sábado, 15 de mayo de 2021

EL INÉDITO PLAN DE ÓSCAR PÉREZ EXPLICADO


EL INÉDITO PLAN DE ÓSCAR PÉREZ EXPLICADO

Por Xavier Padilla

A los incrédulos crónicos, a los que desconfían de todo sistemáticamente (porque es la opción más fácil y más bobamente lista, que aconseja acostarse en el suelo para no caerse de la cama), a estos, digo, a estos ya nada los salva. Ni Santo Tomás los quiere. Pero aparte de ellos, sería injusto negar que en 2017 prácticamente toda Vzla tenía el legítimo derecho de no creer en Óscar Pérez, o por lo menos de dudar seriamente de su iniciativa, incluso de su «realidad». Pero eso él lo sabía perfectamente, porque estaba contemplado en su plan que así fuese.
    El plan contenía una fuerte dosis de deliberado pantallerismo, suficiente como para no ser creíble por nadie. Salvo por su destinatario: el nefasto régimen.
    Pero lo que sería para el resto del país el punto débil de este «supuesto» rebelde, su pantallerismo, constituía para el régimen el punto fuerte y más preocupante de este insurgente. Lo que para el país no era más que un montaje o un puro derroche de histrionismo barato, para el régimen no tenía nada de «teatro».
    Y es que lo que estaba llevando a cabo el policía, buzo, paracaidista, actor, piloto, instructor canino y comando de 36 años, no era el típico sublevamiento, la clásica insurgencia en que la contienda se dirime como de costumbre: por un enfrentamiento armado. Su plan era más sofisticado.
    Óscar Pérez era un profesional de élite y como tal su estrategia estaba también por encima de lo corriente. Pero la sofisticación de su plan no era un fin en sí, sino algo realmente más eficiente. El rebelde había emprendido una nueva forma de derrocamiento, inédita, adaptada a una dictadura también inédita. Una estrategia a la medida de su presa, concentrada en sus debilidades.
    ¿Cómo no saber que el enemigo en cuestión no sólo era muy mediocre sino además muy cobarde, y cómo no prepararle su derrota por esos flancos? Nosotros, ciudadanos pedestres, habituados a lo simple e inexpertos, pero sobrevalorados a menudo por nuestros egos, no íbamos a comprenderlo. Pero no importaba que no lo entendiéramos todavía, eso estaba previsto. Nuestra comprensión no era esencial aún. Vendría sola y gradualmente, como vamos a verlo, con la evolución de los hechos.
    Vale detenernos antes, no obstante, y hacer un paréntesis dedicado al fatídico final que tuvo su iniciativa y que todos conocemos, y ello para decir que no hay razones lógico-causales para pensar que dicha «derrota» fuese consecuencia directa del plan estratégico adoptado, por cuanto nada, ni el mejor de los planes, tiene en la complejidad de nuestro mundo la victoria garantizada, absolutamente nada está exento del fracaso. Ni siquiera éste es siempre un resultado exclusivo de nuestros errores. Más aun, a veces nuestros errores pueden proporcionarnos el triunfo. Pero la traición, por su parte, no es un error propio, es un elemento externo, virtualmente incontrolable. Siempre estaremos de algún modo a su merced, por decirlo así, y es algo que debemos asumir en todas nuestras empresas, y que no debe sin embargo hacernos desistir de emprenderlas. No existe plan blindado contra la traición. Tampoco contra la infiltración, que es una modalidad de ella.
    En el caso de Óscar Pérez, su plan era sui generis e implicaba nuevos riesgos. Lo primero es constatar su novedosa naturaleza. En él todo consistía en practicar operaciones de terror mediante la BURLA, todas dedicadas a socavar la psicología del enemigo, dejando al descubierto la vulnerabilidad y la indefensión de los cuerpos armados del narco Estado. Es decir, operaciones de terror psicológico, no violentas físicamente (esto es, no terroristas) en las que nunca se destruyese nada ni se produjesen bajas humanas, sino con las que se neutralizase a los efectivos armados, se les desarmase, se les conscientizase y eventualmente también se les ganase para la causa libertaria (pero no necesariamente). En resumen, acciones que enviasen al régimen una demostración de superioridad técnica y de inteligencia, propiamente exclusiva de los comandos de élite. Acciones de una humillante CALIDAD para el régimen, que le probasen a la tiranía en su propio terreno su inferioridad, su mediocridad y subdesarrollo.
