domingo, 22 de diciembre de 2019

RECUERDOS DEL MAÑANA (Relato ficticio de la diáspora venezolana)


RECUERDOS DEL MAÑANA
(Relato ficticio de la diáspora venezolana)

Por Xavier Padilla


Sabía que me costaría, pero no tanto. Dejar atrás a Venezuela resultó peor de lo que había imaginado. Fue llevarse el corazón partido y atorado en la garganta. Un desgarramiento de los que no se cuentan. De los que no cicatrizan. De los que la distancia transforma en dolencia perpetua.

Blindarse imperaba, dotar al alma con altos malecones para esas grandes olas de aflicción que me esperaban. En tierras ignotas se nos requiere robustos, pragmáticos, capaces de burlar emboscadas de auto abandono y melancolía. Era lo más preocupante, aquella «tibieza» tan nuestra, el riesgo de sucumbir a los efectos del desarraigo.

El país era un «adentro» condenado a volverse más profundo afuera. Recordarlo «demasiado» podía ser paralizante. Dejábamos atrás muchísimo sufrimiento, el cotidiano de nuestros seres queridos que no pudieron —o no quisieron— partir.

Esa siniestra realidad normalizada, ficticiamente llevadera, cómo no transformarse en culpa en quienes pudimos abandonarla… Mis pasos hacia Cúcuta me arrastraban, y yo a una pesada nube de afectos y memorias. El «mal de país» era una conocida causa de fracasos, me urgía hacerme inmune a la nostalgia, darme razones para el desapego. Mi suerte dependía de volverme ciudadano del mundo, hacerme de concreto, no reducirme a un gentilicio.

Debía por fin darle un sentido útil a las razones de nuestra desgracia, reconocer nuestros errores, combatir la auto indulgencia. Por muy cruel y auto flagelante que era decirlo, no habíamos sido un ejemplo de país, más bien creamos uno monstruoso. Lo teníamos que asumir. No éramos inocentes en la casuística de nuestra desgracia, ya en éxodo transformada de bíblicas dimensiones.

Cúcuta, abrevadero de penas, río humano de incertidumbres y clamores, avanzábamos hacia ella como una pandemia de añoranzas, contaminando al continente de suplicios. Pero en el camino acaeció el milagro, mi corazón devino apto: se volvió pensante. Allí me hice verdadero emigrante. Mis pasos se tornaron firmes, sordos a la llantina. Fue el nacimiento de un exilio duro pero digno, longevo, sin chovinismos limosneros. Mi odisea comenzaba así con el peligro de los sentimentalismos patrios resuelto; los mismos que Venezuela vencería poco después y que, ya tan galvanizada como yo  frente a ellos, le permitieron salvarse. Porque también ella devino apta, pensante, y ahora es el tirano el emigrante.

¿Quién lo echó, sino aquel prodigioso desapego que los venezolanos al cabo de tantos estériles rodeos supieron demostrar hacia sí mismos? La clave estuvo en la misma estoica indiferencia que nos obligó a los expatriados a «desamar estratégicamente» a nuestro país para hacernos fuertes y estar «a la altura» del mundo, sin berrinches lastimeros. A nuestra Venezuela también le tocó desamarse, perderle cariño a sus propios pesares, no abusar de su tragedia… Así logró evitar que sus fuerzas se agotasen en pataleos y aullidos infinitos. Fue sólo así que pudimos.

Si no allí aún estuviéramos, ya irreversiblemente adictos al sollozo. Nos tocó abandonar al sensiblero pacifismo, a la Venezuela flácida y plañidera; volvernos esta noble, fuerte y perspicaz que logró armarse de sensatez y desechar sus falaces optimismos con medidas recias. Viva el desapego que nos trajo a esta nueva era, sin ídolos ni ideologías; a esta edad de reglas inquebrantables, sabiamente concebidas. Adiós a la política de feria y sus Estados paternales; a la mojigatería de los vivos.

