jueves, 10 de septiembre de 2020

INEFICIENCIA EXITOSA Y PLANIFICADA


INEFICIENCIA EXITOSA Y PLANIFICADA 


Por Xavier Padilla 


Venezuela era también una potencia en gas. Ahora lo será en leña. Un amigo ingeniero, mención en perforación de pozos, me explicó que la vida útil de un pozo de gas es de aproximadamente 170 días, durante los cuales hay que perforar el siguiente que esté listo para operar. Cada pozo extrae entre 5.000 y 7.000 barriles diarios. Pero ya prácticamente no se hacen perforaciones y los pozos se cierran. Hoy sólo trabajan en Venezuela 35 Garzas de hierro de más de 13.000 que había, y de esas 35 no hay dónde almacenar su producción, los tanques están dañados.

    El país ha llevado tanta leña que es al parecer lo único que le queda. Sin entrada de gasolina está al borde del abismo. La arrogante clase política interina, por su parte, en vez de conminar al mundo, mostrándole que la tiranía narco terrorista es un conglomerado armado al margen de cualquier estatus político, y que el restablecimiento del Estado venezolano pasa por la erradicación física de tal conglomerado; y que ya se ha intentado todo el resto, que ninguna diplomacia ni mecanismo de presión distinto de la fuerza militar lo hará abandonar el poder; dicha clase parasitaria en cambio, digo, está más pendiente de asegurar su reconocimiento (a pesar de una gestión inexistente) y de echarle manos a los dividendos financieros del apoyo internacional, que de hablarle claro al mundo, que es para lo cual debería servir su mediación entre él y el país (al cual tan inmoralmente desrepresenta).

    La razón de que no haya otra manera que una acción bélica para sacar a la tiranía es de fondo, y está lejos de ser entendida por esta falsa oposición (en caso de interesarle): la destrucción de Venezuela obedece a un plan, no al fracaso de un modelo. Se trata de una destrucción que ha sido todo un éxito al haberse creado planificadamente las condiciones ideales para transferir de manera legal y progresiva la explotación de las riquezas de la nación a una coalición virtual de países aliados que forman un bloque neo-comunista, decidido a arponear la hegemonía estadounidense y a subvertir el orden cultural Occidental, que es un sustrato en evolución de los valores morales del Cristianismo.

    El crimen del chavismo es haber vendido Venezuela a esta cruzada anti occidental, haberla hecho instrumento y punta de lanza de dicha destrucción. Hugo Chávez recorrió el mundo como un magnate del socialismo ofreciendo a Venezuela como voluntaria «heroína» en la destrucción —a realazos— del capitalismo.

    Lógicamente, hacerla protagonista de ello pasaba por sacrificarla. Para ganar su entrada al club, con pomposidad de ranchero malgastador, el galáctico de la sabana se daba el tupé de ofrendar como una virgen a Venezuela (es decir, las mayores reservas de petróleo del mundo) al Dios de la revolución. Y todo para complacer sus complejos de chorlito bananero.

    La aceptación como proyecto fue instantánea y aplaudida, y puesta en marcha sin demora alguna. Hay que saber que la desaparición de países es normal en el dogma internacionalista del comunismo, allí la única patria es la patria mundial del proletariado, en función de la cual las naciones particulares no sólo pueden, sino que deben desaparecer.

    Entregar el manejo de toda la riqueza de Venezuela a la sociedad del futuro (esa Comuna utópica de los tiranillos trasnochados, que es en realidad la granja de sus sueños) requería que antes de ello Rusia y China tuviesen derechos que reclamar y defender en ella. Venezuela: un puerto de beligerancia corrosivo en las faldas del «Imperio». Y en el mero centro del continente y del hemisferio. Era lo que intentó Fidel en Cuba, pero sin contar con el país perfecto: uno ya subconscientemente adoctrinado —por su antepasado bolivarista— en la veneración de las revoluciones, como Venezuela; uno sumamente ignorante de su verdadera historia, ingenuo y rico; uno que fuese, como el nuestro, producto republicano de una leyenda negra antiimperialista.

    Venezuela simplemente es un país perfecto para estar viviendo lo que actualmente vive, una tiranía. Su desgracia es coherente con una casta política opositora que no cuenta con la cultura para deslindarse del régimen sino apenas vivir parasitariamente a sus expensas. Se trata de una clase incapaz de siquiera esbozar el problema, de ver otra cosa en el régimen que ineficiencia y corrupción, y beneficios que recoger de los escombros; tan incapacitada para el desafío histórico que enfrenta el país que a pesar de las pistas que le son puestas en bandeja de plata no ve otra cosa en el régimen que una dictadura, aun cuando las dictaduras no se caracterizan por tener un pelo de ineficientes en el manejo de las riquezas, todo lo contrario. Ésta, que no es dictadura sino tiranía, sabe perfectamente lo que hace: hacerle creer y repetir a estos oportunistas que todo es culpa del socialismo en tanto que modelo fallido, inviable y sumido en la ineficiencia, y que por tal ineficiencia hasta sus aliados rusos y chinos un día la abandonarán y caerá solita. Lo otro es dejarlos aprovechar de las oportunidades de esa ineficiencia.

    ¿Es esta casta ignara, manipulada a través de sus propias flaquezas, la que cuenta salvar a Venezuela? Sin enterarse de su propia estupidez sólo puede conducirnos al abismo. Jamás será capaz de aportar el verdadero relato. La ineficiente es ella.

    Además, siempre pasiva, sin más propuesta que salirle al paso a las iniciativas del régimen con contra marchitas, comunicados y consultas redundantes, es obvio que se sabe embarrada y sólo busca salvarse


X. P.

LA INDEPENDENCIA: MUCHO PEOR QUE LA OBRA DE UN HUMANO IMPERFECTO

LA INDEPENDENCIA: MUCHO PEOR QUE LA OBRA DE UN HUMANO IMPERFECTO

Por Xavier Padilla 


Los esclavos tenían la ciudadanía del amo, podían pedir cambio de dueño, denunciar maltratos, comprar su libertad, casarse, escribir al Rey… Todo maltrato provenía de sus amos mantuanos, quienes percibían la vigilancia de las autoridades como una restricción a SUS libertades…

    La actual desgracia de Venezuela tiene muchas causas, pero todas están en la historia, en nuestra esencia como país. Devinimos república POR LA FUERZA. Fuimos secuestrados y así lo hemos estado desde la «independencia». Arrancados de raíz por falsos pretextos. Por una falacia, por un inconfesable oportunismo. Por una irreparable traición. Detrás estuvo una élite criolla auto proclamada «libertadora» antiimperialista, pero en alianza con imperios extranjeros. No creamos que es muy difícil llamar «libertad» o como queramos a todo lo que hacemos cuando sólo nos motiva nuestra real gana. La actual desgracia proviene de tales predios liberticidas, que básicamente resumen dos errores: la «independencia» y los libertadores. Nuestra historia como República lleva sobre todo el rostro de uno. Suya es la malhadada estampa que todo lo unifica y atraviesa las épocas.

    Y su caso es bastante peor de lo que podría ser excusado con la lisonjera apología de que fue «un hombre de carne y hueso que cometió errores». Ojalá lo de Bolívar fuese algo tan razonable y pintoresco. Estamos hablando de un hombre de extraordinarios talentos, lo cual agrava sus errores y aumenta su responsabilidad. Y por ende dicha apología no aplica. Los suyos son errores imposibles para el hombre ordinario, tienen muy poco de mundanos. Están muy por encima de los comunes. Le quedan pequeñas las excusas corrientes del hombre corriente.

    Para poner todo en su justa grandeza, empecemos por donde todo empieza: la idea misma de «independencia», que es entonces algo así como decir que su vida misma fue un error, si le damos importancia a su título de Libertador. Poco importa lo duro y sacrificado que haya sido lograr la independencia si la misma era un error, porque si la falta de libertad no era el problema, entonces la solución no podía ser la independencia. La solución de un problema falso es un error absoluto, como dijo Ortega.