    El grupo de Óscar Pérez contaba de sobra con dicha calidad, que no era puramente demostrativa ni pantallera (como aún algunos creen) sino fáctica, real. Y siendo una virtud contaba con emplearla. Hay que tener verdaderamente tal calidad para hacer lo que el grupo «Movimiento Equilibrio Nacional por Venezuela» (M. E. N. por Vzla) hizo. Lo demostró en las dos únicas operaciones —conocidas— que realizó.
    Sin un alto nivel de excelencia hubiera sido imposible sobrevolar, como lo hizo campantemente el 27 de junio de 2017, la capital en helicóptero e infartar del susto (sí, con la intención deliberada de sólo asustar) al TSJ con dos buenas granadas sonoras (esto es, con dos grandes bolas simbólicas) e incluso darse el tupé de posarse brevemente, como por ocio, sobre un edificio de la capital.
    Hubiera sido también imposible sin dicha excelencia ni virtuosismo asaltar (5 meses después, el 9 de diciembre) el cuartel de la Guardia Nacional de Laguneta de la Montaña (al norte del Edo. Miranda), en lo que fuera una impecable acción que ellos denominaron «Operación Génesis», 200 % exitosa, sin bajas de ningún tipo (contrariamente a lo que reportara Reverol). El grupo documentó todo en vídeo y lo difundió esa misma noche.
    ¿Pero qué intención podía tener la mediatización de estas acciones sino la de inquietar, desestabilizar, entorpecer al régimen (como por ejemplo haciéndolo lanzar nuevas medidas absurdas que lo comprometiesen y enterrasen aun más en su asqueroso expediente multi-criminal)?
    Mirando en las redes aquel vídeo de la Operación Génesis el venezolano corriente se debatía con todo derecho entre la opción del pote de humo, montado por el régimen, o la del puro pantallerismo de un neo-caudillismo egocentrista y echón. Pero algunos analistas de la farándula opositora, que suelen creerse más inteligentes que el ciudadano común, fueron más allá y no pusieron tanto en duda la veracidad de estas acciones como la utilidad de las mismas para la causa libertaria. Luís Chataing, entre otros, criticó que las operaciones de Óscar Pérez daban lugar a nuevas medidas de represión contra el pueblo, a medidas antiterroristas anunciadas por Maduro, lo cual supuestamente estaría haciendo retroceder, según él, «los avances de la oposición en su lucha contra la dictadura». Uno se pregunta dónde está la lógica de semejante razonamiento. ¿Quiere decir que los logros de la oposición deberían consistir en hacer al régimen más bueno, en hacerlo respetar más a la democracia, no en hacerlo mostrar su tiranía, su naturaleza bárbara y totalitaria? ¿Será que el rol de oponerse a un régimen genocida consiste en no perturbarlo, en leerle el catecismo y volverlo un santo apóstol de la paz?
    Tal parece haber sido siempre la actitud opositora de nuestra clase política y el razonamiento mediante el cual termina acomodándose a los rigores de la «dictadura», abrazada al Establishment en un patológico colaboracionismo. Es la «tranquilidad democrática» de nunca alborotar demasiado al tirano, la paz concupiscente que permite al político de carrera avanzar en sus proyectos partidistas por encima de todo, aun en tiranía, y captar nuevos guisos favorables a su eterna agenda electoralista a nombre de la «democracia».
    Pero el sentido común indica precisamente lo contrario, que a una tiranía hay que provocarla y exponerla en sus pecados tanto como podamos. Que sepamos, nuestro rol de opositores no consiste en darle lecciones de moral a la tiranía ni pretender educarla. A nosotros NO nos interesa que ella se vuelva menos difícil para el país y que se pueda convivir con ella; a nosotros NO nos interesa conservarla, ¡nos interesa DERROCARLA!