Bendita esta súbita dureza cutánea de los parias de la diáspora, y sobre todo de los sobrevivientes in situ: nos hizo vencer nuestra legendaria impericia en un paraíso por tanto tiempo inmerecido. Fue sin atávicas malacrianzas, ni siendo demasiado nosotros mismos, que recuperamos a Venezuela, para nunca jamas dejarla.

lunes, 5 de agosto de 2019

JOSÉ DOMINGO DÍAZ LO VIÓ, NO SE LO CONTARON


JOSÉ DOMINGO DÍAZ LO VIÓ, NO SE LO CONTARON 

Por Xavier Padilla 


El relato de este testigo* de lo acaecido en Caracas a comienzos del siglo XIX es extraordinario y debería bastar para producir, él solo, una contra-revolución anti-bolivariana y una refundación de Venezuela. Es el libro tabú de nuestra historia, 350 páginas explosivas a difundir sin moderación, sin duda las más apócrifas para la muy bolivariana Academia Nacional de la Historia de Venezuela. Puede bajarse aquí: https://ia800804.us.archive.org/7/items/A037122/A037122.pdf

Extracto:

“Aquella provincia, la más feliz de todo el universo, había caminado en prosperidad desde su descubrimiento, cuando el comercio libre con los puertos habilitados de estos reinos, concedido por S.M. en 1778, aceleró su hermosa carrera. Cada año se hacía notable por sus asombrosos aumentos, los pueblos existentes veían crecer su población; en los campos establecerse otras nuevas; cubrir la activa mano del labrador la superficie de aquellas montañas hasta entonces cubiertas con las plantas que en ellas había puesto la Creación; reinar la abundancia; no conocerse sino la paz, y formar todos los habitantes de aquel dichoso país una familia unida entre sí con lazos que parecían y debían ser eternos: los de la religión, de la sangre, de las costumbres, del idioma y de la felicidad que gozaban. Yo fui encargado en 1805 por aquel gobierno e Intendencia de formar la estadística de la provincia, y a mi disposición estuvieron para ello todos los archivos de un siglo. En 1778 la población de la capital consistía en dieciocho mil habitantes, y en 1805 en treinta y cinco mil; en este período la agricultura, el comercio y las rentas habían triplicado. Por desgracia, estos mismos bienes trajeron consigo males de unas consecuencias incalculables. Se olvidó por los gobernantes el severo cumplimiento de una de las leyes fundamentales de aquellos dominios, prohibitiva de la introducción de extranjeros, y se encontró en la concurrencia mercantil el medio de relajar el de la de los libros prohibidos. La ignorancia, la  imprecaución, la malicia o la novelería hacían ver entonces como llenas de sabiduría las producciones de aquella gavilla de sediciosos llamados filósofos, que, abrigados en París como en su principal residencia, había medio siglo que trabajaban sin cesar en llevar al cabo su funesta conjuración: la anarquía del g énero humano. El mundo entero estaba anegado con estos pestilentes escritos, y ellos también penetraron en Caracas, y en la casa de una de sus principales familias. Allí fue en donde se oyeron por la primera vez los funestos derechos del hombre, y de donde cundieron sordamente por todos los jóvenes de las numerosas ramas de aquella familia. Encantados con el hermoso lenguaje de los conjurados creyeron que la sabiduría era una propiedad exclusiva para ellos. Allí fue y en aquella época cuando se comenzó a preparar, sin prever los resultados, el campo en que algún día había de desarrollar tan funestamente la semilla que sembraban; y entonces fue también cuando las costumbres y la moral de aquella joven generación comenzó a diferir tan esencialmente de las costumbres y la moral de sus padres. Yo era entonces muy niño, condiscípulo y amigo de muchos de ellos, los vi, los oí, y fui testigo de estas verdades. La Revolución Francesa, sucedida por entonces, fue el triunfo de la conjuración, y el resultado de cien años de maquinaciones. Las escandalosas escenas de aquella época llevaron el asombro y el espanto a todos los pueblos del mundo, aterraron a los hombres de bien con la imagen de un porvenir inconcebible, y exaltaron las cabezas del necio, del presumido ignorante y del hombre perdido, que creía llegado el momento, o de representar en la sociedad un papel que no le pertenecía por sus vicios o su incapacidad, o de adquirir una fortuna a costa de los demás.”