    A los venezolanos, por haber nacido en la tierra donde «la independencia» es, más que un patrimonio moral sagrado, ya un monumento en sí mismo, jamás se nos ocurrió sospechar que detrás de nuestra «independización» de España pudiera no haber en realidad una España cruel ni ningún yugo déspota y sanguinario. Difícil, por no decir imposible, tener allí siquiera el chance de dudar de tales valores, ya no sólo literalmente intangibles e intocables, sino incuestionables por defecto, censurados de ante mano a la sospecha y por ello mismo tan sospechables. Tal vez sea indispensable haber vivido fuera de Venezuela para percatarse de la realidad subyacente de un entorno nada subliminal, nada disimulado, nada discreto, en cambio brutalmente impuesto, a la cara, de plazas y monumentos, asfixiante, de cantar obligatorio el himno a la entrada y a la salida de la escuela, de escucharlo fuera de ella a diario en 4 horarios, de lemas y frases de Bolívar estampados por doquiera o grabados para su difusión omnímoda, con una voz salida de los estudios mismos del Olimpo; y una presencia tridimensional, no como los ojitos de Chávez, sino con el Bolívar entero en cada rincón y plaza de la nación. Con o sin caballo, siempre más que ojitos al fin. Bolívar, el santo vigilante de su prole libertada, de plaza en plaza y pueblo en pueblo. Guzmán Blanco, el arquitecto, el agente inmobiliario y numismático de nuestra memoria histórica, masón como Simón, regente póstumo de su herencia afrancesada y antiespañola. Demoledor de inmuebles hispanos en pro del estilo galo. Lo central, rendir tributo a Bolívar, a aquel a quien todos los que se repartían o disputaban todo le debían todo. En nuestra república, todos los hombres de poder debieron siempre todo a él, todos sus poderes, incluida esa gran capacidad de rapiña y posesión, originada con Simón. Sin Libertador, ninguna libertad para depredar; sin independencia, que era justamente la licencia para ello, sólo el «yugo del imperio», esa brisita observadora en el cogote, incómoda para contrabandear y abusar de los esclavos. En suma, mantuanos menos «libres» que los británicos y los franceses para tales fines. Oh injusticia provincial. Por eso, ya en república la independencia había que erigirla ella misma en monumento. Y había también que poblar la tierra hacía medio siglo arrasada por el caudillo, aún medio vacía de gente, con estatuas a la independencia. Hacerla un templo, materia, cuerpo. Llenarla de próceres guardianes y volver a la Patria, ella misma, una alegoría al Padre. No a la inversa. Crear la intimidante, imponente parafernalia marcial de símbolos y héroes en la que ningún niño, hombre ni anciano no creyese. Otra cosa, otro tema, otro asunto es que la muy cacareada independencia valiese lo que costó; es decir, que siquiera fuese cierta…

    En lo que a nosotros respecta, henos aquí a los hijitos prometidos de la República futura sumando ya varias generaciones gestados en la misma placenta, en la misma ignorancia amniótica acerca de tan falsa «independencia». ¿Pero pueden ser eternos los mitos sin reposar en verdades? Las leyendas parece que sí. Pueden ser ilimitadas, como las fantasías que ellas cuentan. Más grande y más dicha la mentira, más seguro pasa por verdad verídica. A la leyenda negra anti española, creada en Europa por los imperios rivales, había que volverla cierta. Le venía como anillo al dedo al mantuano afrancesado de 1810, productor contrabandista, frustrado por la vigilancia de la Real Hacienda. Oh pobres querubines de pecho, no tenían la libertad necesaria para tal «empresa».

    ¿Vemos qué decepcionantemente prosaico resulta ser en realidad nuestro origen republicano; cuán vulgar el pretendido grito de libertad de aquella «provincia oprimida»? Tan bajas fueron las pasiones que engendraron a la gran «gesta». En tan mezquinos intereses y ambiciosas apetencias se encuentra el quid revolucionario, la excusa victimista del oportunismo mantuano. No había otra razón para la independencia que adueñarse del comercio, legitimar el contrabando. Bajo la Corona estaba centralizada la economía, pero en perfecta prosperidad y privilegios para el propietario, tanto que se había triplicado la misma en las dos décadas precedentes a la primera «independencia». Pero para los grandes terratenientes, no era suficiente. ¿No era mejor ser dueños de TODO a la primera de cambios? Sólo había que tomar prestadas las excusas ideológicas a la revolución francesa, y esperar la oportunidad. Montar entonces la conjura con la participación de los británicos. Con su mano de obra mercenaria. Y alemana, francesa, irlandesa. Estaba aún fresco el resentimiento británico contra España, por haberle Bernardo de Gálvez (49° virrey de Nueva España) fraguado su decisiva derrota en Estados Unidos, consolidando éste su independencia, pasando de colonias a nación. Nosotros ya éramos una, legítimamente imperial. Pero bienvenida pues Gran Bretaña al auxilio de esta minoría de apátridas, a cambio de riquezas inmediatas.

    Con Bolívar, acaudalado productor y cuantioso propietario de esclavos (tal vez él mismo de madre esclava por padre autoservido), había pacto garantizado. En un principio vía Miranda. Luego solo, a sus anchas. Hay que saber que el astuto sedicioso caraqueño vendía, por supuesto, de cara a la provincia razones muy distintas para la independencia. Una de ellas era prácticamente un «hit»: sus ridículos «300 años de yugo español», que causó la risa entre dientes hasta en los conjurados. Pero de nada se privaba ni nada detenía al odiador serial de pardos, al futuro exterminador de indígenas y de curas dominicanos. Tenía que legitimar el contrabando, llegar a la cúspide de una gloria imperial, soberana, napoleónica en su lucha antiimperialista (…vaya quien pueda a entender la ensalada).

    Maestro en el doble discurso, hombre de genio en manipular, su bella, imparable libertad para americanos era sólo la de comerciar con otros reinos, sin Estado español que le respirase en sus nucas, sin ese asfixiante ejercicio civilizante de una política católica en protección de las clases inferiores; mejor la libertad, la de dejar todo a la rosquita de unos cuantos. Para ello estaban todos los mercenarios del universo, ingleses, irlandeses, alemanes, y unos DDHH importados, franceses («expropiación o guillotina»). No, no es una pesadilla prechavista, es una superior. ¿El saldo 15 años más tarde? Un tercio de la población venezolana aniquilada. Un continente balcanizado. La que una vez fuera «la tierra más próspera y apacible del planeta», según Humboldt, y la primera economía del mundo, envidiada, era ahora una triste y desolada región en escombros, un teatro del horror donde el mal superó sus límites, una cultura, un patrimonio hecho trizas. Iglesias y museos saqueados, universidades perdidas. La gran independencia de unos cuantos, para no saber qué hacer, salvo disputarse los desechos de un triunfo sin cosecha, ahora sin nada más que responder, ni saber, sino entregarse a guerras intestinas por otros cien años. Aciaga independencia, la de una codicia interminable. Sombría libertad, la de tan absurdas pérdidas. Todo lo alcanzado en aquella proeza inmensa llamada Nuevo Mundo (en cuyas virtudes los ambiciosos no quisieron ver más que defectos y limitaciones a sus avaros intereses), ido al carajo.