    Y eso mismo es lo que intentaba hacer por la fuerza física, pero no bruta, no desprovista de psicología nuestro admirable insurgente. Su plan era la desestabilización psicológica de la tiranía, aterrarla, enloquecerla, embrutecerla aun más. Emplazarla a pecar, a tumbar por sí misma su falsa fachada y a mostrarse en toda su impresentable facha. Y ello sin tirarle —al menos por el momento— una sola bala, sino haciéndola a ella tirarlas, ya fuese literalmente o con medidas autoritarias; en cuyo caso quedarían siempre las pruebas y para el régimen la carga de refutarlas (algo cada vez más imposible para su expediente criminal). Era importante que al comienzo no se materializara la fuerza física: producía un efecto mayor de desestabilización en la tiranía mostrarle su inferioridad. La respuesta de ésta sólo podría ser desesperada y torpe.
    Al régimen había que obligarlo a desvestirse mediante actos de incontrolable torpeza. Era el objetivo inmediato, porque un régimen tiránico no sobrevive sin el cuidado de su imagen, del camuflaje, de la compostura, del disfraz democrático con que oculta que su único apoyo son sus armas. Había pues que reducirlo a ellas y mostrarle su inferioridad en ellas.
    El plan tenía esta intencionalidad provocadora, desestabilizante, pero ello sólo sería perceptible por el régimen. De cara al pueblo, al ciudadano, el plan no podía ofrecer certeza, ninguna de estas cualidades. Óscar Pérez simplemente sabía que el país ganaría confianza en su iniciativa progresivamente. Ello vendría por sí solo más adelante, inevitablemente.
    Apriori parecería contraindicable, pero en un comienzo no era esencial tener el apoyo de la ciudadanía, el acompañamiento popular iría siendo necesario sólo gradualmente. Lo esencial por el momento era impactar contundentemente en la psicología del régimen, y esto el grupo lo iría consiguiendo con algunas operaciones. Lo importante primero era volverse una perturbadora realidad para el enemigo, único que podía saber a ciencia cierta que ese grupo de individuos audaces, determinados y temerarios NO ERA suyo.
    A diferencia del régimen, el pueblo por supuesto que no podía saber nada de Óscar Pérez con certeza en esta etapa temprana del plan. La naturaleza del plan NO lo permitía NI lo requería. Lo crucial aún no era la opinión pública sino que el régimen supiese de la realidad de este nuevo adversario que operaba de manera superior en su propio terreno: el ARMADO; un adversario superior en clase, preparación, equipamiento, temeridad y por ende peligrosidad.
    Se trataba de acciones tan osadas que para el pueblo era casi imposible no tomarlas por falsas, pero para el régimen jamás hubieran podido ser más reales.
    El plan implicaba una paradoja ineludible: el efecto de «pantallerismo» que de cara al pueblo era inevitable, era todo lo contrario de cara al enemigo, y lo importante. Era una dualidad forzosamente necesaria. El plan imponía que el ciudadano quedase colateralmente en el limbo, porque lo vital era realizar las operaciones. Entretanto, que el pueblo viera y pensase lo que quisiera. No había que desgastarse en una didáctica que de todos modos jamás bastaría para convencer a nadie. No era un plan diseñado para ser convincente, sino eficiente. El grupo debía operar cargando a cuestas con esta desconfianza pública. Si para el pueblo era un show, para el régimen no había nada más opuesto a una farsa. No sólo era algo real sino humillante. Y esto era lo importante.
    El rol del pueblo, según el plan, era seguir en su plano correspondiente, en las protestas de calle, que por cierto aún las había. El convencimiento popular vendría después, a medida que el régimen fuese enloqueciendo. De las reacciones disparatadas de éste le vendría la confirmación al pueblo, y el paso final sería entonces indetenible.
    Si no hubiese ocurrido la masacre, con una operación más el pueblo ya hubiera podido salir de su duda. Esta siguiente operación probablemente estaba pautada para febrero, cuando arreciasen la escasez, la inflación, la hambruna y el descontento, como era previsible. Entonces sería mortal para el régimen. Insostenible cualquier gobernabilidad frente a este grupo de élite haciendo de las suyas, apoyado ahora por las masas y causando también deserciones en las Fuerzas Armadas y policiales. Y ello sin tirar aún una sola bala. El fin verdadero de la tiranía nunca hubiera estado más cerca.
