del país el punto débil de este «supuesto» rebelde, su pantallerismo, constituía para el régimen el punto fuerte y más preocupante de este insurgente. Lo que para el país no era más que un montaje o un puro derroche de histrionismo barato, para el régimen no tenía nada de «teatro».
    Y es que lo que estaba llevando a cabo el policía, buzo, paracaidista, actor, piloto, instructor canino y comando de 36 años, no era el típico sublevamiento, la clásica insurgencia en que la contienda se dirime como de costumbre: por un enfrentamiento armado. Su plan era más sofisticado.
    Óscar Pérez era un profesional de élite y como tal su estrategia estaba también por encima de lo corriente. Pero la sofisticación de su plan no era un fin en sí, sino algo realmente más eficiente. El rebelde había emprendido una nueva forma de derrocamiento, inédita, adaptada a una dictadura también inédita. Una estrategia a la medida de su presa, concentrada en sus debilidades.
    ¿Cómo no saber que el enemigo en cuestión no sólo era muy mediocre sino además muy cobarde, y cómo no prepararle su derrota por esos flancos? Nosotros, ciudadanos pedestres, habituados a lo simple e inexpertos, pero sobrevalorados a menudo por nuestros egos, no íbamos a comprenderlo. Pero no importaba que no lo entendiéramos todavía, eso estaba previsto. Nuestra comprensión no era esencial aún. Vendría sola y gradualmente, como vamos a verlo, con la evolución de los hechos.
    Vale detenernos antes, no obstante, y hacer un paréntesis dedicado al fatídico final que tuvo su iniciativa y que todos conocemos, y ello para decir que no hay razones lógico-causales para pensar que dicha «derrota» fuese consecuencia directa del plan estratégico adoptado, por cuanto nada, ni el mejor de los planes, tiene en la complejidad de nuestro mundo la victoria garantizada, absolutamente nada está exento del fracaso. Ni siquiera éste es siempre un resultado exclusivo de nuestros errores. Más aun, a veces nuestros errores pueden proporcionarnos el triunfo. Pero la traición, por su parte, no es un error propio, es un elemento externo, virtualmente incontrolable. Siempre estaremos de algún modo a su merced, por decirlo así, y es algo que debemos asumir en todas nuestras empresas, y que no debe sin embargo hacernos desistir de emprenderlas. No existe plan blindado contra la traición. Tampoco contra la infiltración, que es una modalidad de ella.
    En el caso de Óscar Pérez, su plan era sui generis e implicaba nuevos riesgos. Lo primero es constatar su novedosa naturaleza. En él todo consistía en practicar operaciones de terror mediante la BURLA, todas dedicadas a socavar la psicología del enemigo, dejando al descubierto la vulnerabilidad y la indefensión de los cuerpos armados del narco Estado. Es decir, operaciones de terror psicológico, no violentas físicamente (esto es, no terroristas) en las que nunca se destruyese nada ni se produjesen bajas humanas, sino con las que se neutralizase a los efectivos armados, se les desarmase, se les conscientizase y eventualmente también se les ganase para la causa libertaria (pero no necesariamente). En resumen, acciones que enviasen al régimen una demostración de superioridad técnica y de inteligencia, propiamente exclusiva de los comandos de élite. Acciones de una humillante CALIDAD para el régimen, que le probasen a la tiranía en su propio terreno su inferioridad, su mediocridad y subdesarrollo.
    El grupo de Óscar Pérez contaba de sobra con dicha calidad, que no era puramente demostrativa ni pantallera (como aún algunos creen) sino fáctica, real. Y siendo una virtud contaba con emplearla. Hay que tener verdaderamente tal calidad para hacer lo que el grupo «Movimiento Equilibrio Nacional por Venezuela» (M. E. N. por Vzla) hizo. Lo demostró en las dos únicas operaciones —conocidas— que realizó.
    Sin un alto nivel de excelencia hubiera sido imposible sobrevolar, como lo hizo campantemente el 27 de junio de 2017, la capital en helicóptero e infartar del susto (sí, con la intención deliberada de sólo asustar) al TSJ con dos buenas granadas sonoras (esto es, con dos grandes bolas simbólicas) e incluso darse el tupé de posarse brevemente, como por ocio, sobre un edificio de la capital.