    Fue esta gentecilla la que fundó los verdaderos ranchos mentales del futuro, la que nos sembró en el atraso. Gentuzilla, más bien, condenada a encubrir por siempre que su victoria fue un fracaso, una derrota rotunda, un error de los más crasos. Su negación de las virtudes del imperio, jamás pudo probarla con su independencia. Y nosotros, 200 años más tarde, de dichas virtudes no pudimos enterarnos siquiera. A tal punto fuimos convertidos por ósmosis en defensores, sin saberlo, de una revolución fraticida, parricida y matricida. Somos hispanófobos de cuna sin saberlo, arrancados a nuestra raíz, admiradores de un tirano pueril elevado a rango quasi divino, negador obtuso del Nuevo Mundo, al cual confundió con otra de sus haciendas. Ese mismo demonio que fue capaz de ordenar pasar por las armas a todos los enfermos de un hospital; a todos los civiles que día tras día rechazaban reclutamiento; a 69 españoles sin juicio; a 600 prisioneros en Acarigua; a 1.253 prisioneros civiles en La Guaira, Caracas y Valencia; a los náufragos de un barco en Margarita; a todos los prisioneros de Boyacá; a la población entera de Pasto; a cuantos se pudiese en Santa Fe y permitido por dos días a sus soldados violar a las mujeres; a asesinar a varias docenas de curas en Angostura; a todos los españoles civiles a su paso por pueblos y ciudades. Su figura y la de sus secuaces encarnaba el terror, causaba un trauma colectivo que se traducía en respeto, luego en admiración (síndrome de Estocolmo), y finalmente en culto. Doscientos años después, el que vivamos entre una mezcla de ignorancia y de buena voluntad natural hacia nuestros ancestros nos convierte en defensores compulsivos de esa horrenda «gesta independentista», pero podemos descubrir la verdad siguiéndole la pista a la cadena de intereses que remonta el tiempo indefectiblemente de élite en élite; y leyendo también la extensa literatura existente (desconocida en Venezuela, como es de comprenderse) sobre la leyenda negra anti española. Negamos a España, no sabemos nada de ella, la confundimos con el país actual, que es víctima en su suelo de la misma leyenda que fue nuestra propia tragedia en Hispanoamérica; incluso solemos lamentarnos de no haber sido colonizados por otros imperios en vez del español, sin advertir que jamás fuimos colonizados, pues no existíamos aún como país. Sin advertir tampoco que durante la conquista, que fue una conquista por las armas, como todas las conquistas, los nativos muchas veces pactaron una nueva civilización con los conquistadores, y en tal sentido ésta también fue su conquista, una en la que juntos acordaban protegerse sus derechos, incluidos los rangos de nobleza indígena, mientras unidos se enfrentaban a las recurrentes etnias caníbales, siempre colindantes, que en nuestra ignorancia y progresismo indigenista inducido asumimos como pura fantasía; el mismo indigenismo que habla de una población precolombina de 60 millones (90 según el antropólogo-historiador Hugo Chávez), cuando lo cierto es que hoy la población indígena es superior a la de entonces y desmiente todo genocidio. Ya en su tiempo Bolívar (por quien sí hubo, manu-propia, un hispanicidio), se ridiculizó aludiendo al exterminio de unas gentes exóticas que los habitantes de las ciudades veían a menudo aparecer en ellas con sus plumas y pieles pintadas, hablando lenguas no europeas. Según él no existían, insistiendo en su exterminación anterior por los conquistadores. Pero era lo repetido en Europa, y lo que el tonto útil del Viejo Mundo reproducía en América al caletre. Lo sabemos por José Domingo Díaz. Afortunadamente había otros hombres, como éste, de talento, en Venezuela, nuestra refinada y amada provincia del reino; pero fieles a la nación y a quienes la providencia dio la ocasión de relatar el otro lado de las cosas. Durante todo el siglo XIX y todo el XX su libro Recuerdos Sobre la Rebelión de Caracas, escrito y publicado en Madrid en 1829, cuando Bolívar aún vivía, fue marginado por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, por tratarse del relato de un realista. Uno se pregunta si Bolívar alcanzó a leerlo y si no serían las verdades allí expuestas, en una prosa bien superior a la suya, el motivo de la carga moral que lo llevara a la tumba.

X. P.


PD: Descargar esta joya aquí (saltar la introducción —leerla después—, ir mejor directamente al comienzo del libro, en la página 55): https://drive.google.com/file/d/1mynFgOboCYxymKOiJsuFrS-soiACAvX-/view?usp=drivesdk