    Con las únicas dos operaciones conocidas que logró hacer el grupo ya el régimen estaba MÁS QUE CONVENCIDO de que se enfrentaba POR PRIMERA VEZ en sus años holgados de poder a algo serio. Esto era lo importante. No que los ciudadanos lo estuviésemos. Nuestra convicción súbita y masiva resultaría más tarde como consecuencia de este plan y sería un elemento crucial para el jaque mate. ¿Se va comprendiendo mejor?
    Fue aparentemente por una traición que los miembros del grupo fueron vilmente masacrados y que no hubo una tercera y tal vez decisiva operación que degenerara en avalancha libertaria y en el derrumbe de la tiranía. Como dijimos, contra la traición nunca nada ni nadie está blindado y ésta no puede ser atribuida al plan como un error propio. Se ha dicho que el error fue mediatizar demasiado sus acciones, pero mediatizarlas era, como se ha explicado, consubstancial al plan. Porque de tal mediatización acumulada dependía el efecto avalancha final de las masas al éstas caer en cuenta de la realidad de un «show» que no tenía nada de tal, por increíble que fueran las acciones y la teatralidad que de cara al pueblo las desprestigiaba, pero que era un elemento crucial contra el régimen.
    Lograr desesperar al régimen era algo que para diciembre de 2017 ya lo había logrado Óscar Pérez y su grupo espectacularmente. Y ello también lo demuestran, lamentablemente, los hechos aberrantes de la masacre. Esta brutal respuesta del régimen era directamente proporcional a la desestabilización e incontenible desesperación lograda en él por nuestro patriota.
    ¿Y a eso lo siguen llamando inútil?
    De cara al pueblo, aquellos que siguen dudando de la UTILIDAD de Óscar Pérez para la lucha, aquellos que se preguntan cuáles fueron los aportes de su iniciativa y se quedaron «pegados» en la tesis del show, del tipo pantallero, muestran una percepción limitada. Incluso el mismo hecho de haber sido masacrados con tan vehemente salvajismo y desproporción, muestra cuán lejos estaban estos hermanos de ser unos inútiles y pantalleros. Porque esta violencia alucinante prueba no tanto el salvajismo del que pueden ser por naturaleza capaces los secuaces de un régimen forajido, como cuán efectiva puede ser la táctica empleada para enloquecerlos y hacerlos recurrir a acciones desproporcionadamente ridículas DE DEFENSA contra 7 individuos: un ejército completo prácticamente.
    Dicha masacre fue ante todo una demostración psicótica de cobardía, una prueba inequívoca de cuánto pánico había ya sembrado en el régimen Óscar Pérez y su grupo, y eso no tiene nada de inútil, de ineficaz. Otra cosa es que los hayan descubierto (por razones aún desconocidas) y eliminado, ¿pero si hubiesen podido continuar, cuál hubiera sido el desenlace? La sola existencia REAL de este supuesto —según el ciudadano común— «pote de humo» o «show» de un pantallero ególatra logró afectar tan brutalmente la previsible «psicología de paranoico culpable» de este régimen cobarde que vaya si sería REAL para él, vaya si lo tenían DESESPERADO. Aunque todo se haya saldado con un final desfavorable para nuestra causa, hay que reconocer que lo que había venido haciendo Óscar Pérez y su grupo puso al régimen a cometer no sólo crímenes inapelables, propios de su naturaleza criminal, sino errores de táctica, acordes a su mediocridad, como lo fue cometer, desde que tuvo la oportunidad, el gravísimo error de perpetrar actos a la luz del sol, captados en directo por el mundo, tan bárbaros e inexcusables; tan graves que por sí mismos constituyen tal vez las mayores evidencias existentes hasta la fecha en su contra, y que deben bastarle para saberse desde entonces sin salvación penal posible.
    Óscar Pérez se fue, pero también se los llevó y los enterró.
    Ciertamente, la interrupción nos lanzó años luz hacia atrás, no tanto por el hecho en sí sino por aquellos que quedaron al frente en representación de la oposición. El fatal hecho nos dejó el caso armado, pero cayó en las peores manos.
   La inteligencia y dignidad con que Pérez y estos patriotas fuera de serie concibieron y manejaron su operación sobrepasa la negación apriorística a la que muchos se abocan aún. El grupo estaba haciéndole daño a la psicología del tirano, socavándole la médula espinal, a él y a su caterva de goriletes asesinos, a todo su aparatus, sus cuerpos policiales, su guardia trasnochada.
