sábado, 24 de diciembre de 2022

La Navidad Negra de Pasto


Por Xavier Padilla 

Hace exactamente 200 años, la ciudad de San Juan de Pasto, en Colombia, fue arrasada junto con su población, que era mayormente mestiza y realista, por órdenes de Simón Bolívar. Es el abominable hecho conocido como la «NAVIDAD NEGRA».

    Sucre fue su encargado para realizar este genocidio, una de las mayores atrocidades de la «independencia» que la historiografía bolivarista se ha encargado de borrar. Como era su costumbre, Bolívar daba órdenes y se mantenía a salvo en la retaguardia, enviando a subalternos a la acción. Pero en este caso, habiendo sido informado del éxito de la operación, no siguió molestándose en aparentar prisa, tomó todo su tiempo y llegó a Pasto una semana después, relajado, el 2 de enero. No hay registro de ninguna indignación por su parte ante el genocidio encontrado, todo lo contrario. Escribe a Santander: «(…) he mandado a repartir 30.000 pesos en contribuciones para el ejército (…) También he mandado a embargar los bienes de los [rebeldes pastusos sobrevivientes] que no se presentaron al tiempo señalado [para los indultos ofrecidos] (…) Yo los he mandado a perseguir por todas direcciones, mas aquí no se coge a nadie, porque todos son godos. Todo es ojos para el gobierno, y el gobierno no ve nada».

    De hecho Bolívar antes de esta masacre le había escrito a Santander: «Porque ha de saber Ud que los pastusos son los demonios más demonios que han salido de los infiernos. Los pastusos deben ser aniquilados y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiado merecidos».

    Cuenta un testigo, el general independentista José María Obando: «No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad».

    Por el general Daniel Florencio O’Leary, secretario privado de Simón Bolívar, sabemos que: «En la horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados».

    El doctor José Rafael Sañudo nos cuenta que: «Se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a los templos, y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes.

    Otro doctor, Roberto Botero Saldarriaga, refiere que: «…degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre aquellos mismos puntos que tras porfiada brega habían tomado. Al día siguiente, 400 cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abandonados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus, que ese día del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de Navidad».

    El doctor Leopoldo López Álvarez nos informa que: «Ocupada la ciudad, los soldados [de Sucre] del batallón Rifles cometieron toda clase de violencias. Los mismos templos fueron campos de muerte. En la Iglesia Matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y las de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes».

    Otro galeno, el doctor Ignacio Rodríguez Guerrero nos asegura que: «Nada es comparable en la historia de América, con el vandalismo, la ruina y el escarnio de lo más respetable y sagrado de la vida del hombre, a que fue sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822 por el batallón Rifles, como represalia de Sucre por su derrota en Taindala un mes antes, a manos del paisanaje pastuso armado de piedras, palos y escopetas de caza».

    Eran fieles a la gran España universal, y a su reino. Cabe notar que los pastusos fueron unos de los primeros en oponerse al separatismo republicano. Tan temprano como el 29 de agosto de 1809, la alcaldía de San Juan de Pasto ya había publicado un visionario comunicado que rechazaba el infame proyecto y preveía con precisión las razones de su seguro fracaso:

    «¿Con qué otros [impuestos] podrá soportar sus erogaciones la nueva soberanía? Registradlo en todas las combinaciones de vuestra discreción y no las hallaréis (…) [Los] Veréis echarse sobre las temporalidades de los regulares y venderles sus fundos, reduciéndolos a intolerable mendicidad; y últimamente: [los] veréis recargar los tributos con nuevas imposiciones que constituyan sus vasallos en desdichada esclavitud (…) Esta es la felicidad pomposa a la patria que nos proponen. Nos halagan con palabras vacías de objeto, y luego se verán en la necesidad de arrojar el rayo tempestuoso sobre los miserables que han tenido la inconsideración de someterse a su dorado veneno».

    Inútil señalar que esto fue exactamente lo que pasó con todas las repúblicas resultantes del asalto al continente por la revolución mantuano-británica. La próspera ciudad de Pasto, con su población casi enteramente indio-mestiza, fue la primera urbe realista resistente y la más dura de vencer.

    Su indoblegable líder y orgullo local, el general indio del ejército realista Agustín Agualongo, venció varias veces a los ejércitos de Bolívar, incluso recuperó tres veces la ciudad después de la «Navidad Negra». Cuando finalmente fue capturado y los republicanos ofrecieron perdonarle la vida si ponía su incomparable tenacidad a sus servicios, sin vacilar respondió: «¡NUNCA!».

X. P.