sábado, 7 de marzo de 2020

LA INMUNDA RAZÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE VENEZUELA


LA INMUNDA RAZÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE VENEZUELA

Por Xavier Padilla

ERRÓNEAMENTE se piensa que la desgracia de Venezuela consiste en una de estas dos cosas:
    1) el fracaso de un modelo (socialismo);
    2) la mala aplicación de dicho modelo (tesis defendida por los adeptos del socialismo).
    Pues bien, a priori podríamos pensar, creyéndonos muy listos, que en nuestro caso se trata de las dos cosas a la vez: la desastrosa y por tanto también inútil aplicación de un modelo en sí mismo inviable.
    Pero no, este aglomerado no nos hace tan listos como pudiera parecer. Hete aquí, justamente, que nos hace rotundamente ingenuos, pues es ante semejante conjunción esperpéntica (modelo inviable + aplicación desastrosa) que deberíamos inferir, sin temor a equivocarnos, la existencia de otra realidad que no advertimos y nos pasa de largo. Una razón de fondo, disimulada tras estas fatalidades que percibimos en primer plano, la cual nos indica que lo ocurrido en Venezuela no tiene realmente nada que ver con la ruindad de un modelo ni con su torpe aplicación, sino necesariamente con OTRA COSA.
    Cuando se tiene un modelo, sea el que fuere, sus adeptos indefectiblemente tratan —al menos TRATAN— de aplicarlo. En Venezuela no, la aplicación del modelo se convierte en la antítesis misma de cualquier aplicación, reúne todos los elementos necesarios para garantizar que el modelo NO funcione. Lo que ha habido en nuestro país es un simulacro de aplicación, una parodia de instauración, no simplemente una mala puesta en marcha del socialismo. Y, como sabemos, todo simulacro, toda parodia es un montaje. Lo cual nos lleva a concluir algo terrible: Venezuela ha venido siendo el teatro de un guión tan macabro como astuto, en el que se ha utilizado una caricatura del socialismo y de su instalación (la misma que estamos listos a rechazar por convicción) como una cortina de humo para realmente instalar el socialismo.
   ¿Cómo es esto? Muy simple, el socialismo se ha servido de la imagen típica del socialismo, con toda su parafernalia de ridículas consignas morales y antiimperialistas desprestigiadas desde finales del siglo XX, para empobrecer brutalmente a una nación y con ello dejarla, por decirlo así, en cuatro bloques, esto es, en las condiciones ideales para ser rescatada por una coalición de potencias mundiales antiamericanas, o no alineadas, rivales de EEUU y básicamente lideradas por Rusia y China. El empobrecimiento se trata, pues, de un plan, y todo parece indicar que este plan, llevado a cabo por el chavismo en plena coordinación con dichas potencias, fue concebido por la izquierda internacional después de la caída del bloque soviético como lo único que podía garantizar que las mayores reservas de petróleo (léase energía) del mundo quedasen en el siglo XXI —al igual que muchas otras riquezas venezolanas— al servicio de la GRAN CAUSA INTERNACIONAL DEL COMUNISMO.
    Nada mejor que ocultar una cosa con la cosa misma.
    Mientras tanto, la ingenuidad común de la opinión pública se entretiene en relegar el problema de Venezuela al reino de la imperfección, de la mediocridad, de las fallas, y no al de la planificación; a asimilarlo al fracaso de una ideología errónea, fácil de asociar a la doble moral de delincuentes, criminales, corruptos, mafiosos, asesinos que detentan el poder por las armas, conectados con la inteligencia cubana, el narcotráfico y el terrorismo. Todo lo cual, aun siendo verdad, es sólo parte del guión. Un guión en el cual todas estas mañas no sólo son permitidas sino necesarias para desviar la atención hacia ellas mismas en calidad de causas superficiales, dejándonos eficientemente alejados de las causas reales y fundamentales. La barbaridad que salta a la vista es una pantomima deliberadamente exagerada de las «fallas», para convencernos de que la ineficiencia y la corrupción son causas circunstanciales y principales en el empobrecimiento del país. Es necesaria una enormidad que nos disuada de buscar las causas en otro lado. Por ello todo adquiere un carácter magnificado, desproporcionado; la indolencia en el abandono de la infraestructura productiva es homérica, sobre actuada, presenta una dimensión irreal; la impudicia del soberbio totalitarismo (representado en neroncitos como Diosdado) se mete a complementar por asociación en nuestra ingenua mente el hábitat de la supuesta ineficiencia de estos déspotas. Todo es parte de una fachada hacia la cual se necesita atraer a la opinión pública, que permanece entonces entretenida en lo prosaico de un relato fácil, conocido, como la ya proverbial incapacidad del socialismo, o en el simple anecdotario detectivesco tras las pistas del crimen organizado. El objetivo es mantener la atención del mundo ceñida a temas genéricos que no sugieran para nada la existencia de un plan, sino más bien la existencia de aquello que representa todo lo contrario de algo inteligente: un error.
    La mayoría opositora pisa en masa el peine. Todos sin excepción degustan la versión «ineficiencia + modelo inviable» que el régimen quiere que degusten. La pirueta es exitosa.
    De allí que para los autores del plan sea necesario llevarlo todo a lo vulgar, homologarlo a la categoría del saqueo de malandros; al atraco trivial, que le puede ocurrir a cualquiera, en pleno día, a los ojos del mundo. Incluso a un país. A la escala de un país la acción no cambia de categoría, sólo de dimensión, sigue siendo corriente, de igual naturaleza casual; constituye otra escena cotidiana y pintoresca del mal haciendo de las suyas incontroladamente. Todo lo cual es, para explicar a Venezuela, evidentemente INSUFICIENTE!
    Imposible que sólo se trate del hampa común instalada en las altas esferas, haciendo de las suyas por pura maldad cavernaria. Por mucho que se trate de bestias depravadas ocupando la cúpula del poder, ellas solas no llegan a explicarlo todo. Porque la pura bestialidad no llega a explicarlo todo. Lo de Venezuela es demasiado inaudito, demasiado perfecto.
    No existe tal cosa como la lotería de la mala racha, ni algo como el país pendejo de turno. Lo que está viviendo el que hasta no hace mucho era por todos conocido como «el país más rico de Latinoamérica» no es fruto del azar, ni el producto de una historia nacional llena de errores, que no es más imperfecta que la de cualquier otro país. Lo que ocurre en Venezuela no tiene nada que ver con la suerte. Es una operación perfectamente deliberada, que no se reduce a la simple naturaleza hamponil de unos sátrapas incapaces. Corresponde, en cambio, a un diseño, bien concreto y comprensible. Hagamos un breve recuento.
    Si recordamos bien, el régimen no profesaba al comienzo una tendencia ideológica muy definida, fue forjándose gradualmente una identidad socialista. Esto fue ocurriendo en la medida en que iba siendo captado por ella, desde el exterior. Luego el régimen llegó a consagrarse como el portavoz mundial del Socialismo y el símbolo renovador de la izquierda internacional. Chávez, chequera en mano, vio que esa imagen le funcionaba de maravilla y se dedicó a explotar ese perfil, literalmente a realazos. Pero al lanzarse por ese sendero, haciendo alianzas económicas por todo el mundo bajo el signo ideológico del Socialismo, no sabía muy bien lo que estaba creando en realidad. Ignoraba que estaba entregándose a algo mucho más grande que él, y que estaba poniéndole un precio al futuro de su poder.
    Habiéndose comprometido con la izquierda internacional, tenía que asumir obligaciones. A escala internacional, nada es de gratis, ni siquiera la explotación de una bandera ideológica resentida, recientemente derrotada y llena de frustradas ambiciones. Mucho menos para un aspirante a gloria novato, rico y botarata. El asunto se tornó en algo serio para su aspiración y culminó siendo una decisión de vida, porque la ideología comunista tiene principios muy específicos que la comprometen a una ética y a una serie de acciones y misiones, muy específicas también, que deben ser adoptadas de manera estricta y obligatoria por quien quiera que haga suya la doctrina; más aun por quien pretenda representarla. Esto es universalmente así, especialmente en materia de explotación de la marca. Cuestión de copyright…
    En suma: ¡existen compromisos! No es un juego de carritos: si entras en la Logia —dicen los estatutos doctrinarios—, tienes que asumir sus reglas. Es una ortodoxia, una tradición engreída, muy orgullosa de sí misma, ultra narcisista; y no importa en el extranjero si eres chistoso y haces reír a la gente; si cantas y declamas; si vienes del trópico y hablas con los árboles…
    Chávez y su régimen entraron a formar parte de algo superior a su gobierno; algo en ningún modo limitado al territorio nacional, ni a ningún territorio nacional. El Manifiesto del Partido Comunista nos recuerda que el objetivo fundamental del Socialismo es la DESTRUCCIÓN DEL CAPITALISMO. El Socialismo es el instrumento, la etapa intermedia para llegar al Comunismo, y para llegar a él hay que destruir al capitalismo. Y nos recuerda también que el Comunismo es una doctrina INTERNACIONALISTA que reúne a todos sus adeptos en una gran nación virtual, por encima de sus naciones particulares. Chávez y su liderazgo contrajeron un doble compromiso: el de la destrucción del capitalismo y el de supeditar su nación particular, Venezuela, a la supra nación internacional del Socialismo. ¿En qué se traducía esto en concreto? En que Chávez asumía también la misión de operar el traspaso de todas las riquezas del país a la Gran Causa, liderizada por supuesto por las grandes potencias históricas del Socialismo. Las cuales ostentan derechos jerárquicos por antigüedad y poder económico-militar. Simple cuestión de dinástica revolucionaria para los acérrimos críticos de las dinastías.
    También el régimen de Cuba, vale señalar, tiene sus letras de nobleza en la dinastía revolucionaria, no sólo siendo el lambucio intermedio de siempre, sino también la interface estratégica —para nada inútil—legada por Fidel. Pero Rusia y China, los llamados grandes aliados de la Revolución Bolivariana, son los verdaderos líderes y herederos milenarios —así se auto perciben— del proyecto comunista.
    Chávez, ahora supremo líder pero en la galaxia, virtualmente firmó ese pacto desde que se entregó voluntariamente a las filas de la izquierda internacional y se convirtió en el ícono milenarista del socialismo. El compromiso era ineludible. Y el precio más que claro. Precisamente a eso aluden sus herederos cuando hablan del “Legado”: LA DEUDA en cristiano.
    No hay que dejarse confundir por la orgía de corrupción y destrucción desatada por el régimen tras la muerte de Chávez. Es parte esencial del Gran Plan socialista (de CUOTAS…).
    La corrupción, el desvalijamiento del país, la destrucción de la institucionalidad, la creación de un Estado de facto a través de la Constituyente, la hegemonía de todos los poderes, el control de las gobernaciones, de las alcaldías, la destrucción de la economía, la hiperinflación inducida: todo es esencial en la GRAN MISIÓN de transferir las riquezas del país a la GRAN CAUSA. Dicho conjunto de carencias y aberraciones crea las condiciones necesarias para ello. Porque para poder poner esas riquezas al servicio de ese objetivo máximo que es la DESTRUCCIÓN DEL CAPITALISMO, primero hay que destruir al país, llevarlo a un ESTADO DE MISERIA tal que deba recurrir inexorablemente a la asistencia extranjera (pre-seleccionada) y quede así endeudado IRREVERSIBLEMENTE hacia sus acreedores predeterminados; pero tanto que no pueda pagarles lo recibido y pasen a ejercer su derecho legal de embargar nuestras riquezas y explotarlas legítimamente (en favor de la Gran Causa).
    Teóricamente, es un triunfo porque haberle traspasado las riquezas venezolanas a la GRAN PATRIA del socialismo internacional es, según la retórica antiimperialista, habérselas arrebatado de las manos al IMPERIO.
    Esto es lo que está pasando realmente detrás de las fachadas funcionales de la ineficiencia y la corrupción, ambos instrumentos de la película y no la película misma. Pero no lo entendemos, nos vamos quedando en la narrativa equivocada, torpe y tercamente enfocados en lo superficial: que se trata de una narcotiranía (que sin duda lo es, pero …); de una mafia corrupta (que lo es…); de un modelo fracasado (que evidentemente lo es…); pero en eso nos quedamos, sin tocar el meollo, deambulando en lo periférico, en lo anecdótico; sin explicar cabalmente el problema, sólo presintiendo —parcamente— que alguien estaría tirando de los hilos, pero sin que siquiera intuyamos la profundidad REAL de la escena.
    Allí donde los vemos, Rusia y China comprometen, por el legado de Chávez, al régimen a delinquir contra su propia nación en favor de LA CRAN CAUSA, lo cual éste hace por supuesto de pleno acuerdo con dichas potencias enemigas de Occidente, las cuales se convierten en sus únicos futuros destinos de escape. Por eso, una vez comenzado el enmiseramiento deliberado de Venezuela, que para el régimen es tanto misión como sobrevivencia, ya éste no puede volverse atrás, debe continuar destruyendo a su país. Porque al igual que en la mafia, una vez adentro ya no hay salida.
    A los venezolanos nos parece extraño haber llegado a tanta miseria, siendo a nuestro país al cual toda Latinoamérica emigraba hasta hace poco. ¿Cómo es posible semejante prodigio? Es allí que uno debe decirse: "Un momento, esto no ha ocurrido en ninguna parte del planeta, esto no tiene precedentes, esto no es conocido, ESTO NO EXISTE!"
    ¡Es demasiado extraño y demasiado extremo! Pero es precisamente por esta vía de no creer en lo imposible que debemos meternos sin vacilación para encontrarnos con lo posible, por muy inaudito que sea. Lo inaudito sólo tiene razones inauditas y no por inauditas dejan de ser ciertas. Como tampoco dejan de ser inauditos los hechos, la destrucción inaudita de Venezuela.
    La explicación más plausible es que nos encontramos ante un plan en curso, en pleno ejecútese ante nuestras narices. Nada de esto puede corresponder a una simple casualidad. En política semejantes catástrofes no ocurren por azar, ocurren calculadamente, como todo en política. Quienes piensen que exagero, que invento una teoría conspiracionista para explicar lo inexplicable, pregúntense entonces por qué lo que ocurre en nuestro país no podría tener una explicación fuera del ámbito de la suerte. Explicarlo todo con la casualidad, con la buena o la mala suerte, es siempre muy cómodo.
    Venezuela ha estado comiendo de la basura y eso no ocurre por sí solo, sin intereses. Un país rico no sucumbe por sí mismo, sin un plan inteligente. Donde hay riquezas y recursos nunca hay inercia, hay vectores, intención; y para romper esas tendencias (que son propias por defecto a cualquier sitio donde haya valores y riquezas) se necesita primero de una agenda que vuelva pedazos al lugar. Justo como en Venezuela.
    La riqueza, al igual que la energía, nunca se pierde, sólo se transforma, se transfiere, cambia de manos… Con el discurso del antiimperialismo, un país rico como Venezuela estaba condenado a perderlo todo. La doctrina no perdona, compromete a sus soldados a probar su fidelidad, y la prueba consiste en que den todo lo que tiene su país a LA GRAN CAUSA; los militantes están dispuestos a poner a su país a comer de la basura. Porque la izquierda, que se felicita de ser materialista, no tiene país, tiene entelequias, dogmas y sueños húmedos con fantasmas. Es internacionalista.
    Venezuela, con su codiciado petróleo, no podía cometer error más grande que caer en manos del socialismo. A un país así le toca automáticamente la gran misión: hacerse la heroína comiendo de la basura para poder operar el GRAN TRASPASO.
    ¿Se han dado cuenta de que no faltan riquezas en Venezuela, solamente dinero? Las cosas cuando no tienen pies ni cabeza, tienen pies y cabeza… Si esta tragedia continúa, veremos que las más grandes reservas de petróleo del mundo, una vez transferidas legalmente a sus acreedores, dejarán al pueblo al que le pertenecen moribundo y zombie en un principio, pero dando las gracias luego, al ver funcionar de nuevo —gracias al «traspaso»— los servicios básicos y ver mejorarse ligeramente la economía. ¡Qué tristeza! Un pueblo que llorará de alegría al ver los anaqueles otra vez medianamente llenos, las colas reducirse de algunos metros, la inflación bajar de 6 a 5 cifras porcentuales… No parará de aplaudir, porque fue entrenado para ello al haber sido objeto de un condicionamiento brutal durante el proceso de empobrecimiento material y de conculcación de todas sus libertades, en el marco de un experimento social del cual nadie sale ileso.
    A menos que haya una intervención militar extranjera cuanto antes, ese es el pronóstico más probable, el de una esclavitud infinita. Y sí, es materialmente imposible que la solución venga desde dentro, la masa crítica del problema superó esa posibilidad hace una década.
    De ahora en adelante lo que queda es llamar a las cosas por su nombre, explicarle al mundo por todos los medios posibles que Venezuela es apenas un paso intermedio en una revancha a muerte del Socialismo contra el mundo liberal. No somos nosotros nada más, hay que hacer entender que esto es una cadena, que sólo somos la víctima momentánea a través de la cual los enemigos del mundo civilizado ya han comenzado a adquirir un empoderamiento fatal para el hemisferio. Nuestro problema no es exclusivamente nuestro, es de todos en el planeta. Se justifica, pues, de urgencia una intervención militar extranjera; a menos, claro, que hayamos decidido cooperar, por omisión, en la planificación de nuestro propio exterminio.