    Hubiera sido también imposible sin dicha excelencia ni virtuosismo asaltar (5 meses después, el 9 de diciembre) el cuartel de la Guardia Nacional de Laguneta de la Montaña (al norte del Edo. Miranda), en lo que fuera una impecable acción que ellos denominaron «Operación Génesis», 200 % exitosa, sin bajas de ningún tipo (contrariamente a lo que reportara Reverol). El grupo documentó todo en vídeo y lo difundió esa misma noche.
    ¿Pero qué intención podía tener la mediatización de estas acciones sino la de inquietar, desestabilizar, entorpecer al régimen (como por ejemplo haciéndolo lanzar nuevas medidas absurdas que lo comprometiesen y enterrasen aun más en su asqueroso expediente multi-criminal)?
    Mirando en las redes aquel vídeo de la Operación Génesis el venezolano corriente se debatía con todo derecho entre la opción del pote de humo, montado por el régimen, o la del puro pantallerismo de un neo-caudillismo egocentrista y echón. Pero algunos analistas de la farándula opositora, que suelen creerse más inteligentes que el ciudadano común, fueron más allá y no pusieron tanto en duda la veracidad de estas acciones como la utilidad de las mismas para la causa libertaria. Luís Chataing, entre otros, criticó que las operaciones de Óscar Pérez daban lugar a nuevas medidas de represión contra el pueblo, a medidas antiterroristas anunciadas por Maduro, lo cual supuestamente estaría haciendo retroceder, según él, «los avances de la oposición en su lucha contra la dictadura». Uno se pregunta dónde está la lógica de semejante razonamiento. ¿Quiere decir que los logros de la oposición deberían consistir en hacer al régimen más bueno, en hacerlo respetar más a la democracia, no en hacerlo mostrar su tiranía, su naturaleza bárbara y totalitaria? ¿Será que el rol de oponerse a un régimen genocida consiste en no perturbarlo, en leerle el catecismo y volverlo un santo apóstol de la paz?
    Tal parece haber sido siempre la actitud opositora de nuestra clase política y el razonamiento mediante el cual termina acomodándose a los rigores de la «dictadura», abrazada al Establishment en un patológico colaboracionismo. Es la «tranquilidad democrática» de nunca alborotar demasiado al tirano, la paz concupiscente que permite al político de carrera avanzar en sus proyectos partidistas por encima de todo, aun en tiranía, y captar nuevos guisos favorables a su eterna agenda electoralista a nombre de la «democracia».
    Pero el sentido común indica precisamente lo contrario, que a una tiranía hay que provocarla y exponerla en sus pecados tanto como podamos. Que sepamos, nuestro rol de opositores no consiste en darle lecciones de moral a la tiranía ni pretender educarla. A nosotros NO nos interesa que ella se vuelva menos difícil para el país y que se pueda convivir con ella; a nosotros NO nos interesa conservarla, ¡nos interesa DERROCARLA!
    Y eso mismo es lo que intentaba hacer por la fuerza física, pero no bruta, no desprovista de psicología nuestro admirable insurgente. Su plan era la desestabilización psicológica de la tiranía, aterrarla, enloquecerla, embrutecerla aun más. Emplazarla a pecar, a tumbar por sí misma su falsa fachada y a mostrarse en toda su impresentable facha. Y ello sin tirarle —al menos por el momento— una sola bala, sino haciéndola a ella tirarlas, ya fuese literalmente o con medidas autoritarias; en cuyo caso quedarían siempre las pruebas y para el régimen la carga de refutarlas (algo cada vez más imposible para su expediente criminal). Era importante que al comienzo no se materializara la fuerza física: producía un efecto mayor de desestabilización en la tiranía mostrarle su inferioridad. La respuesta de ésta sólo podría ser desesperada y torpe.
    Al régimen había que obligarlo a desvestirse mediante actos de incontrolable torpeza. Era el objetivo inmediato, porque un régimen tiránico no sobrevive sin el cuidado de su imagen, del camuflaje, de la compostura, del disfraz democrático con que oculta que su único apoyo son sus armas. Había pues que reducirlo a ellas y mostrarle su inferioridad en ellas.
