domingo, 21 de julio de 2019

¿ESPAÑA OSCURANTISTA?


¿ESPAÑA OSCURANTISTA?

Por Xavier Padilla

¿España lo más atrasado y lo menos inteligente de Europa? Era lo dicho por Arturo Uslar Pietri, eurocentrista, protestante, erudito pero propagador de la leyenda negra anti española, no casualmente nieto de un mercenario alemán reclutado por Bolívar, junto a otros 200 en Hamburgo, para combatir a los ejércitos del pueblo venezolano levantado en armas contra el proyecto secesionista de la minoría mantuana.

La universidad de Salamanca, era la tercera Universidad más antigua de Europa, especializada en ciencias jurídicas, y fue la primera en el mundo en ofrecer una biblioteca pública. Las otras dos, las de Oxford y París, se especializaban en teología y artes. Pero ese aparato de propaganda que es la leyenda negra anti española hace creer que la universidad más teológica y menos científica era la española. Algo muy útil para asociarla con la inquisición y un supuesto genocidio indígena.

La leyenda negra emergió como una subcultura que devino gradualmente LA cultura dominante, portadora y reproductora del mito más anti histórico de Occidente. Tal concepción de España está hoy tan sedimentada en la sociedad globalizada que puede compararse al paradigma geocéntrico que dominaba al mundo en el medioevo.

Lo cierto es que el imperio español fue todo lo contrario de retrógrado y oscurantista. Porque no se puede llamar así a una conquista que apenas en 45 años plantó ya su primera Universidad (en 1538, en La Española), y dos universidades más 13 años más tarde (en 1551, en Perú y Méjico); luego otra en 1586, en Ecuador; en 1613, en Córdoba, Argentina; en 1623, en Santa Fe, Colombia; en 1624, en Chuquisaca, actual Bolivia; en 1647, en Chile; en 1676, en Guatemala; en 1692, en Cusco, Perú; en 1721, en Caracas; en 1728, en Habana; etc etc... En total 30 universidades fundadas por la Corona, hasta la bárbara irrupción del supuesto independentismo ilustrado, en 1810. Es decir, un promedio de una nueva Universidad por década desde la llegada de Colón. Vaya ejemplo de oscurantismo.

¿Pero se puede saber cuántas universidades fundaron los otros imperios en sus colonias americanas? Gran Bretaña, por ejemplo, no fundó su primera universidad en el actual Estados Unidos sino en 1636 (Harvard), es decir, 98 años más tarde que la primera Universidad fundada por España en sus Provincias (que no «colonias»); y la segunda que fundó fue 53 años más tarde, en 1693 (o sea, 142 años después de las 2 segundas fundadas por España).

En cuanto a las Universidades fundadas por los imperios francés, holandés, británico, portugués y alemán en sus colonias del Nuevo Mundo caribeño y continental, hubo que esperar hasta 1820 por la primera Universidad francesa; 1909 por la portuguesa; 1948 por la británica; y 1979 por la holandesa (la alemana nunca llegó).

¡Vaya luces y progreso...! 

X. P.

viernes, 19 de julio de 2019

SÓLO NUESTRA HISPANIDAD PODRÁ SALVARNOS


SÓLO NUESTRA HISPANIDAD PODRÁ SALVARNOS

Por Xavier Padilla


En 2020, todos los venezolanos seguimos siendo españoles. La grandeza de un imperio generador de vida, cultura y prosperidad, no se acaba con una independencia postiza, impuesta por vía conspirativa, ideológica, fratricida. Ni en 200 años, ni al cabo de 1000 más.

La fuerza de una cultura poliédrica, sustentada en la lengua común, la diversidad de orígenes y la unión de mundos, es prácticamente inmortal, trasciende toda maniobra oportunista. El discurso antimonárquico y antiimperialista de Bolívar fue un republicanismo tan falto de credibilidad que el proyecto de su codiciada República pasaba por someterla a los designios de otras coronas e imperios. No podemos acordarle ninguna ingenuidad a la ambición de nuestros «próceres».

Nuestra independencia no fue siquiera el romántico error de una élite idealista, fue en cambio, como todos los documentos lo indican (incluyendo la famosa Carta de Jamaica), una consciente patraña mantuana, rica en hipocresía. Léase dicha epístola como un burdo argumento de venta remojado en retórica libertaria, la solicitud descarada de favores británicos para un repartimiento comercial ulterior. No sé qué mente saturnina pueda ver en tal documento una obra visionaria de filosofía política.

Los herederos de dicha revolución sofista, para completar una traición que llamaron República, un secuestro que llamaron Libertad y una violación que llamaron Independencia, quisieron hacernos bastardos obligados, hijos de Bolívar, un burdo «colectivo» a caballo. Pero somos anteriores a su republiqueta mantuana, bárbara y pre-chavista.

Esta falsa identidad republicana que hoy portamos los venezolanos, que comenzó con el sometimiento de los abuelos de nuestros abuelos al culto de la independencia tras la barbarie secesionista, está condenada a caer estruendosamente como un edificio de yeso. A 200 años de la bufa comedia, los venezolanos estamos por experimentar un despertar cataclismático.

Saber quiénes somos históricamente explicará también, de cabo a rabo, ese elixir de viveza criolla y desgracia que es el chavismo. El reencuentro con nuestra hispanidad profunda es inevitable y sacudirá los cimientos de ambos montajes antiimperialistas de ayer y hoy. Con la actual tiranía, ya podemos constatar que nosotros mismos, por haberla producido en el siglo XXI, somos forzosamente producto, como sociedad, de una aberración anterior, puesto que nada sale de la nada. Es lógico que algo muy similar al chavismo tiene que habernos ocurrido en el pasado.