    Porque mete mucho más miedo VIOLAR en forma experta y muy campante el perímetro de seguridad de la capital desde un helicóptero, sin hacer más que «¡BUUUH!» (como lo hace un ogro de cuento infantil), y desaparecer de nuevo entre las nubes que dejar víctimas humanas, entre las cuales se encontrarían invariablemente inocentes. Hubiera sido terrorismo.
    Lo que hizo Pérez fue mil veces más efectivo. ¿O es que bombardear el TSJ iba a tumbar al régimen? Pensémoslo dos veces.
    En una situación como la nuestra, de secuestro por la tiranía, en que todo el mundo hubiera estado esperando el escenario clásico del rebelde que toma por la fuerza Miraflores, aquí estaba en cambio un Óscar Pérez más allá, adelantado a la norma, poniendo en práctica el terror PACÍFICO hacia el tirano. El tipo de terror en que el tirano tiembla porque juzga al otro por su propia condición de tirano y terrorista. Cuyo es el caso del maldito régimen, al que lo menos que le cuadraba y al mismo tiempo le daba más terror es que este Óscar Pérez y sus hombres no mataran nunca a nadie, habiendo podido hacerlo varias veces tranquilamente. Esto le causaba infinitamente más terror, porque le daba a entender que este grupo de rebeldes seguramente estaba reservando sus verdaderas balas para los altos jerarcas.
    Personalmente, cuando vi la noticia de la operación Génesis, la del asalto al cuartel, y miré los vídeos, todo me pareció tan perfecto que la consideré difícil de creer. Por lo perfecto, impecable, inteligente, arriesgado y valiente. Pero la creí, sin saber por qué. Lo cual, siendo demasiado brillante para ser verdad, no tiene ningún mérito. Pero si eso nos pareció a todos, imaginemos ahora el efecto que le estaba produciendo al régimen, que no tenía, como nosotros, la opción de dudar, sólo la de constatar la realidad incontestable de la operación, porque esos hombres, si de algo estaba seguro, no eran suyos… No era lo acostumbrado: un montaje propio.
    Sobre todo que no se trataba de cualquier tipo de hombres, porque hay que ver lo que es asaltar un cuartel, tomar el control absoluto, no producirle el menor daño a nadie ni a nada, y encima darle un regaño moral a los funcionarios, filmarlo todo con una parsimonia y calma desconcertantes, y luego simplemente decomisar todo el armamento y retirarse.
    ¿Se imaginan no sólo la humillación al régimen, sino el terror que se les instaló en sus podridos hipotálamos a Maduro y a Diosdado «el meón»?
    Las escenas de los vídeos de esta operación eran dignas de ficción, propias de un capítulo del Zorro, con todos los soldados sentaditos y esposados. Faltaba sólo el sargento García... Pero como vemos se trataba de un verdadero Zorro del siglo 21; uno que, en vez de marcar la Z en el portón, deja al salir, antes de perderse en la noche, un graffiti con el Art. 350.
    Con este tipo de operaciones Óscar Pérez le estaba indicando al régimen que estaba enfrentándose a un adversario superior, de MAYOR clase y, por ende, MUCHO más peligroso. Le dejó bien claro a Maduro que no estaba tratando con un vulgar como él, con un jíbaro narco traficante como él y sus maleantes.
    Al parecer, después de la Operación Génesis, la gente de Óscar Pérez realizó otras operaciones. Pero no fueron reveladas por el régimen. Una persona con conexiones en el entorno militar, Iván Ballesteros, dijo en una entrevista por la radio, ulterior a la masacre, que Óscar Pérez después de aquella operación se introdujo también en la vivienda de un general en el Fuerte Tiuna, y que luego penetró en la oficina misma de Reverol y que desde allí le mandó fotos de su presencia en dicho espacio al general Padrino. Algo así como volviendo a decirles lo que ya les había dicho anteriormente: «no me busquen tanto que yo soy quien vendrá por ustedes».
    Parece que unos días después el grupo además le quitó las armas a dos guardias nacionales en Las Adjuntas, cosa que tampoco se hizo pública; y que también asaltó a un puesto cerca de la Escuela de Comandos en Macarao, de donde se llevó un buen lote de armas. Nada de eso fue reportado por el régimen, y curiosamente tampoco por el grupo de Óscar Pérez (tal vez no tuvo tiempo de publicar las evidencias, porque estas intervenciones ocurrieron apenas unos días antes de la masacre).