    El plan tenía esta intencionalidad provocadora, desestabilizante, pero ello sólo sería perceptible por el régimen. De cara al pueblo, al ciudadano, el plan no podía ofrecer certeza, ninguna de estas cualidades. Óscar Pérez simplemente sabía que el país ganaría confianza en su iniciativa progresivamente. Ello vendría por sí solo más adelante, inevitablemente.
    Apriori parecería contraindicable, pero en un comienzo no era esencial tener el apoyo de la ciudadanía, el acompañamiento popular iría siendo necesario sólo gradualmente. Lo esencial por el momento era impactar contundentemente en la psicología del régimen, y esto el grupo lo iría consiguiendo con algunas operaciones. Lo importante primero era volverse una perturbadora realidad para el enemigo, único que podía saber a ciencia cierta que ese grupo de individuos audaces, determinados y temerarios NO ERA suyo.
    A diferencia del régimen, el pueblo por supuesto que no podía saber nada de Óscar Pérez con certeza en esta etapa temprana del plan. La naturaleza del plan NO lo permitía NI lo requería. Lo crucial aún no era la opinión pública sino que el régimen supiese de la realidad de este nuevo adversario que operaba de manera superior en su propio terreno: el ARMADO; un adversario superior en clase, preparación, equipamiento, temeridad y por ende peligrosidad.
    Se trataba de acciones tan osadas que para el pueblo era casi imposible no tomarlas por falsas, pero para el régimen jamás hubieran podido ser más reales.
    El plan implicaba una paradoja ineludible: el efecto de «pantallerismo» que de cara al pueblo era inevitable, era todo lo contrario de cara al enemigo, y lo importante. Era una dualidad forzosamente necesaria. El plan imponía que el ciudadano quedase colateralmente en el limbo, porque lo vital era realizar las operaciones. Entretanto, que el pueblo viera y pensase lo que quisiera. No había que desgastarse en una didáctica que de todos modos jamás bastaría para convencer a nadie. No era un plan diseñado para ser convincente, sino eficiente. El grupo debía operar cargando a cuestas con esta desconfianza pública. Si para el pueblo era un show, para el régimen no había nada más opuesto a una farsa. No sólo era algo real sino humillante. Y esto era lo importante.
    El rol del pueblo, según el plan, era seguir en su plano correspondiente, en las protestas de calle, que por cierto aún las había. El convencimiento popular vendría después, a medida que el régimen fuese enloqueciendo. De las reacciones disparatadas de éste le vendría la confirmación al pueblo, y el paso final sería entonces indetenible.
    Si no hubiese ocurrido la masacre, con una operación más el pueblo ya hubiera podido salir de su duda. Esta siguiente operación probablemente estaba pautada para febrero, cuando arreciasen la escasez, la inflación, la hambruna y el descontento, como era previsible. Entonces sería mortal para el régimen. Insostenible cualquier gobernabilidad frente a este grupo de élite haciendo de las suyas, apoyado ahora por las masas y causando también deserciones en las Fuerzas Armadas y policiales. Y ello sin tirar aún una sola bala. El fin verdadero de la tiranía nunca hubiera estado más cerca.
    Con las únicas dos operaciones conocidas que logró hacer el grupo ya el régimen estaba MÁS QUE CONVENCIDO de que se enfrentaba POR PRIMERA VEZ en sus años holgados de poder a algo serio. Esto era lo importante. No que los ciudadanos lo estuviésemos. Nuestra convicción súbita y masiva resultaría más tarde como consecuencia de este plan y sería un elemento crucial para el jaque mate. ¿Se va comprendiendo mejor?