X. P.

sábado, 1 de febrero de 2020

¿REPÚBLICA O REBATIÑA?


¿REPÚBLICA O REBATIÑA?

Por Xavier Padilla 

Me preguntan mucho si Páez, a diferencia de Bolívar, era entonces bueno… Pero por supuesto que lo era, como jinete y lancero.
    ¡Por favor! Lo que hay que entender es que todos los que participaron de la idea de «independencia» fueron unos oportunistas que querían principalmente quedarse con aquellas tierras y repartírselas. De Miranda para abajo.
    Claro que engrupían con su retórica, usaban un lenguaje ilustrado que muchos aún no reparan en lo extremadamente demagógico y fanático que era, tomado directamente de la revolución francesa, arrobado en el delirio ideológico ultra fetichista de un racionalismo al servicio de la guillotina, el igualitarismo y unos derechos del hombre que despenalizaban el robo y convertían la revolución laica en religión de Estado. Y el Estado en rebatiña.
    En lo que respecta a Hispanoamérica, el problema hoy no es para nosotros discernir entre la crueldad de uno de estos «próceres» y la bondad de otro, sino comprender que todos estaban básicamente en lo mismo. España no representaba ningún yugo ni despotismo. El despotismo lo tenían estos caudillos (piratas de tierra) contra sus esclavos y subordinados, el cual pusieron sin vacilación a la primera de cambios al servicio de sus intereses. En vez de defender a España de Napoleón, conspiraron contra ella en su peor momento. Algo sumamente bajo como «gesta».
    Ya es hora de que redescubramos la verdadera historia, la escrita por ellos la conocemos demasiado y no cuadra. Primero hubo un enorme complot internacional en forma de propaganda contra España, que por supuesto continuó después de la «independencia» como política educativa. Pero todo comenzó desde Gran Bretaña, Holanda, Francia, Alemania y el protestantismo. Una conflagración, en suma, geopolítica y variopinta, tan universal como la masonería en el auspicio de estos cipayos locales que hablaban de belleza y piedad en sus cartas, mientras perpetraban genocidios fraticidas y parricidas; los vencedores que se auto glorificaron más rápido que inmediatamente con títulos militares inventados como «Generalísimo» y «Libertador». Pero lo que no se debe perder de vista es que todo el movimiento independentista es una farsa, no éste o aquél personaje.
    Hay que entender que esta república nació por violación, y que somos por tanto un país bastardo (e inventado) al cual le borraron la memoria y le fabricaron otra. Por eso no sabemos quienes somos. Ignoramos haber sido una provincia española y lo importante que ello era en el mundo. Cada provincia era España, la nación múltiple, diversa, novedosa y más próspera del planeta. Había más novedad por definición en el Nuevo Mundo que en el viejo, y la parte peninsular del reino estaba también más interesada en el desarrollo de esta novedad que en el revanchismo europeo, sobre todo el decimonónico de los auto iluminados. Eso no le interesaba a la Corona, llevaba tres siglos construyéndose otro universo aparte.
    Nuestro continente quedó arrasado y desmembrado tras las guerras; Venezuela perdió un tercio de su población y los «patriotas» saquearon hasta las iglesias. Bolívar mismo asesinó a un montón de curas en Angostura; y sus tropas quemaron iglesias con gente dentro. Es apenas un detalle anecdótico entre muchos, muchos más. Había importado para ello no sólo a casi la totalidad de sus tropas, sino al terror de Marat, al genocidio de la Vendée. El salvajismo de Boves no es gratuito.
    En fin, en Hispanoamérica había triunfado la leyenda negra anti española, y a la «independencia» lógicamente sólo pudieron seguirle cien años de guerras intestinas por el poder. Y otros cien de corrupción.
    Henos aquí, pues, estando como estamos...
    ¿Qué más queríamos?