    Óscar Pérez y su equipo llevaron al narco-Estado a la desesperación, dicho putrefacto conglomerado terminó mostrando lo peor de sí mismo. Aun si los insurgentes perecieron (seguramente por traición), la bestia quedó como nunca al descubierto, lo cual reposa inexorable en La Haya.
    Óscar Pérez fue el arquitecto de una nueva modalidad de insurgencia acorde con los actuales estándares técnicos, en la que incluso el fracaso preveía la posibilidad de marcar puntos mediante la transmisión en tiempo real de los hechos vía Instagram, para dejar pruebas públicas, incontrolables por el régimen.
    Y respecto a esto, he aquí un detalle importante, de mucha sutileza y contundencia: este tipo de dispositivos táctico-preventivos, consistentes en filmarlo todo, sólo pueden incluirlos en su plan aquellos grupos o individuos que están llevando a cabo una misión moralmente intachable y justa, porque nadie que esté planeando actos de dudosa moral contempla registrar sus actividades: evita, por el contrario, correr el riesgo de filmar algo que más tarde mostrará si se corresponde o no con la verdad. Es un recurso que no puede ser usado para mentir y que queda reservado exclusivamente a quienes nada tienen que ocultar. Contrariamente, una organización oscura como la del régimen trata de ocultar siempre todas sus operaciones bajo el pretexto de seguridad de Estado, rechazando sistemáticamente la presencia de medios, agrediendo a periodistas. Pero ahí es donde se mete en aprietos, porque la comunidad internacional lo primero que podría preguntar es: «¿Pero Sr. “Presidente”Maduro, si su gobierno tiene rodeados a unos terroristas escondidos en una casa y está tratando de neutralizarlos y capturarlos, por qué no lo transmite en vivo por los medios públicos, y deja que lo haga también la prensa libre? ¿No se trata de una circunstancia importante a nivel nacional, la captura de unos terroristas que están amenazando a su país? ¿O se trata de un asunto privado entre mafias, que como siempre arreglan entre ellas sus problemas en secreto?».
    Cuando en Francia estaban capturando a los terroristas del caso Charlie Hebdo, que se hallaban atrincherados en un comercio; o luego en el caso de otros terroristas escondidos en un apartamento en Bélgica, PRÁCTICAMENTE TODOS los medios públicos y privados de Europa y del mundo lo estaban transmitiendo en vivo y en directo, y ello durante horas (hasta yo pude verlo en directo desde China, donde me encontraba en ese momento).
    Maduro lo hizo en secreto porque es su régimen el terrorista, el que se esconde y vive en la oscuridad, huyendo espantado de La Luz. Y por eso es que a héroes libertarios como Óscar Pérez podemos llamarlos «Guerreros de La Luz» con toda propiedad, porque iluminan todo lo que está en la sombra. Por eso estos guerreros son tan peligrosos para lo oculto, para lo turbio, para lo oscuro.
    ¿Y qué ocurrió en fin de cuentas con Óscar Pérez, aun con su muerte? Que expuso a estas sabandijas a la luz. Tal cuales: bestias rapaces, capaces de lo peor. Los había privado también de la poca inteligencia que tendrían, porque los muy desesperados sátrapas que dieron la orden de masacrar (Maduro y Cabello) obviamente estaban fuera de sus cabales para cometer semejante error. Los muy brutos hubiesen podido ahorrarse la ejecución extrajudicial que los embarra ahora irreparablemente; hubieran podido apresar a los insurgentes y evitarse la documentación de uno de sus peores compromisos con la justicia.
    Pero estaban fuera de sí y fueron a meterse con hombres de luz que filmaban y transmitían todo, y todo lo dejaron iluminado. Les quedó expuesta infraganti a los infames sátrapas su negra cavernita, la nauseabunda alcantarilla inmoral en que habitan.
    La Luz la traen consigo los héroes en sus corazones, en su inteligencia, en su coraje; la luz es su naturaleza y con ella revelan lo que ocultan los maleantes, sus vidas opacas y mediocres, sus actos sombríos, sus obras nefastas, la opacidad de sus haberes...
    Los héroes son aquellos que ponen al descubierto la mentira y hacen triunfar a la verdad.