    Fue aparentemente por una traición que los miembros del grupo fueron vilmente masacrados y que no hubo una tercera y tal vez decisiva operación que degenerara en avalancha libertaria y en el derrumbe de la tiranía. Como dijimos, contra la traición nunca nada ni nadie está blindado y ésta no puede ser atribuida al plan como un error propio. Se ha dicho que el error fue mediatizar demasiado sus acciones, pero mediatizarlas era, como se ha explicado, consubstancial al plan. Porque de tal mediatización acumulada dependía el efecto avalancha final de las masas al éstas caer en cuenta de la realidad de un «show» que no tenía nada de tal, por increíble que fueran las acciones y la teatralidad que de cara al pueblo las desprestigiaba, pero que era un elemento crucial contra el régimen.
    Lograr desesperar al régimen era algo que para diciembre de 2017 ya lo había logrado Óscar Pérez y su grupo espectacularmente. Y ello también lo demuestran, lamentablemente, los hechos aberrantes de la masacre. Esta brutal respuesta del régimen era directamente proporcional a la desestabilización e incontenible desesperación lograda en él por nuestro patriota.
    ¿Y a eso lo siguen llamando inútil?
    De cara al pueblo, aquellos que siguen dudando de la UTILIDAD de Óscar Pérez para la lucha, aquellos que se preguntan cuáles fueron los aportes de su iniciativa y se quedaron «pegados» en la tesis del show, del tipo pantallero, muestran una percepción limitada. Incluso el mismo hecho de haber sido masacrados con tan vehemente salvajismo y desproporción, muestra cuán lejos estaban estos hermanos de ser unos inútiles y pantalleros. Porque esta violencia alucinante prueba no tanto el salvajismo del que pueden ser por naturaleza capaces los secuaces de un régimen forajido, como cuán efectiva puede ser la táctica empleada para enloquecerlos y hacerlos recurrir a acciones desproporcionadamente ridículas DE DEFENSA contra 7 individuos: un ejército completo prácticamente.
    Dicha masacre fue ante todo una demostración psicótica de cobardía, una prueba inequívoca de cuánto pánico había ya sembrado en el régimen Óscar Pérez y su grupo, y eso no tiene nada de inútil, de ineficaz. Otra cosa es que los hayan descubierto (por razones aún desconocidas) y eliminado, ¿pero si hubiesen podido continuar, cuál hubiera sido el desenlace? La sola existencia REAL de este supuesto —según el ciudadano común— «pote de humo» o «show» de un pantallero ególatra logró afectar tan brutalmente la previsible «psicología de paranoico culpable» de este régimen cobarde que vaya si sería REAL para él, vaya si lo tenían DESESPERADO. Aunque todo se haya saldado con un final desfavorable para nuestra causa, hay que reconocer que lo que había venido haciendo Óscar Pérez y su grupo puso al régimen a cometer no sólo crímenes inapelables, propios de su naturaleza criminal, sino errores de táctica, acordes a su mediocridad, como lo fue cometer, desde que tuvo la oportunidad, el gravísimo error de perpetrar actos a la luz del sol, captados en directo por el mundo, tan bárbaros e inexcusables; tan graves que por sí mismos constituyen tal vez las mayores evidencias existentes hasta la fecha en su contra, y que deben bastarle para saberse desde entonces sin salvación penal posible.
    Óscar Pérez se fue, pero también se los llevó y los enterró.
    Ciertamente, la interrupción nos lanzó años luz hacia atrás, no tanto por el hecho en sí sino por aquellos que quedaron al frente en representación de la oposición. El fatal hecho nos dejó el caso armado, pero cayó en las peores manos.
   La inteligencia y dignidad con que Pérez y estos patriotas fuera de serie concibieron y manejaron su operación sobrepasa la negación apriorística a la que muchos se abocan aún. El grupo estaba haciéndole daño a la psicología del tirano, socavándole la médula espinal, a él y a su caterva de goriletes asesinos, a todo su aparatus, sus cuerpos policiales, su guardia trasnochada.
    Porque mete mucho más miedo VIOLAR en forma experta y muy campante el perímetro de seguridad de la capital desde un helicóptero, sin hacer más que «¡BUUUH!» (como lo hace un ogro de cuento infantil), y desaparecer de nuevo entre las nubes que dejar víctimas humanas, entre las cuales se encontrarían invariablemente inocentes. Hubiera sido terrorismo.