X. P.

jueves, 30 de enero de 2020

IMPONER LA «INDEPENDENCIA» EN UNA PROVINCIA SOBERANA SÓLO APORTABA UNA LIBERTAD ESCLAVA


IMPONER LA «INDEPENDENCIA» EN UNA PROVINCIA SOBERANA SÓLO APORTABA UNA LIBERTAD ESCLAVA

Por Xavier Padilla 

Bolívar impuso su mando por el chantaje, su liderazgo por el terror, su propia «figura» por el pánico. Era el objetivo de sus frecuentes y alegres fusilamientos, individuales y masivos. Logró un síndrome de Estocolmo colectivo, de esos que acaban con la memoria y te implantan una nueva identidad.
    Eso que hoy conocemos como Venezuela, una república en vez de una provincia española, es por supuesto el resultado del triunfo de la independencia; pero el detalle está en que la independencia no era entonces, ni lo es siempre, un bien en sí mismo. A veces es lo contrario.
    El país conocido hoy como «República de Venezuela» no es realmente un triunfo, porque la independencia de la cual proviene no era, por su contexto, un bien.
    En 1810 la solución a los problemas de nuestra nación, que era España, no era escindirnos y balcanizarnos en múltiples países, sino unirnos y resistir a la invasión napoleónica y a las taras circunstanciales de nuestra corte borbónica, para continuar siendo la potencia global que veníamos siendo y mantener el nivel superior de vida que resultaba de dicha condición. La independencia sólo constituía un bien relativo a la ambición exclusiva de una minoría privilegiada, esclavajista y sediciosa.
    Si coincidimos con Ortega y Gasset en que «la solución de un problema falso es un error absoluto», el triunfo de dicha independencia fue un error total. Y, como a todo error sólo le sobreviven sus nefastas consecuencias, a tal independencia le sucedieron inevitablemente las décadas más atroces jamás vividas por la antigua provincia.
    Se dice, erróneamente también, que al menos al cabo de un siglo la joven república finalmente logró su estabilidad republicana con Juan Vicente Gómez. Una suerte de puesta de «orden en la pea», que un siglo antes difícilmente hubiera sido considerada —incluso por cualquier desaforado independentista— como opción: la independencia al costo de 100 años de guerras y atraso. Pero fue exactamente lo único que inexorablemente podía ocurrir tras la independencia: la muy tardía semi pacificación del caudillismo por un —también— caudillo, que al cabo de su longevo reinado diese paso, con su muerte natural un tercio de siglo más tarde, a unas escasas pre-condiciones favorables para la eventual configuración de un Estado republicano. En total, ciento treinta años para apenas comenzar…
    Si esto no muestra que detrás del proyecto independentista sólo había un vulgar oportunismo secesionista y una hipocresía libertaria secular, entonces sentémonos a esperar que nuestra historia republicana consiga mejores excusas que las ofrecidas hasta ahora desde el poder para convencernos del triunfo, gesta y heroísmo de nuestros supuestos «próceres». Lo cierto es que España era, contrariamente a lo que la ignorancia enseñada en nuestras escuelas logró injertarnos en el tallo de nuestra glándula pineal, un imperio sui generis, anticolonial, el más grande y próspero durante tres siglos; el mismo cuya magna obra no obstante despertó dentro de sí, aunque sólo fuese en una minoría, la codicia.
    Pero también fuera de sí. Sucumbió a una red de traiciones locales auspiciada por potencias concurrentes, a las cuales bastaba con dicha infiltración grupuscular para que los estragos terminaran alcanzando a todas las regiones, incluida la peninsular. La traición es lo peor, por eso el séptimo círculo de su infierno Dante se lo reserva a ella.
    Se nos vendió, para inaugurar la rapiña, las ideas de independencia y libertad como bienes absolutos, y con ellas, después de la quasi total destrucción del Nuevo Mundo por aquella revolución malandro-ilustrada, se nos recompuso el imaginario de un triunfo, una conquista, una epopeya aun en la miseria y devastación más absolutas. Triste ver que hoy volvamos, frente a la desgracia chavista, a cantar el mismo himno al «bravo pueblo» con que se adornó nuestra primera desgracia.
    Llevamos doscientos años siendo los mismos chavistas pobres enseñados a venerar su pobreza. Tanto Bolívar como Chávez encarnan el mismo numen que reescribe nuestra realidad y nos hace persistir en una historia equivocada, probadamente errónea. La independencia no fue un bien ni Bolívar nos liberó de ninguna «escoria», como sus hijos (todos los venezolanos) acostumbramos a llamar desde nuestro inconsciente postizo a España.
    La independencia sólo logró nuestro patético extravío histórico y adiestrarnos en el curioso ejercicio de repudiar nuestros orígenes, como unos acomplejados de por vida que, oh casualidad, idealizan —y lamentan— no haber sido colonizados por otros imperios, aun jamás habiendo sido colonizados.
    Pero si Ud es venezolano, y por tanto hispanoamericano, hoy sólo tiene dos opciones: o desecha su propia, virtual y prestada hispanofobia, y reivindica su hispanidad pidiendo cuentas históricas al falso triunfo paradigmático de Bolívar y su legado, o continúa chavistamente reverenciando la gloria fabulada de doscientos años de anti historia. No ambas cosas.

X. P.

jueves, 16 de enero de 2020

¿PARAGUAS O CASCO?


¿PARAGUAS O CASCO?

Por Xavier Padilla 


Un lector indignado por mi hilo me pregunta: «¿De dónde sacaste tanta basura y tantas falacias acerca de Simón Bolívar? Porque si tú vives en Francia, sólo vas a encontrar puras bestialidades escritas por los españoles allá».

Muy Señor No Mío, todo está documentado desde la época... Simplemente, todos hemos sido embaucados con este semi-dios de Bolívar; nuestra bastarda republiquita de 200 años, su independencia y su parafernalia de plazas y próceres es una gran farsa. Ud puede creer lo que quiera, pero no importa hoy en día dónde vivamos paraenterarnos. Busque Ud mismo, y llévese un paraguas porque le lloverán los datos. O mejor un casco, porque la paja esa que lleva en la mollera, de una cruel España (la del yugo y del sanguinario imperio), no amortiguará el peso. Usted, como el resto de la población venezolana, pero también más o menos la de cualquier latitud (incluso la española actualmente), porta la leyenda negra anti española como un chip en el hipotálamo, aquel triunfo de la propaganda con que lograron justificarlo todo, lo indecible, la barbarie contra el Nuevo Mundo; la de aquellos traidores que Ud, el ciudadano común, el peatón lamda, venera y perpetúa en la más inconsciente, inocente, desinformada y contradictoria arrogancia. Revise sus orígenes en vez de negarlos (que tiene bastante de español, por la foto, pero de español lobotomizado, como prácticamente cualquier —repito— venezolano). Descendemos de un exterminio del cual ni tenemos memoria. Cuando le hablen de Boves y Monteverde, vaya a ver cómo comenzó la monstruosidad, y por qué los ejércitos realistas y anti revolucionarios estaban compuestos casi en su totalidad por criollos de todas las clases sociales. Vaya a ver por cuáles intereses sólo una minoría mantuana «insurgió» contra nuestro Reino (que así lo llamábamos con orgullo los venezolanos, excepto un criollo afrancesado, aspirante al tropical trono). Hoy es facilísimo encontrar las verdaderas razones detrás de todo, si se aventura Ud fuera de las fuentes escolares y oficialistas del mito que ha formateado a un país durante 200 años, administrado por todas las élites subsidiarias del poder gracias al triunfo de Bolívar, gracias a la victoria de ese burdo secesionismo que llamaron independencia. Vaya a ver lo que éramos como nación española, abarcando lo comprendido entre la península ibérica, la Patagonia, el Canadá y las Filipinas: ciudadanos de la primera economía mundial y de la moneda internacional (el Real de a Ocho); y vea lo que es el continente americano desde entonces: un territorio desmembrado en países y comunidades enfrentadas, que jamás se recuperaron ni volvieron a alcanzar su nivel de vida ni de integración (descrito en detalle por Humboldt en 1800 —lo cual convierte el proyecto de la Gran Colombia en un chiste— ), entre otras cosas porque fue gracias a la caída del imperio español, precisamente propiciada por la revolución cipayo-británica de Bolívar, que Estados Unidos se pudo (ayudado por la propia España en respuesta a Gran Bretaña), expandir sobre lo que habían sido tierras españolas, y devenir el enorme país que eventualmente devino. Y luego, como lo que heredamos de dicha oportunista revolución mantuana fue la traición, el pillaje y la componenda, nunca hemos superado la «gracia» que cometimos con la bendita «independencia». De todas maneras, de aquella «tierra arrasada», con más de un tercio de la población exterminada (en una guerra que fue la más larga del continente, sangrienta de 15 años), no era probable que surgiésemos y no pudimos, de hecho, surgir, ni remotamente alcanzar lo que éramos, hundidos en el atraso como quedamos. Ni siquiera el petróleo nos salvó de la cultura de rapiña patriota que de nuestra flamante casta libertadora heredamos. Sepultados, sobre todo en el falso discurso independentista de una narrativa anti histórica, deformante, anti española que aspira a echar por tierra nuestro verdadero acervo: la colosal epopeya inter-civilizadora que fue el Nuevo Mundo. Claro, muy violenta al comienzo, porque así son todos los comienzos, y todos los comienzos son conquistas; pero también porque la región ya era muy violenta ella misma. ¿Por qué tanto alarde indigenista en el discurso secesionista, sino para ocultar un deseo de convertir lo obvio en un secreto a voces: que fue sólo con la alianza masiva de las poblaciones locales que se logró bajar dicha violencia? Muchas poblaciones, dicen los cálculos, se habrían extinguido de haber llegado los españoles algunas décadas más tarde, habrían desaparecido exterminadas por las industrias de sacrificio y canibalismo religioso de las prerrogativas imperiales incaica y azteca. Esto no es hacer leyenda rosa a la inversa. Sus víctimas eran etnias virtualmente en vía de extinción, que se unieron a los españoles en lo que terminó siendo el establecimiento y desarrollo de una nueva sociedad jamas vista, en la cual, 300 años más tarde, había más de 25 universidades y un nivel superior de vida (por ejemplo en los Virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata) al británico, alemán, holandés (en ciertos casos incluso al español peninsular). Lea en cambio cómo todo cambió con los susodichos «patriotas». No necesita leer a españoles, por cierto, lea a colombianos, argentinos, ecuatorianos, peruanos, mejicanos. Y a también ingleses y estadounidenses. En todo caso, historiadores hispanoamericanos no faltan. Solamente en Venezuela faltan —aunque los hay agazapados—, por haber sido el país más devastado por la guerra y el genocidio bolivariano, y por ser el país donde la tesis bolivarista ha dominado más, hasta volverse cultura (pues la nuestra es una historia también escrita por vencedores). Venezuela, en su actual crisis humanitaria, tiene también escasez de historiadores que puedan desprenderse del mito y hablar con libertad. Y el principal grillete es cultural. El país adoptó para seguir su camino a una figura referencial que castró con una revolución injustificada su destino; una que representa en realidad una épica históricamente errada, hoy por hoy sedimentada en un romanticismo marmóreo, que es imperativo romper. Aquí le dejo, para que luche su propia batalla de desintoxicación, una conferencia dictada por un colombiano, llena de estadísticas y fuentes históricas, que le cambiará la ingrata y errática idea que Ud tiene de España: el Reino imperial atípico, generador en vez de depredador, que fue nuestro verdadero país, como oriundos hijos legítimos que fuimos de la antiguamente digna y feliz Provincia de Venezuela; y en cambio, desde hace 200 años, como hijos bastardos, que ahora somos, ilegítimos de la triste República venezolana.