José Domingo Díaz, “Recuerdos de la Rebelión de Caracas,” 1829

* “Testigo ocular de la revolución de Venezuela en casi todos sus acontecimientos: condiscípulo, amigo o conocido de sus execrables autores y de sus principales agentes; y el solo colocado en una posición capaz de haber penetrado sus fines y sus más ocultos designios, debo a mi Soberano, al honor de la nación española, al bien estar del género humano, al interés de mi patria y al de mí mismo, recordar, reunir y publicar sucesos que comprueban la injusticia, el escándalo, la bajeza y la insensatez de aquella funesta rebelión, y que deberán servir algún día para su historia.”

X. P.

LASTRE TRASCENDENTAL


LASTRE TRASCENDENTAL 

Por Xavier Padilla


¿Verdad que al oír la palabra «independencia» suponemos instantáneamente la existencia de un imperio cruel? Usarla en vez de «secesión» era triunfar en el plano de la propaganda (fraudulenta). Independencia, libertad, son palabras que comportan valores positivos, perfectas para mentir.

Bueno, el venezolano está tan embaucado con esa propaganda que cree inconscientemente que su país ES la «cuna de la libertad». Y que Bolívar le dio pedigrí de cuna. Se siente superior. Además, su exuberante naturaleza encima le dio el petróleo. Y ahí tenemos, con el presente desastre, cómo terminan todos los fiascos.

Esto es realmente el fin de la supuesta República, si es que alguna vez la hubo.

La mentada «superioridad» es tan fuerte que brota patéticamente en el éxodo actual con banderitas, gorras y demás pueril parafernalia; pero también en canciones y toda la sensiblería simbólica de una patraña inicial ignorada por todos, de la cual somos vehículo ideal, aun en la miseria. 

Muchos incluso han hecho un comercio de dicho infortunio, transformándolo en campañas plañideras, en apelación a la lástima. Otros en auto promoción artística y los residentes con antigüedad en servicios nacionales al emigrante. La viveza criolla trasciende siglos y diásporas.

Es la misma viveza criolla de los criollos separatistas de 1810, con la cual se fundó Venezuela en República por la fuerza y por traición. Una viveza que luego se hizo oficial a través de mitologías libertarias y de una educación adulterada.

El tamaño de la farsa se mide por el presente.

La farsa comenzó en el XIX, con el oportunismo de una minoría megalómana y resentida. Un antiimperialismo de cartón, tan excusatorio como el chavista. Las mismas causas produciendo los mismos efectos, y ninguna verdadera novedad.

X. P.


domingo, 4 de agosto de 2019

EL ATILA DE AMÉRICA


EL ATILA DE AMÉRICA

Por Xavier Padilla 


Bolívar en carta a Santander el 7 de enero de 1824: «...me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor». Ante tales confidencias, difícil luego no establecer una relación de causa-efecto entre estos extraños padecimientos y el hecho de que el sujeto era en realidad un verdadero azote.
Nos cuenta Pablo Victoria que en agosto de 1813 Bolívar arrasó pueblos enteros, pasando por las armas a todos los españoles y canarios que en ellos habitaban. En septiembre decretó reclutamiento y ejecutó a todos los que se negaron. Ejecutó a 69 españoles sin juicio. En diciembre derrotó al ejército realista en Acarigua y ejecutó a 600 prisioneros. El 8 de febrero de 1814 ordenó ejecutar a aproximadamente 1200 prisioneros civiles de La Guaira, Caracas y Valencia.

Y así fue, año tras año, desangrando a su paso a una nueva civilización. También asesinó a los náufragos de un barco español en Margarita. Saqueó y asesinó en Santa Fe. Mató a los prisioneros de la batalla de Boyacá, otra en la que la totalidad del ejército realista estaba compuesta por americanos exclusivamente. El Che Guevara es un niño de pecho.