    Lo que hizo Pérez fue mil veces más efectivo. ¿O es que bombardear el TSJ iba a tumbar al régimen? Pensémoslo dos veces.
    En una situación como la nuestra, de secuestro por la tiranía, en que todo el mundo hubiera estado esperando el escenario clásico del rebelde que toma por la fuerza Miraflores, aquí estaba en cambio un Óscar Pérez más allá, adelantado a la norma, poniendo en práctica el terror PACÍFICO hacia el tirano. El tipo de terror en que el tirano tiembla porque juzga al otro por su propia condición de tirano y terrorista. Cuyo es el caso del maldito régimen, al que lo menos que le cuadraba y al mismo tiempo le daba más terror es que este Óscar Pérez y sus hombres no mataran nunca a nadie, habiendo podido hacerlo varias veces tranquilamente. Esto le causaba infinitamente más terror, porque le daba a entender que este grupo de rebeldes seguramente estaba reservando sus verdaderas balas para los altos jerarcas.
    Personalmente, cuando vi la noticia de la operación Génesis, la del asalto al cuartel, y miré los vídeos, todo me pareció tan perfecto que la consideré difícil de creer. Por lo perfecto, impecable, inteligente, arriesgado y valiente. Pero la creí, sin saber por qué. Lo cual, siendo demasiado brillante para ser verdad, no tiene ningún mérito. Pero si eso nos pareció a todos, imaginemos ahora el efecto que le estaba produciendo al régimen, que no tenía, como nosotros, la opción de dudar, sólo la de constatar la realidad incontestable de la operación, porque esos hombres, si de algo estaba seguro, no eran suyos… No era lo acostumbrado: un montaje propio.
    Sobre todo que no se trataba de cualquier tipo de hombres, porque hay que ver lo que es asaltar un cuartel, tomar el control absoluto, no producirle el menor daño a nadie ni a nada, y encima darle un regaño moral a los funcionarios, filmarlo todo con una parsimonia y calma desconcertantes, y luego simplemente decomisar todo el armamento y retirarse.
    ¿Se imaginan no sólo la humillación al régimen, sino el terror que se les instaló en sus podridos hipotálamos a Maduro y a Diosdado «el meón»?
    Las escenas de los vídeos de esta operación eran dignas de ficción, propias de un capítulo del Zorro, con todos los soldados sentaditos y esposados. Faltaba sólo el sargento García... Pero como vemos se trataba de un verdadero Zorro del siglo 21; uno que, en vez de marcar la Z en el portón, deja al salir, antes de perderse en la noche, un graffiti con el Art. 350.
    Con este tipo de operaciones Óscar Pérez le estaba indicando al régimen que estaba enfrentándose a un adversario superior, de MAYOR clase y, por ende, MUCHO más peligroso. Le dejó bien claro a Maduro que no estaba tratando con un vulgar como él, con un jíbaro narco traficante como él y sus maleantes.
    Al parecer, después de la Operación Génesis, la gente de Óscar Pérez realizó otras operaciones. Pero no fueron reveladas por el régimen. Una persona con conexiones en el entorno militar, Iván Ballesteros, dijo en una entrevista por la radio, ulterior a la masacre, que Óscar Pérez después de aquella operación se introdujo también en la vivienda de un general en el Fuerte Tiuna, y que luego penetró en la oficina misma de Reverol y que desde allí le mandó fotos de su presencia en dicho espacio al general Padrino. Algo así como volviendo a decirles lo que ya les había dicho anteriormente: «no me busquen tanto que yo soy quien vendrá por ustedes».
    Parece que unos días después el grupo además le quitó las armas a dos guardias nacionales en Las Adjuntas, cosa que tampoco se hizo pública; y que también asaltó a un puesto cerca de la Escuela de Comandos en Macarao, de donde se llevó un buen lote de armas. Nada de eso fue reportado por el régimen, y curiosamente tampoco por el grupo de Óscar Pérez (tal vez no tuvo tiempo de publicar las evidencias, porque estas intervenciones ocurrieron apenas unos días antes de la masacre).
