sábado, 24 de abril de 2021

¿19 DE ABRIL? ¿ACTA DE INDEPENDENCIA? ¿LANZAMIENTO DE YUGO? ¿REPÚBLICA DE VENEZUELA? NI EN BROMA…




Por Xavier Padilla 

En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
    Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.   
    Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).   
    En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, triste y abusada.
    Si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque la nación por cual fue fundada y desarrollada no era otra que España, la más grande, emprendedora y rica del planeta. Y ya irreductible a la península ibérica.
    Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia. Hacía las veces del dólar actual y era incluso la moneda de curso en el comercio asiático.
    Los venezolanos éramos parte de la nación más extensa de la Tierra. En el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska. Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
    Pero España fue objeto de una conspiración múltiple. Fue atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por gente como Bolívar y San Martín, ambos en alianza con dichos países, con los que negociaron ingentes cantidades de riquezas del continente. Así montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Se enfrentaron a una población local orgullosa y leal a la Corona, compuesta por las clases populares, incluyendo la aborigen y la esclava.
    Y es que antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Esto fue así desde la conquista, aquella gran alianza geopolítica indígeno-ibérica. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos traídos ulteriormente eran también españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo, a condición de que asumiesen los deberes del nuevo estatus. Por eso no sólo había negros voluntarios en el ejército español, sino incluso negros Oficiales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aun más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también Oficiales.
    Los ejércitos de la Corona en el continente apenas contaban con ibéricos, estaban conformados casi totalmente por americanos. Pero fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región para proseguir con sus prácticas de contrabando, en un momento en que debieron defender nuestro reino, potencia del mundo gracias a la cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
    Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, diez años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta». La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda. Es la gran mentira con que todos en la Venezuela republicana posterior fuimos adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela. Curiosamente, a nuestro himno le ocurre tener un aire de canción de cuna, y es que al parecer de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra.
    La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales y utilizada en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había sido, precisamente, la gran obra del reino.
    El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en veinte republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje. Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Y también asesinaron a los curas como en la revolución francesa. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras. Fueron subastadas por los «patriotas» entre sí, únicos que podían comprarlas. Y por supuesto las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo XIX. Las guerras continuaron, pero entonces entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó la región al atraso.
    Después de la «independencia» estas guerras se hicieron terribles hacia finales del siglo. Luego, en el siglo XX, apareció el petróleo, preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido, de que había un futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas y la corrupción, no precisamente la riqueza del nuevo país. En otras partes del mundo se produjo siempre con muchos menos recursos infinitamente más bienestar que en Venezuela. Todas las élites empoderadas desde la «independencia» le deben, pues, a Bolívar el poder que detentan. Y las «grandes familias» sus riquezas. De allí el culto al «padre de la patria», que es sólo el culto al padre de sus patrimonios envuelto en parafernalia de orgullo patrio.
    Después del más reciente y último Estado forajido bolivarista, Venezuela debe, pues, ser fundada sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse por primera vez como República. Si una reintegración al reino originario es anacrónica, también lo es volver a la 4ta. Venezuela no debe refundarse pues como 6ta, sino como 1ra. La 1ra República verdadera. Tal es la coherente misión a cumplir por quienes venzan en la guerra contra la actual tiranía.
    Pero… ¿tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán muchos años antes de que sospechen siquiera quiénes originalmente somos; seguirán adorando a Bolívar en sus plazas y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.