Pero para redondearnos la falsa imagen que tenemos de este Atila de América, nos han contado que debido a su gran humanidad no sólo murió de tristeza, sino pobre, sin siquiera una camisa que ponerse. No es precisamente, sin embargo, lo que deducimos a la lectura del inventario levantado por su sobrino, Fernando Bolívar, y su mayordomo, José Palacio: «el “Libertador” tenía consigo al momento de su muerte 677 onzas de oro, una vajilla de oro macizo con 95 piezas, otra de platino con 38 y una tercera de plata martillada con 200 piezas. También tenía 36 baúles con ropa de uso personal, docenas de camisas, un baúl con 35 medallas de oro y 471 de plata, 95 cuchillos y tenedores de oro, joyas con piedras preciosas y varias espadas de oro con brillantes, amén de una pensión vitalicia de 30.000 pesos anuales (3 millones de euros aprox.) que le concedió y entregó el Congreso Constituyente de Colombia cuando partió para Cartagena en 1830, en vísperas de su muerte».

Al parecer con esta sola pensión «le habría alcanzado para vivir decorosamente en Europa, adonde se disponía a marchar». Así que ni tan pobre, pues, ni con dos corazones. Nuestro ídolo de nacimiento, infancia y madurez, nuestro símbolo encarnado de libertad, venimos a descubrir que primero nos asesinó, nos saqueó y nos expropió, para que luego fuésemos tan felices que ni pudiésemos recordar lo triste que fuimos como provincia envidiablemente próspera y apacible del país más grande y rico del planeta. Esas son memorias ciertamente muy pero muy duras de recordar, eh? En ello no se equivocó nuestro genocida republicanizador.

Todos los gobiernos subsiguientes (TODOS sin excepción) se encargaron, como buenos subsidiarios del mito, de protegerse su poder con nuestra memoria postiza: que los ojitos del bárbaro nos bendijesen para siempre desde el centro de nuestras plazas, que Carabobo fuese un arcano altar masón a nuestro genocidio, que el aeropuerto principal, las torres del centro y todo lo preponderante, grande y trascendental en el país llevase siempre el nombre del Libertador. Porque nada, nada debemos recordar, ni mucho menos tratar de recuperar...

Pero hete aquí que la gloria de tres siglos puede más que los saraos de dos. Afortunadamente, la era de internet llegó para acceder a la información histórica y difundirla. Esa otra parte jamás contada. Los documentos del transe, de las intenciones de entregar a Gran Bretaña zonas enteras del continente, a cambio de apoyo para llegar él mismo al trono. Estamos hablando del antiimperialista por excelencia, cuya meta no era otra que coronarse Rey de las Américas. Y por tanto Emperador.

Pero los testimonios últimos, de un descaro sin igual, en los que pide a otros –habiendo perdido ya toda posibilidad al trono– que comuniquen a España su voluntad de ponerla nuevamente al mando de las Américas, es como mucho con demasiado oprobio. Habría que ser a posteriori bien bajo de alma –o no poseer una del todo– para pasar del orgulloso Libertador, del adalid antiimperialista, al felón que expresa «que la restauración del dominio de España, por despótico y tiránico que fuera, sería una bendición para Sudamérica puesto que aseguraría su tranquilidad» (William Turner, ministro británico en carta del 27/4/1830 relatando a su gobierno palabras dichas a él por Bolívar).

Todo esto lo dice en en el contexto de un proyecto personal fallido de emperador «a la Bonaparte», que en el ocaso de un desastre genocida vendido de punta a punta como libertario no encuentra mejor postrera patada de ahogado que chantajear a Europa, 4 meses antes, con la perla siguiente reportada a Gran Bretaña por Mr. Bresson (agente nombrado por el gobierno francés para proponer un plan de monarquía para las Américas), según su conversación del 25/1/1830 con Bolívar, en la que éste le espeta: «que si Europa no estaba dispuesta a hacer un esfuerzo, sería mejor que ayudara a España a reconquistarlos y volverlos a colocar en la clase de sus colonias».

Allí mismo también confiesa que él, «si Europa lo hubiese ayudado y no fuera por sus primeros compromisos de liberalismo, habría establecido en todos los países gobiernos que SO MÁSCARA REPUBLICANA se hubieran acercado al poder Real». Un proyecto republicano para esconder uno monárquico, uno antiimperialista para tapar uno imperialista.