No olvide el casco: youtu.be/daxOqREcTz8

X. P.

miércoles, 15 de enero de 2020

CRIMINAL UNIVERSAL


CRIMINAL UNIVERSAL
Por Xavier Padilla

¡Cojan palco! Vean a Bolívar MENTIR por escrito, negando jamás haberse cometido bajo su mando crímenes como los que le son reclamados el 28 de noviembre 1814, y por los cuales, en su respuesta firmada, encima protesta. Pero no contaba con la inteligencia de José Domingo Díaz, quien obtiene las pruebas y publica todo, 6 meses más tarde, en la Gaceta de Caracas:

GACETA DE CARACAS (N° 14) DEL MIERCOLES 2 DE MAYO DE 1815.
VENEZUELA. CARACAS

[Redactada por José Domingo Díaz, a quien leemos a continuación:]

Es muy digno de ponerse a la consideración del público el oficio siguiente: [escrito por Simón Bolívar en respuesta a un oficio recibido el mismo día, enviado a él por el Ciudadano Secretario de la guerra del Gobierno General, en reclamo por los hechos aludidos]

«Tengo el honor de contestar [escribe Bolívar] el oficio de V. S. de esta fecha en que me participa el suceso de los desgraciados españoles que han sido sacrificados ilegal e injustamente por el oficial encargado de conducirlos a la presencia del general Urdaneta. Este acontecimiento es único en la historia de nuestra milicia, y más extraordinario por su esencia, que por los resultados que de él puedan derivarse. Jamás en Venezuela se ha cometido un acto tan chocante y tan reprehensible... y yo protesto a V. S. que será el último como es el primero. La gloria de la república se ha fundado siempre en la gloria de nuestras armas, y éstas nunca habrían brillado, si los que las llevan no hubiesen sido un raro exemplo de sumisión al Gobierno. Estoy poseído de la más alta indignación por este hecho, que a mis ojos es más escandaloso que cuantos han precedido en nuestra espantosa revolución.
    Las órdenes que V. S. reclama serán mejor cumplidas que dadas. Dios, c. Cuartel general de Tunja 28 de noviembre de 1814. -Simón Bolivar.-C. secretario de la guerra del
Gobierno general.»

[Y ahora comenta José Domingo Díaz]

Venezolanos: en muestro idioma no hay una palabra capaz de expresar suficienfemente esta especie de descaro. Vosotros que fuisteis testigos de sus bárbaras atrocidades, juzgadle.
    Cuando toda la superficie de Venezuela está manchada con la sangre de hombres inocentes y pacíficos sacrificados a su insensata y desmesurada ambición; cuando centenares de familias lloran en la horfandad y la miseria la muerte injusta de sus padres, o de sus esposos; cuando todavía se oyen con lágrimas los nombres de Iparraguirre, Sánchez, Arizurrieta, Madariaga y otros muchos que merecieron el aprecio universal por la bondad y dulzura de sus costumbres, ¿te atreves, Inhumano, a decir a la faz del mundo que: jamás en Venezuela se ha cometido un acto tan chocante y reprehensible, ni sido sacrificados los españoles ilegal e injustamente?
    ¿Te has olvidado acaso de la inmensa y horrible serie de crímenes con que llenaste los once meses de tu usurpacion, e hiciste desaparecer a tantos hombres dignos de mejor suerte? ¿No eres tú mismo aquel a quien dije desde la isla de Curazao en 30 de sep-
tiembre de 1813 “Sí: has cumplido con exactitud ese convenio insolente. Desde vuestras pobres y ensangrentadas sepulturas en que ya descansáis, hablad vosotras cenizas raspetables de más de cuatrocientas víctimas que habéis sido sacrificadas a la ambicion más desenfrenada, en medio de los insultos más atrevidos. Hablad vosotros innumerables españoles que gemís en las bóvedas de La-Guayra, después de haber sido públicamente robados por el depositario de vuestra libertad. Y vosotros que ya descansáis para siempre de vuestros males, después de la agonía de una muerte pérfida conducidos al hospital de aquel puerlo, cuya santidad e inmunidad jamás vio pueblo alguno, hablad también y publicad cuáles fueron vuestras últimas agonías.”?
    ¿No eres tú mismo a quien dije en 24 de diciembre del mismo año: ”Tú sí, hombre cruel, que en el furor de tu desenfrenada ambición has ejercido por medio de tus más crueles ministros cuantos actos de inhumanidad han podido inventar la rabia, el temor y la venganza. Vuelve los ojos a esas estrechas prisiones de La-Guayra, en donde tienes sepultados todos los europeos y canarios que se libertaron del asesinato con que señalaste tu entrada, y todas las tropas que entregaron las armas bajo la salvaguardia de un tratado. Mira a cada dos con un par de grillos: con ese nuevo e inaudito género de tormento, en donde las incomodidades del uno se hacen comunes al otro, y en donde se ha visto ya tener un cadáver por compañero inseparable de muchas horas. Mira esa multitud de hombres venerables, cuyas costumbres y beneficencia han honrado a nuestra patria, desnudos, desollados por el calor, respirando una atmósfera ya pestilencial, traspasados de hambre, cubiertos de miseria. Mira ese alimento que les franqueas: ese groserísimo alimento de pocas onzas de legumbres, y otras pocas de plátanos. Mira comerlo mezclado con sus elocuentes lágrimas a esos mismos que en otro tiempo franquearon sus caudales para que vuestros colegas fuesen tratados con abundancia en esas propias prisiones. Mira esa multitud de honrados, cuyas espaldas has despedazado con azotes, bañados en llanto, más por esta ingratitud que por sus dolores. Mira, en fin, ese crecido número de cadáveres que diariamente salen de las mazmorras, llevando en sus negros y desfigurados semblantes la verdadera imagen del criminal que los ha sacrifcado. ¡0h compatriotas, cuya probidad y rubor todavía existen a pesar de tan funestos ejemplos, volved también vuestros ojos para
compadecer a las víctimas, y maldecir al tirano!”?
¿Qué respondiste entonces? ¿Qué respondieron tus bajísimos aduladores? Dí. Ni tú hiciste, ni ellos hiciéron otra cosa que llenar tu miserable gaceta con calunnias e injurias las más atroces e indecentes. Se dirigieron a mi persona, y se desentendieron aun de poner en duda los crímenes que para que fuesen tú y ellos conocidos, yo presentaba a todo el mundo. Los confesaste con tu silencio; aunque no podías negarlos delante de un pueblo que los miraba.
    ¿Qué ejecutaste cuando las victoriosas tropas de Boves hicieron desaparecer por la primera vez en La-Puerta las que mandaba Campo Elías? ¿Qué hiciste? Dí. ¿Te has olvidado acaso de tu famosa orden de 8 de febrero? ¿De aquel rasgo de cobarde ferocidad a que no igualaron Tiberio ni Calígula? ¿Vives tranquilo, o a todas horas no se presenta a tu memoria esa orden del asesinato universal?
    Inhumano, que ahora lleno de una grosera hipocresía te presentas entre los pueblos de Santafé negando las maldades con que desolaste nuestra patria: tú fuiste quien presentó al universo las sangrientísimas escenas de febrero. Tú fuiste, tú que ahora ło niegas, quien hizo morir de los modos más inauditos y escandalosos tantos centenares de hombres inocentes: a nuestros amigos, a nuestros conocidos, nuestros más apreciados. Tú quien dejaste tantas viudas y huérfanos miserables y desconsolados. Tú quien hizo a
Venezuela el objeto de abominación de todos los hombres.
    Bárbaro: yo he nacido como tú en este suelo desgraciado: siento todos sus males como quien más puede sentirlos: y siendo tu conocimiento uno de sus principales remedios, no descansaré mientras no te conozcan todos.
    Pueblos sencillos de Santafé, que abrigáis el más cruel de todos los hombres, leed en los siguientes documentos su corazón, la verdad que merecen sus palabras, y la suerte que os espera.