II

    En 2022, todos los venezolanos seguimos siendo españoles. La grandeza de un imperio generador de vida, cultura y prosperidad, no se acaba con una independencia postiza, impuesta por vía conspirativa, ideológica, fratricida. Ni en 200 años, ni al cabo de 1000 más.
    La fuerza de una cultura poliédrica, sustentada en la lengua común, la diversidad de orígenes y la unión de mundos es prácticamente inmortal, trasciende toda maniobra oportunista. El discurso antimonárquico y antiimperialista de Bolívar fue un republicanismo tan falto de credibilidad que el proyecto de su codiciada República pasaba por someterla a los designios de otras coronas e imperios.
    No podemos acordarle ninguna ingenuidad a la ambición de nuestros «próceres». Nuestra independencia no fue siquiera el romántico error de una élite idealista, fue en cambio, como todos los documentos lo indican (incluyendo la famosa Carta de Jamaica), una consciente patraña mantuana, rica en hipocresía. Léase dicha epístola como un burdo argumento de venta remojado en retórica libertaria, la solicitud descarada de favores británicos para un repartimiento comercial ulterior. No sé qué mente saturnina pueda ver en tal documento una obra visionaria de filosofía política.
    Los herederos de dicha revolución sofista, para completar una traición que llamaron República, un secuestro que llamaron Libertad y una violación que llamaron Independencia, quisieron hacernos bastardos obligados, hijos de Bolívar, un ilustre «colectivo» a caballo. Pero somos anteriores a su republiqueta mantuana, bárbara y pre-chavista.
    Esta falsa identidad republicana que hoy portamos los venezolanos, que comenzó con el sometimiento de los abuelos de nuestros abuelos al culto de la independencia tras la barbarie secesionista, está condenada a caer estruendosamente como un edificio de yeso. A doscientos años de la bufa comedia, los venezolanos estamos por experimentar un despertar cataclismático.
    Saber quiénes somos históricamente explicará también, de cabo a rabo, ese elixir de viveza criolla y desgracia que es el chavismo. El reencuentro con nuestra hispanidad profunda es inevitable y sacudirá los cimientos de ambos montajes antiimperialistas de ayer y de hoy. Con la actual tiranía, ya podemos constatar que nosotros mismos, por haberla producido en el siglo XXI, somos forzosamente producto, como sociedad, de una aberración anterior, puesto que nada sale de la nada. Es lógico que algo muy similar al chavismo tiene que habernos ocurrido en el pasado.
    Para convencernos está por supuesto toda una documentación histórica, pero también el lógico ejercicio responsable de la inferencia. Basta con mirar hacia atrás en busca de algún hito u evento determinante, toparnos con el episodio más relevante (la independencia) y preguntarnos: ¿pero fue realmente algo tan bueno, puro y sano? Y si lo fue, ¿cómo es que una crueldad similar a la del yugo del cual nos liberamos (y que sólo sería inversamente comparable a la bondad del “Libertador”) puede emerger desde nosotros como nación libre en pleno siglo XXI? ¿No será que venimos arrastrando una creencia de pueblo libre en vez de secuestrado?
    Difícil sostener que una nación supuestamente liberada de la crueldad que la subyugaba pueda reproducir, de la nada, una crueldad semejante. ¿No será la misma? ¿Y no pone ello, de por sí, siquiera en duda de qué lado se encontraba en efecto tal crueldad, tal barbarie?
    No quiero imaginar lo que hubiéramos sido sin el aciago triunfo de la sedición mantuana, el desarrollo que tendría hoy nuestra colosal América hispana, una sola nación en vez de veinte, no una parranda de fincas bananeras, sodomizadas con populismo y reguetón. Estos doscientos años son un gris segmento de atraso, republicanismo bastardo e «independencia» inconsulta.
    Allá quienes se contentan con buscar lo bueno en todo y terminan convalidando cualquier ultraje histórico, atribuyéndoselo a no sé qué pasatiempo del destino. Se quiera o no, el chavismo es un elocuente coletazo de un error inicial, no veinteañero sino bicentenario. Henos ahora pobres, abandonados, descompuestos en un mundo que no pierde el sueño por nosotros, y al que más conviene nuestra quasi indigencia, que tenernos fuertes y soberanos.
    He allí que sólo nuestra hispanidad podrá salvarnos. ‪¿No habría que hacerle entender, pues, a cada venezolano su Real grandeza? No es venerando el 19 de abril ni el Acta de Independencia que vamos a lograrlo. Sería seguir confundiendo la realidad con las sombras de nuestra caverna.

‪X. P.

viernes, 16 de abril de 2021

EL NUDO MARÍN

EL NUDO MARÍN

Por Xavier Padilla 

Uno de los ricos ancestros paternos de Simón Bolívar, Francisco Marín de Narváez (1620-1673), tuvo, con la negra Josefa María Martínez de Porras y Cerrada (1629-1669), casada con José Ramírez Arellano, una niña a la cual reconoció («hija reconocida: blanca de calidad»), quien pronto sería —a los 4 años— heredera de su inmensa fortuna: María Josefa Marín de Narváez (1668-1692). Mestiza, rica y —por expropiación— futura bisabuela de Simón. Es ella quien origina el famoso «nudo genealógico Marín», ya que el entonces Procurador y Alcalde, Pedro Jaspe de Montenegro, designado en el testamento del padre de la niña como tutor suplente en caso de morir la tía (tutora por defecto), decidió arbitrariamente, una vez huérfana, casarla lo antes posible, a los 13 años (para asegurarse su fortuna), con su sobrino, Pedro de Ponte Andrade Jaspe (irrespetando, claro está, la tutoría testamentaria de la tía, María Marín de Narváez —so pretexto que las mujeres, excepto madre y abuela, no tenían legitimidad para tal responsabilidad—).

    La niña devino así, por casamiento forzado e ilegal, con un confiscador designado para apropiarse de su fortuna, madre a los 15 años de la abuela paterna de Simón: María Petronila Ponte-Andrade y Marín (1684-1735). El padre de la niña, y sobrino del rapaz Alcalde, confesó en su testamento de 1716 que antes de su matrimonio no tenía posesión alguna de bienes, y que dicho casamiento instantáneamente le convirtió en dueño de varias casas en la plazuela del convento de San Jacinto; de una hacienda de cacao en el valle de San Nicolás, en Barquisimeto; de otra de cacao en Nirgua (ambas con esclavos que «me fueron entregados por el dicho mi tío, como tutor que fue de la dicha mi mujer»). Sin mencionar otras propiedades, como las minas de Cocorote…

    A María Petronila, fruto funcional de esta unión, mestiza pero inmensamente rica, luego la «cazaría» (más que casaría) Juan Vicente Bolívar y Martínez Villegas. Qué importa un poco de sangre negra si trae buena pasta, que siempre se puede ocultar, con pasta…

    Es de ESTO que proviene una BUENA parte de la fortuna de los Bolívar (la cual así devendría, ya para 1800, la segunda más importante de la provincia de Venezuela —después de la de Del Toro—y una de las primeras de Hispanoamérica).

    De ESTO, digo: del robo a una niña mestiza de 13 años.

    Los Bolívar siempre trataron desesperadamente (perdiendo en ello mucho dinero) de obtener un título nobiliario.

    Pero quedaron atados, no lograron zafarse del nudo Marín.


X. P.


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Fuentes:


• «Bolívar», Salvador de Madariaga, tomo I, 1951, Espasa-Calpe, Madrid, segunda edición 1975, págs. 54-57.


• https://www.geni.com/people/Mar%C3%ADa-Josefa-Mar%C3%ADn-de-Narvaez/6000000000250881028