Estaba a la orden del día, pues, el gigantesco doble rasero de este señor, descrito por el cura José Torre y Peña como «Con aspecto feroz y amulatado. De pelo negro y muy castaño el bozo. Inquieto siempre y muy afeminado. Delgado el cuerpo y de aire fastidioso. Torpe de lengua, el tono muy grosero; y de mirar turbado y altanero». Y por José Domingo Díaz como  «joven ya conocido por un orgullo insoportable, por una ambición sin término y por un aturdimiento inexplicable».

La bandera de los Derechos del Hombre a disposición del conjurador del Monte Sacro para perpetrar genocidios, empalar civilizaciones. He ahí las bases de nuestra historia republicana, un bárbaro refrito de la guillotina francesa. Una población descabezada, sin memoria, atrapada en una farsa que la aparición del petróleo consiguió postergar (y casi validar), pero que la misma rapiña congénita del abolengo bolivarista también redujo a ese mismo negocio que desde 1810 se quiso llamar Patria. Eso es Venezuela, una hispanidad decapitada.

X. P.

domingo, 21 de julio de 2019

¿ESPAÑA OSCURANTISTA?


¿ESPAÑA OSCURANTISTA?

Por Xavier Padilla

¿España lo más atrasado y lo menos inteligente de Europa? Era lo dicho por Arturo Uslar Pietri, eurocentrista, protestante, erudito pero propagador de la leyenda negra anti española, no casualmente nieto de un mercenario alemán reclutado por Bolívar, junto a otros 200 en Hamburgo, para combatir a los ejércitos del pueblo venezolano levantado en armas contra el proyecto secesionista de la minoría mantuana.

La universidad de Salamanca, era la tercera Universidad más antigua de Europa, especializada en ciencias jurídicas, y fue la primera en el mundo en ofrecer una biblioteca pública. Las otras dos, las de Oxford y París, se especializaban en teología y artes. Pero ese aparato de propaganda que es la leyenda negra anti española hace creer que la universidad más teológica y menos científica era la española. Algo muy útil para asociarla con la inquisición y un supuesto genocidio indígena.

La leyenda negra emergió como una subcultura que devino gradualmente LA cultura dominante, portadora y reproductora del mito más anti histórico de Occidente. Tal concepción de España está hoy tan sedimentada en la sociedad globalizada que puede compararse al paradigma geocéntrico que dominaba al mundo en el medioevo.

Lo cierto es que el imperio español fue todo lo contrario de retrógrado y oscurantista. Porque no se puede llamar así a una conquista que apenas en 45 años plantó ya su primera Universidad (en 1538, en La Española), y dos universidades más 13 años más tarde (en 1551, en Perú y Méjico); luego otra en 1586, en Ecuador; en 1613, en Córdoba, Argentina; en 1623, en Santa Fe, Colombia; en 1624, en Chuquisaca, actual Bolivia; en 1647, en Chile; en 1676, en Guatemala; en 1692, en Cusco, Perú; en 1721, en Caracas; en 1728, en Habana; etc etc... En total 30 universidades fundadas por la Corona, hasta la bárbara irrupción del supuesto independentismo ilustrado, en 1810. Es decir, un promedio de una nueva Universidad por década desde la llegada de Colón. Vaya ejemplo de oscurantismo.

¿Pero se puede saber cuántas universidades fundaron los otros imperios en sus colonias americanas? Gran Bretaña, por ejemplo, no fundó su primera universidad en el actual Estados Unidos sino en 1636 (Harvard), es decir, 98 años más tarde que la primera Universidad fundada por España en sus Provincias (que no «colonias»); y la segunda que fundó fue 53 años más tarde, en 1693 (o sea, 142 años después de las 2 segundas fundadas por España).

En cuanto a las Universidades fundadas por los imperios francés, holandés, británico, portugués y alemán en sus colonias del Nuevo Mundo caribeño y continental, hubo que esperar hasta 1820 por la primera Universidad francesa; 1909 por la portuguesa; 1948 por la británica; y 1979 por la holandesa (la alemana nunca llegó).

¡Vaya luces y progreso...! 