X. P.

sábado, 24 de abril de 2021

¿19 DE ABRIL? ¿ACTA DE INDEPENDENCIA? ¿LANZAMIENTO DE YUGO? ¿REPÚBLICA DE VENEZUELA? NI EN BROMA…




Por Xavier Padilla 

En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
    Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.   
    Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).   
    En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, triste y abusada.
    Si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque la nación por cual fue fundada y desarrollada no era otra que España, la más grande, emprendedora y rica del planeta. Y ya irreductible a la península ibérica.
    Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia. Hacía las veces del dólar actual y era incluso la moneda de curso en el comercio asiático.
    Los venezolanos éramos parte de la nación más extensa de la Tierra. En el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska. Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
    Pero España fue objeto de una conspiración múltiple. Fue atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por gente como Bolívar y San Martín, ambos en alianza con dichos países, con los que negociaron ingentes cantidades de riquezas del continente. Así montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Se enfrentaron a una población local orgullosa y leal a la Corona, compuesta por las clases populares, incluyendo la aborigen y la esclava.
    Y es que antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Esto fue así desde la conquista, aquella gran alianza geopolítica indígeno-ibérica. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos traídos ulteriormente eran también españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo, a condición de que asumiesen los deberes del nuevo estatus. Por eso no sólo había negros voluntarios en el ejército español, sino incluso negros Oficiales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aun más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también Oficiales.
    Los ejércitos de la Corona en el continente apenas contaban con ibéricos, estaban conformados casi totalmente por americanos. Pero fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región para proseguir con sus prácticas de contrabando, en un momento en que debieron defender nuestro reino, potencia del mundo gracias a la cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
    Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, diez años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta». La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda. Es la gran mentira con que todos en la Venezuela republicana posterior fuimos adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela. Curiosamente, a nuestro himno le ocurre tener un aire de canción de cuna, y es que al parecer de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra.
    La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales y utilizada en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había sido, precisamente, la gran obra del reino.
    El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en veinte republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje. Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Y también asesinaron a los curas como en la revolución francesa. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras. Fueron subastadas por los «patriotas» entre sí, únicos que podían comprarlas. Y por supuesto las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo XIX. Las guerras continuaron, pero entonces entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó la región al atraso.
    Después de la «independencia» estas guerras se hicieron terribles hacia finales del siglo. Luego, en el siglo XX, apareció el petróleo, preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido, de que había un futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas y la corrupción, no precisamente la riqueza del nuevo país. En otras partes del mundo se produjo siempre con muchos menos recursos infinitamente más bienestar que en Venezuela. Todas las élites empoderadas desde la «independencia» le deben, pues, a Bolívar el poder que detentan. Y las «grandes familias» sus riquezas. De allí el culto al «padre de la patria», que es sólo el culto al padre de sus patrimonios envuelto en parafernalia de orgullo patrio.
    Después del más reciente y último Estado forajido bolivarista, Venezuela debe, pues, ser fundada sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse por primera vez como República. Si una reintegración al reino originario es anacrónica, también lo es volver a la 4ta. Venezuela no debe refundarse pues como 6ta, sino como 1ra. La 1ra República verdadera. Tal es la coherente misión a cumplir por quienes venzan en la guerra contra la actual tiranía.
    Pero… ¿tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán muchos años antes de que sospechen siquiera quiénes originalmente somos; seguirán adorando a Bolívar en sus plazas y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.