Para convencernos está por supuesto toda una documentación histórica, pero también el lógico ejercicio responsable de la inferencia. Basta con mirar hacia atrás en busca de algún hito u evento determinante, toparnos con el episodio más relevante (la independencia) y preguntarnos: ¿pero fue realmente algo tan bueno, puro y sano? Y si lo fue, ¿cómo es que una crueldad similar a la del yugo del cual nos liberamos (y que sólo sería inversamente comparable a la bondad del “Libertador”) puede emerger desde nosotros ya como nación libre en pleno siglo XXI? ¿No será que...?

Difícil sostener que una nación ya liberada de la crueldad que la subyugaba pueda reproducir, de la nada, una crueldad semejante. ¿No será la misma? ¿Y no pone ello, de por sí, siquiera en duda de qué lado se encontraba en efecto la barbarie?

No quiero imaginar lo que hubiéramos sido sin el aciago triunfo de la sedición mantuana, el desarrollo que tendría hoy nuestra colosal América hispana, una sola nación en vez de veinte, no una parranda de fincas bananeras, sodomizadas con populismo y reguetón. Estos 200 años son un gris segmento de atraso, republicanismo bastardo e independencia inconsulta.

Allá quienes se contentan con buscar lo bueno en todo y terminan convalidando cualquier ultraje histórico, atribuyéndoselo a no sé qué pasatiempo del destino. Se quiera o no, el chavismo es un elocuente coletazo de un error inicial, no veinteañero sino bicentenario. Henos ahora pobres, abandonados, descompuestos en un mundo que no pierde el sueño por nosotros, y al que más conviene nuestra quasi indigencia, que tenernos fuertes y soberanos.

He allí que sólo nuestra hispanidad podrá salvarnos. ‪¿No habría que hacerle entender, pues, a cada venezolano su Real grandeza: que es tan español como El Cid Campeador, para aplastar a mil tiranos?‬

‪X. P.‬

viernes, 12 de julio de 2019

LA HISTORIA REAL DE LA «INDEPENDENCIA» DE VENEZUELA



LA HISTORIA REAL DE LA «INDEPENDENCIA» DE VENEZUELA

Por Xavier Padilla

¿ACTA DE INDEPENDENCIA?
¿EN 1811?
¿LANZAMIENTO DEL YUGO?
¿REPÚBLICA DE VENEZUELA?

¡N I   E N   B R O M A!


En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos MUCHACHITOS afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
    Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución Bolivariana (la original) había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos decretado por el rey Carlos III. Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano, muy minoritario.
    En 1810, con esta revolución pseudo-patriota, nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia, sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, triste y abusada.
    Venezuela, si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque el país al cual pertenecía no era otro que España, el más grande y rico del planeta. Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia, hacía las veces del dólar actual y era la referencia incluso en el comercio asiático.
    Los venezolanos éramos parte del país más extenso de la Tierra, en el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska. Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
    Pero España fue objeto de una conspiración múltiple, atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por Bolívar y San Martín, ambos en alianza con esos países, con los que negociaron ingentes cantidades de riquezas del continente. Así montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Pero no para liberarnos de una ocupación, sino ocuparnos.
    Se enfrentaron a una población local, orgullosa y leal a la Corona, compuesta de las clases populares, incluyendo la aborigen y la esclava. Y es que antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos eran españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo. Por eso no sólo había negros voluntarios en el ejército español, sino incluso negros Oficiales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aún más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también Oficiales.
    Los ejércitos de la Corona en el continente apenas contaban con ibéricos, estaban conformados casi totalmente por americanos. Pero fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región, en un momento en que debieron defender a nuestro reino, primera potencia del mundo, gracias al cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
    Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, 10 años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta». La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda, la gran mentira con que todos en la Venezuela republicana posterior fuimos entonces adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela. Curiosamente, a nuestro himno le ocurre tener un aire de canción de cuna. Al parecer de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra.
    La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales y utilizada intramuros en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie, y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había sido, precisamente, la gran obra del reino.
    El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en 20 republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje.
    Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras, subastadas por los revolucionarios y compradas por nada por los propios subastadores, mantuanos secesionistas. Las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo, las guerras continuaron, pero ahora entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó la región al atraso.
    Después de la «independencia», estas guerras que caracterizaron al siglo XIX se hicieron terribles hacia el final del mismo. Luego, en el XX, apareció el petróleo, un preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido y de que había un futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas, y no tanto la riqueza.
    Con mucho menos recursos, en otros países y regiones del mundo se produjo y se sigue produciendo infinitamente más riqueza que en Venezuela.
    Todas las élites empoderadas desde la independencia le deben pues su poder a Bolívar, el bandido que les dejó un país para su disfrute personal. He ahí el verdadero significado de la «sublime Libertad». Por eso todos los gobiernos posteriores a Bolívar —no sólo el régimen chavista— obviamente le han rendido culto. «Bolívar, el padre de la patria». La patria de cómplices. La de todos sus herederos. La patria suya, DE ellos.
    Venezuela debe, pues, después de este último Estado forajido bolivariano y de su predecesor, el bolivarista de 200 años, ser fundada sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse por primera vez como República (ya que no podemos esperar a que estén dadas las condiciones de reintegración al reino originario); es decir, no como 6ta, sino como 1ra República, tarea coherente a cumplir por aquellos que ganen la guerra contra la actual tiranía.
   ¿Pero tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán aún muchos años antes de que sepan quiénes originalmente somos, seguirán adorando a Bolívar en sus plazas, y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.

X. P.