    Óscar Pérez y su equipo llevaron al narco-Estado a la desesperación, dicho putrefacto conglomerado terminó mostrando lo peor de sí mismo. Aun si los insurgentes perecieron (seguramente por traición), la bestia quedó como nunca al descubierto, lo cual reposa inexorable en La Haya.
    Óscar Pérez fue el arquitecto de una nueva modalidad de insurgencia acorde con los actuales estándares técnicos, en la que incluso el fracaso preveía la posibilidad de marcar puntos mediante la transmisión en tiempo real de los hechos vía Instagram, para dejar pruebas públicas, incontrolables por el régimen.
    Y respecto a esto, he aquí un detalle importante, de mucha sutileza y contundencia: este tipo de dispositivos táctico-preventivos, consistentes en filmarlo todo, sólo pueden incluirlos en su plan aquellos grupos o individuos que están llevando a cabo una misión moralmente intachable y justa, porque nadie que esté planeando actos de dudosa moral contempla registrar sus actividades: evita, por el contrario, correr el riesgo de filmar algo que más tarde mostrará si se corresponde o no con la verdad. Es un recurso que no puede ser usado para mentir y que queda reservado exclusivamente a quienes nada tienen que ocultar. Contrariamente, una organización oscura como la del régimen trata de ocultar siempre todas sus operaciones bajo el pretexto de seguridad de Estado, rechazando sistemáticamente la presencia de medios, agrediendo a periodistas. Pero ahí es donde se mete en aprietos, porque la comunidad internacional lo primero que podría preguntar es: «¿Pero Sr. “Presidente”Maduro, si su gobierno tiene rodeados a unos terroristas escondidos en una casa y está tratando de neutralizarlos y capturarlos, por qué no lo transmite en vivo por los medios públicos, y deja que lo haga también la prensa libre? ¿No se trata de una circunstancia importante a nivel nacional, la captura de unos terroristas que están amenazando a su país? ¿O se trata de un asunto privado entre mafias, que como siempre arreglan entre ellas sus problemas en secreto?».
    Cuando en Francia estaban capturando a los terroristas del caso Charlie Hebdo, que se hallaban atrincherados en un comercio; o luego en el caso de otros terroristas escondidos en un apartamento en Bélgica, PRÁCTICAMENTE TODOS los medios públicos y privados de Europa y del mundo lo estaban transmitiendo en vivo y en directo, y ello durante horas (hasta yo pude verlo en directo desde China, donde me encontraba en ese momento).
    Maduro lo hizo en secreto porque es su régimen el terrorista, el que se esconde y vive en la oscuridad, huyendo espantado de La Luz. Y por eso es que a héroes libertarios como Óscar Pérez podemos llamarlos «Guerreros de La Luz» con toda propiedad, porque iluminan todo lo que está en la sombra. Por eso estos guerreros son tan peligrosos para lo oculto, para lo turbio, para lo oscuro.
    ¿Y qué ocurrió en fin de cuentas con Óscar Pérez, aun con su muerte? Que expuso a estas sabandijas a la luz. Tal cuales: bestias rapaces, capaces de lo peor. Los había privado también de la poca inteligencia que tendrían, porque los muy desesperados sátrapas que dieron la orden de masacrar (Maduro y Cabello) obviamente estaban fuera de sus cabales para cometer semejante error. Los muy brutos hubiesen podido ahorrarse la ejecución extrajudicial que los embarra ahora irreparablemente; hubieran podido apresar a los insurgentes y evitarse la documentación de uno de sus peores compromisos con la justicia.
    Pero estaban fuera de sí y fueron a meterse con hombres de luz que filmaban y transmitían todo, y todo lo dejaron iluminado. Les quedó expuesta infraganti a los infames sátrapas su negra cavernita, la nauseabunda alcantarilla inmoral en que habitan.
    La Luz la traen consigo los héroes en sus corazones, en su inteligencia, en su coraje; la luz es su naturaleza y con ella revelan lo que ocultan los maleantes, sus vidas opacas y mediocres, sus actos sombríos, sus obras nefastas, la opacidad de sus haberes...
    Los héroes son aquellos que ponen al descubierto la mentira y hacen triunfar a la verdad.

X. P.