X. P.

viernes, 19 de julio de 2019

SÓLO NUESTRA HISPANIDAD PODRÁ SALVARNOS


SÓLO NUESTRA HISPANIDAD PODRÁ SALVARNOS

Por Xavier Padilla


En 2020, todos los venezolanos seguimos siendo españoles. La grandeza de un imperio generador de vida, cultura y prosperidad, no se acaba con una independencia postiza, impuesta por vía conspirativa, ideológica, fratricida. Ni en 200 años, ni al cabo de 1000 más.

La fuerza de una cultura poliédrica, sustentada en la lengua común, la diversidad de orígenes y la unión de mundos, es prácticamente inmortal, trasciende toda maniobra oportunista. El discurso antimonárquico y antiimperialista de Bolívar fue un republicanismo tan falto de credibilidad que el proyecto de su codiciada República pasaba por someterla a los designios de otras coronas e imperios. No podemos acordarle ninguna ingenuidad a la ambición de nuestros «próceres».

Nuestra independencia no fue siquiera el romántico error de una élite idealista, fue en cambio, como todos los documentos lo indican (incluyendo la famosa Carta de Jamaica), una consciente patraña mantuana, rica en hipocresía. Léase dicha epístola como un burdo argumento de venta remojado en retórica libertaria, la solicitud descarada de favores británicos para un repartimiento comercial ulterior. No sé qué mente saturnina pueda ver en tal documento una obra visionaria de filosofía política.

Los herederos de dicha revolución sofista, para completar una traición que llamaron República, un secuestro que llamaron Libertad y una violación que llamaron Independencia, quisieron hacernos bastardos obligados, hijos de Bolívar, un burdo «colectivo» a caballo. Pero somos anteriores a su republiqueta mantuana, bárbara y pre-chavista.

Esta falsa identidad republicana que hoy portamos los venezolanos, que comenzó con el sometimiento de los abuelos de nuestros abuelos al culto de la independencia tras la barbarie secesionista, está condenada a caer estruendosamente como un edificio de yeso. A 200 años de la bufa comedia, los venezolanos estamos por experimentar un despertar cataclismático.

Saber quiénes somos históricamente explicará también, de cabo a rabo, ese elixir de viveza criolla y desgracia que es el chavismo. El reencuentro con nuestra hispanidad profunda es inevitable y sacudirá los cimientos de ambos montajes antiimperialistas de ayer y hoy. Con la actual tiranía, ya podemos constatar que nosotros mismos, por haberla producido en el siglo XXI, somos forzosamente producto, como sociedad, de una aberración anterior, puesto que nada sale de la nada. Es lógico que algo muy similar al chavismo tiene que habernos ocurrido en el pasado.

Para convencernos está por supuesto toda una documentación histórica, pero también el lógico ejercicio responsable de la inferencia. Basta con mirar hacia atrás en busca de algún hito u evento determinante, toparnos con el episodio más relevante (la independencia) y preguntarnos: ¿pero fue realmente algo tan bueno, puro y sano? Y si lo fue, ¿cómo es que una crueldad similar a la del yugo del cual nos liberamos (y que sólo sería inversamente comparable a la bondad del “Libertador”) puede emerger desde nosotros ya como nación libre en pleno siglo XXI? ¿No será que...?

Difícil sostener que una nación ya liberada de la crueldad que la subyugaba pueda reproducir, de la nada, una crueldad semejante. ¿No será la misma? ¿Y no pone ello, de por sí, siquiera en duda de qué lado se encontraba en efecto la barbarie?

No quiero imaginar lo que hubiéramos sido sin el aciago triunfo de la sedición mantuana, el desarrollo que tendría hoy nuestra colosal América hispana, una sola nación en vez de veinte, no una parranda de fincas bananeras, sodomizadas con populismo y reguetón. Estos 200 años son un gris segmento de atraso, republicanismo bastardo e independencia inconsulta.

Allá quienes se contentan con buscar lo bueno en todo y terminan convalidando cualquier ultraje histórico, atribuyéndoselo a no sé qué pasatiempo del destino. Se quiera o no, el chavismo es un elocuente coletazo de un error inicial, no veinteañero sino bicentenario. Henos ahora pobres, abandonados, descompuestos en un mundo que no pierde el sueño por nosotros, y al que más conviene nuestra quasi indigencia, que tenernos fuertes y soberanos.

