viernes, 19 de julio de 2019

SÓLO NUESTRA HISPANIDAD PODRÁ SALVARNOS


SÓLO NUESTRA HISPANIDAD PODRÁ SALVARNOS

Por Xavier Padilla


En 2020, todos los venezolanos seguimos siendo españoles. La grandeza de un imperio generador de vida, cultura y prosperidad, no se acaba con una independencia postiza, impuesta por vía conspirativa, ideológica, fratricida. Ni en 200 años, ni al cabo de 1000 más.

La fuerza de una cultura poliédrica, sustentada en la lengua común, la diversidad de orígenes y la unión de mundos, es prácticamente inmortal, trasciende toda maniobra oportunista. El discurso antimonárquico y antiimperialista de Bolívar fue un republicanismo tan falto de credibilidad que el proyecto de su codiciada República pasaba por someterla a los designios de otras coronas e imperios. No podemos acordarle ninguna ingenuidad a la ambición de nuestros «próceres».

Nuestra independencia no fue siquiera el romántico error de una élite idealista, fue en cambio, como todos los documentos lo indican (incluyendo la famosa Carta de Jamaica), una consciente patraña mantuana, rica en hipocresía. Léase dicha epístola como un burdo argumento de venta remojado en retórica libertaria, la solicitud descarada de favores británicos para un repartimiento comercial ulterior. No sé qué mente saturnina pueda ver en tal documento una obra visionaria de filosofía política.

Los herederos de dicha revolución sofista, para completar una traición que llamaron República, un secuestro que llamaron Libertad y una violación que llamaron Independencia, quisieron hacernos bastardos obligados, hijos de Bolívar, un burdo «colectivo» a caballo. Pero somos anteriores a su republiqueta mantuana, bárbara y pre-chavista.

Esta falsa identidad republicana que hoy portamos los venezolanos, que comenzó con el sometimiento de los abuelos de nuestros abuelos al culto de la independencia tras la barbarie secesionista, está condenada a caer estruendosamente como un edificio de yeso. A 200 años de la bufa comedia, los venezolanos estamos por experimentar un despertar cataclismático.

Saber quiénes somos históricamente explicará también, de cabo a rabo, ese elixir de viveza criolla y desgracia que es el chavismo. El reencuentro con nuestra hispanidad profunda es inevitable y sacudirá los cimientos de ambos montajes antiimperialistas de ayer y hoy. Con la actual tiranía, ya podemos constatar que nosotros mismos, por haberla producido en el siglo XXI, somos forzosamente producto, como sociedad, de una aberración anterior, puesto que nada sale de la nada. Es lógico que algo muy similar al chavismo tiene que habernos ocurrido en el pasado.

Para convencernos está por supuesto toda una documentación histórica, pero también el lógico ejercicio responsable de la inferencia. Basta con mirar hacia atrás en busca de algún hito u evento determinante, toparnos con el episodio más relevante (la independencia) y preguntarnos: ¿pero fue realmente algo tan bueno, puro y sano? Y si lo fue, ¿cómo es que una crueldad similar a la del yugo del cual nos liberamos (y que sólo sería inversamente comparable a la bondad del “Libertador”) puede emerger desde nosotros ya como nación libre en pleno siglo XXI? ¿No será que...?

Difícil sostener que una nación ya liberada de la crueldad que la subyugaba pueda reproducir, de la nada, una crueldad semejante. ¿No será la misma? ¿Y no pone ello, de por sí, siquiera en duda de qué lado se encontraba en efecto la barbarie?

No quiero imaginar lo que hubiéramos sido sin el aciago triunfo de la sedición mantuana, el desarrollo que tendría hoy nuestra colosal América hispana, una sola nación en vez de veinte, no una parranda de fincas bananeras, sodomizadas con populismo y reguetón. Estos 200 años son un gris segmento de atraso, republicanismo bastardo e independencia inconsulta.

Allá quienes se contentan con buscar lo bueno en todo y terminan convalidando cualquier ultraje histórico, atribuyéndoselo a no sé qué pasatiempo del destino. Se quiera o no, el chavismo es un elocuente coletazo de un error inicial, no veinteañero sino bicentenario. Henos ahora pobres, abandonados, descompuestos en un mundo que no pierde el sueño por nosotros, y al que más conviene nuestra quasi indigencia, que tenernos fuertes y soberanos.

He allí que sólo nuestra hispanidad podrá salvarnos. ‪¿No habría que hacerle entender, pues, a cada venezolano su Real grandeza: que es tan español como El Cid Campeador, para aplastar a mil tiranos?‬

‪X. P.‬

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