[A continuación José Domingo Díaz pública los partes de guerra enviados a Bolívar por su subordinado, Leandro Palacio, comandante general de la Provincia. Dichos partes corresponden a esta orden de Bolívar: «Señor Comandante de La Guaira, ciudadano José Leandro Palacios. Por el oficio de US. de 4 del actual, que acabo de recibir, me impongo de las críticas circunstancias en que se encuentra esa plaza con poca guarnición y un crecido número de presos. En su consecuencia, ordeno a US. que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
Cuartel General Libertador en Valencia, 8 de febrero de 1814. 2°, a las ocho de la noche.
SIMÓN BOLÍVAR.”]

[LOS PARTES]

No 116. — En obedecimiento a orden expresa del Excmo. Sr. General-Libertador para que sean decapitados todos los presos españoles y canarios reclusos en las bóvedas de este puerto, se ha comenzado la ejecución pasándose por las armas esta noche ciento de ellos. Y lo comunico a V. S. para su inteligencia. Dios, &c. Guayra 13 de febrero de 1814. 4.° y 2.° -Leandro Palacio. —C. comandante general de la provincia.

N.° 119. — Ayer tarde fueron decapitados ciento cincuenta hombres de los españoles y canarios encerrados en las bovedas de este puerto, y entre hoy y mañana lo será el resto de ellos. Lo participo a V. S. para su inteligencia. Dios, &c. Guayra febrero 14 de 1814, 4.° y 2.° -Leandro Palacio. C. comandante general de la provincia.

N.123. — Ayer tarde fueron decapitados doscientos quarenta y siete españoles y canarios, y sólo quedan en el hospital veintiún enfermos, y en las bóvedas ciento y ocho criollos. Lo participo a V. S. para su inteligencia. Dios, &c. Guayra 15 de febrero de 1814, 4.° y 2.° -Leandro Palacio.-C. comandante general de la provincia.

N° 126. — Hoy se han decapitado los españoles y canarios que estaban por enfermos en el hospital, último resto de
los comprehendidos en la orden de S. E. Lo que participo V. S. para su inteligencia. Dios, &c. Guayra febrero 16 de 1814, 4. y2.° -Leandro Palacio.-C. comandante general de la provincia.
    Se servirá V. S. elevar la consideracion del Excmo. general en gefe, que la orden comunicada por V. S. con fecha del 18 de este mes se halla cumplida, habiéndose pasado por las armas, tanto aquí como en La-Guayra, todos los españoles y canarios que se hallaban presos en número de más de ochocientos, contando los que se han podido recoger de los que se hallaban ocultos. Pero habiéndose presentado a este gobierno y al político un número de ciudadanos beneméritos garantizando la conducta de varios de los individuos, que según la citada orden de 8 de febrero debían ser decapitados, he creído deber condescender para evitar qualquiera entorpecimiento en el cumplimiento de la dicha órden, esperando las ulteriores
disposiciones de S. E.
    Incluyo à V. S. copia del oficio que he pasado sobre este particular al C. gobernador político, y la lista que me ha remitido a fin de que determine S. E. lo que tenga por conveniente. —Dios, &c. Caracas 25 de febrero de 1814, 4.° y 2.°
(*) -C. secretario de la guerra.
(* Este oficio está sin firma. Al margen tiene lo siguiente: S. Mateo, marzo 3: Enterado: al C. secretario de gracia y Justicia. ≈Montilla. ≈Fue un olvido la falta de firma, y debe ser de Arismendi, entonces gobernador militar de
esta ciudad.)

[Prosigue a comentar José Domingo Díaz]

Cruel, esta es tu obra, estas tus hazañas, tus glorias militares. Huyes en el campo entregando tus soldados al arbitrio de tus vencedores, y asesinas fríamente en los pueblos a los hombres indefensos y pacíficos. Allí sacrificas a tu ambición tus sencillos compatriotas, y aquí a tu temor y a tu codicia los que por tantos años han sido tus conciudadanos. Esta es tu obra: la obra de tu
brutal y detestable política.
Jamás en Venezuela, dices, se ha visto, &c. Impudente: responde. ¿A qué fin publicó por tu orden tu ministro Muñoz Tébar su manifiesto de febrero de 1814? ¿Qué contenía? ¿Qué procuraba justificar con sus pueriles, falsas e insignificantes razones? ¿Te has olvidado acaso de este escrito que pubicaste, y que todo el mundo ha visto? Acuérdate. Pensaste con él dar algún colorido de racionalidad a tus bárbaras atrocidades.
    ¿Qué fin tuvieron los infelices enfermos y heridos, que a su retirada de Bocachico dejó el valiente Boves en los hospitales de la villa de Cura? Acuérdate. Un oficial tuyo los asesinó en sus mismas camas, sin que su situación fuese bastante a detener el brazo de aquel digno compañero de tus maldades.
    ¿Dónde están los desgraciados que después de muchos meses de las más horribles prisiones, sufridas contra tus palabras y juramentos, y en desprecio de solemnes tratados y promesas mandaste que fuesen conducidos a la plaza de Puerto Cabello para ser allí cangeados? ¿Qué se hicieron? ¿Cuántos se cangeáron? Acuérdate: veintidos: los demás, o fueron asesinados en los caminos, o perecieron de hambre, de insultos y fatigas.
    ¿Qué se hicieron 200 enfermos que se hallaban el 28 de enero último en los hospitales de Guasdualito, cuando tus agentes estuvieron pocas horas apoderados de aquel pueblo? Acuérdate: sus cabezas fueron conducidas a Pore. Por ellas hubo regocijos y fiestas públicas: y aquel nefando asesinato que solo tú y tus viles aduladores pudieron aprobar, fue celebrado como el triunfo del valor.
    Has desolado nuestra patria: has hecho degollar, o degollado la juventud de Venezuela: se han destruido sus pueblos, quemado sus campos, y aniquilado su comercio. Esta es tu obra. Ve aquí tus proezas: no lo niegas : tú mismo la llamas ‘nuestra espantosa revolución.’ Sí: tuya es; glóriate de ver los caminos públicos cubiertos de esqueletos, y familias enteras desaparecidas, o en la indigencia. Algún día cuando la eterna sabiduría que te conserva para castigo de los pueblos haya llenado sus incomprehensibles designios, entonces cayendo sobre ti todo el peso de su justicia expiaras tus horribles crímenes, como han expiado los suyos muchos de tus cólegas. Tiembla: ese día terrible ya se acerca: e ¡infeliz de ti si entre tanto vives tranquilo sin que la sombra de tus innumerables víctimas no te persiga a todas horas!
    Esos desgraciados pueblos de Santafé que Dios ciega para que no te comozcan, ni recuerden tu primitiva conducta hacia ellos, digna por lo menos de su desprecio; esos pueblos comienzan a ser la presa de tu ambición. Les das ya en recompensa de su credulidad los males que te son inseparables, y muy en breve toda la superficie de su territorio presentaría el mismo espectáculo a que has reducido nuestra patria, si el mejor de todos los reyes no hubiese dado una ojeada de compasion sobre ellos, y nosotros. Doce mil hombres de los que vencieron a Napoleón Bonaparte en tantas batallas, y de quienes cuando los desprecias, tiemblas, y algunos otros miles de aquellos cuya ferocidad ya conoces, van a arrancar de tus manos parricidas esa incauta presa que devoras, y con cuya sangre te saboreas. Se ha pasado ya el tiempo de tus imposturas: poco importa tu hipocresía, menos tu descaro, aun menos tu desesperación. Sabes que la sangre inocente que derramaste, va a ser vengada dignamente. Sábelo; y cuando veas los leones que despedazaron las águilas de Bonaparte: cruel, tiembla.

Caracas abril 30 de 1815. —José Domingo Díaz.
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A continuación, las fotos de la Gaceta original.

X. P.