He allí que sólo nuestra hispanidad podrá salvarnos. ‪¿No habría que hacerle entender, pues, a cada venezolano su Real grandeza: que es tan español como El Cid Campeador, para aplastar a mil tiranos?‬

‪X. P.‬

viernes, 12 de julio de 2019

LA HISTORIA REAL DE LA «INDEPENDENCIA» DE VENEZUELA



LA HISTORIA REAL DE LA «INDEPENDENCIA» DE VENEZUELA

Por Xavier Padilla

¿ACTA DE INDEPENDENCIA?
¿EN 1811?
¿LANZAMIENTO DEL YUGO?
¿REPÚBLICA DE VENEZUELA?

¡N I   E N   B R O M A!


En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos MUCHACHITOS afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
    Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución Bolivariana (la original) había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos decretado por el rey Carlos III. Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano, muy minoritario.
    En 1810, con esta revolución pseudo-patriota, nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia, sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, triste y abusada.
    Venezuela, si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque el país al cual pertenecía no era otro que España, el más grande y rico del planeta. Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia, hacía las veces del dólar actual y era la referencia incluso en el comercio asiático.
    Los venezolanos éramos parte del país más extenso de la Tierra, en el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska. Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
    Pero España fue objeto de una conspiración múltiple, atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por Bolívar y San Martín, ambos en alianza con esos países, con los que negociaron ingentes cantidades de riquezas del continente. Así montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Pero no para liberarnos de una ocupación, sino ocuparnos.
    Se enfrentaron a una población local, orgullosa y leal a la Corona, compuesta de las clases populares, incluyendo la aborigen y la esclava. Y es que antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos eran españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo. Por eso no sólo había negros voluntarios en el ejército español, sino incluso negros Oficiales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aún más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también Oficiales.
    Los ejércitos de la Corona en el continente apenas contaban con ibéricos, estaban conformados casi totalmente por americanos. Pero fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región, en un momento en que debieron defender a nuestro reino, primera potencia del mundo, gracias al cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
    Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, 10 años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta». La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda, la gran mentira con que todos en la Venezuela republicana posterior fuimos entonces adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela. Curiosamente, a nuestro himno le ocurre tener un aire de canción de cuna. Al parecer de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra.
    La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales y utilizada intramuros en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie, y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había sido, precisamente, la gran obra del reino.
    El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en 20 republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje.
    Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras, subastadas por los revolucionarios y compradas por nada por los propios subastadores, mantuanos secesionistas. Las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo, las guerras continuaron, pero ahora entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó la región al atraso.
    Después de la «independencia», estas guerras que caracterizaron al siglo XIX se hicieron terribles hacia el final del mismo. Luego, en el XX, apareció el petróleo, un preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido y de que había un futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas, y no tanto la riqueza.
    Con mucho menos recursos, en otros países y regiones del mundo se produjo y se sigue produciendo infinitamente más riqueza que en Venezuela.
    Todas las élites empoderadas desde la independencia le deben pues su poder a Bolívar, el bandido que les dejó un país para su disfrute personal. He ahí el verdadero significado de la «sublime Libertad». Por eso todos los gobiernos posteriores a Bolívar —no sólo el régimen chavista— obviamente le han rendido culto. «Bolívar, el padre de la patria». La patria de cómplices. La de todos sus herederos. La patria suya, DE ellos.
    Venezuela debe, pues, después de este último Estado forajido bolivariano y de su predecesor, el bolivarista de 200 años, ser fundada sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse por primera vez como República (ya que no podemos esperar a que estén dadas las condiciones de reintegración al reino originario); es decir, no como 6ta, sino como 1ra República, tarea coherente a cumplir por aquellos que ganen la guerra contra la actual tiranía.
   ¿Pero tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán aún muchos años antes de que sepan quiénes originalmente somos, seguirán adorando a Bolívar en sus plazas, y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.

X. P.