II

    En 2022, todos los venezolanos seguimos siendo españoles. La grandeza de un imperio generador de vida, cultura y prosperidad, no se acaba con una independencia postiza, impuesta por vía conspirativa, ideológica, fratricida. Ni en 200 años, ni al cabo de 1000 más.
    La fuerza de una cultura poliédrica, sustentada en la lengua común, la diversidad de orígenes y la unión de mundos es prácticamente inmortal, trasciende toda maniobra oportunista. El discurso antimonárquico y antiimperialista de Bolívar fue un republicanismo tan falto de credibilidad que el proyecto de su codiciada República pasaba por someterla a los designios de otras coronas e imperios.
    No podemos acordarle ninguna ingenuidad a la ambición de nuestros «próceres». Nuestra independencia no fue siquiera el romántico error de una élite idealista, fue en cambio, como todos los documentos lo indican (incluyendo la famosa Carta de Jamaica), una consciente patraña mantuana, rica en hipocresía. Léase dicha epístola como un burdo argumento de venta remojado en retórica libertaria, la solicitud descarada de favores británicos para un repartimiento comercial ulterior. No sé qué mente saturnina pueda ver en tal documento una obra visionaria de filosofía política.
    Los herederos de dicha revolución sofista, para completar una traición que llamaron República, un secuestro que llamaron Libertad y una violación que llamaron Independencia, quisieron hacernos bastardos obligados, hijos de Bolívar, un ilustre «colectivo» a caballo. Pero somos anteriores a su republiqueta mantuana, bárbara y pre-chavista.
    Esta falsa identidad republicana que hoy portamos los venezolanos, que comenzó con el sometimiento de los abuelos de nuestros abuelos al culto de la independencia tras la barbarie secesionista, está condenada a caer estruendosamente como un edificio de yeso. A doscientos años de la bufa comedia, los venezolanos estamos por experimentar un despertar cataclismático.
    Saber quiénes somos históricamente explicará también, de cabo a rabo, ese elixir de viveza criolla y desgracia que es el chavismo. El reencuentro con nuestra hispanidad profunda es inevitable y sacudirá los cimientos de ambos montajes antiimperialistas de ayer y de hoy. Con la actual tiranía, ya podemos constatar que nosotros mismos, por haberla producido en el siglo XXI, somos forzosamente producto, como sociedad, de una aberración anterior, puesto que nada sale de la nada. Es lógico que algo muy similar al chavismo tiene que habernos ocurrido en el pasado.
    Para convencernos está por supuesto toda una documentación histórica, pero también el lógico ejercicio responsable de la inferencia. Basta con mirar hacia atrás en busca de algún hito u evento determinante, toparnos con el episodio más relevante (la independencia) y preguntarnos: ¿pero fue realmente algo tan bueno, puro y sano? Y si lo fue, ¿cómo es que una crueldad similar a la del yugo del cual nos liberamos (y que sólo sería inversamente comparable a la bondad del “Libertador”) puede emerger desde nosotros como nación libre en pleno siglo XXI? ¿No será que venimos arrastrando una creencia de pueblo libre en vez de secuestrado?
    Difícil sostener que una nación supuestamente liberada de la crueldad que la subyugaba pueda reproducir, de la nada, una crueldad semejante. ¿No será la misma? ¿Y no pone ello, de por sí, siquiera en duda de qué lado se encontraba en efecto tal crueldad, tal barbarie?
    No quiero imaginar lo que hubiéramos sido sin el aciago triunfo de la sedición mantuana, el desarrollo que tendría hoy nuestra colosal América hispana, una sola nación en vez de veinte, no una parranda de fincas bananeras, sodomizadas con populismo y reguetón. Estos doscientos años son un gris segmento de atraso, republicanismo bastardo e «independencia» inconsulta.
    Allá quienes se contentan con buscar lo bueno en todo y terminan convalidando cualquier ultraje histórico, atribuyéndoselo a no sé qué pasatiempo del destino. Se quiera o no, el chavismo es un elocuente coletazo de un error inicial, no veinteañero sino bicentenario. Henos ahora pobres, abandonados, descompuestos en un mundo que no pierde el sueño por nosotros, y al que más conviene nuestra quasi indigencia, que tenernos fuertes y soberanos.
    He allí que sólo nuestra hispanidad podrá salvarnos. ‪¿No habría que hacerle entender, pues, a cada venezolano su Real grandeza? No es venerando el 19 de abril ni el Acta de Independencia que vamos a lograrlo. Sería seguir confundiendo la realidad con las sombras de nuestra caverna.

‪X. P.

viernes, 16 de abril de 2021

EL NUDO MARÍN

EL NUDO MARÍN

Por Xavier Padilla 

Uno de los ricos ancestros paternos de Simón Bolívar, Francisco Marín de Narváez (1620-1673), tuvo, con la negra Josefa María Martínez de Porras y Cerrada (1629-1669), casada con José Ramírez Arellano, una niña a la cual reconoció («hija reconocida: blanca de calidad»), quien pronto sería —a los 4 años— heredera de su inmensa fortuna: María Josefa Marín de Narváez (1668-1692). Mestiza, rica y —por expropiación— futura bisabuela de Simón. Es ella quien origina el famoso «nudo genealógico Marín», ya que el entonces Procurador y Alcalde, Pedro Jaspe de Montenegro, designado en el testamento del padre de la niña como tutor suplente en caso de morir la tía (tutora por defecto), decidió arbitrariamente, una vez huérfana, casarla lo antes posible, a los 13 años (para asegurarse su fortuna), con su sobrino, Pedro de Ponte Andrade Jaspe (irrespetando, claro está, la tutoría testamentaria de la tía, María Marín de Narváez —so pretexto que las mujeres, excepto madre y abuela, no tenían legitimidad para tal responsabilidad—).

    La niña devino así, por casamiento forzado e ilegal, con un confiscador designado para apropiarse de su fortuna, madre a los 15 años de la abuela paterna de Simón: María Petronila Ponte-Andrade y Marín (1684-1735). El padre de la niña, y sobrino del rapaz Alcalde, confesó en su testamento de 1716 que antes de su matrimonio no tenía posesión alguna de bienes, y que dicho casamiento instantáneamente le convirtió en dueño de varias casas en la plazuela del convento de San Jacinto; de una hacienda de cacao en el valle de San Nicolás, en Barquisimeto; de otra de cacao en Nirgua (ambas con esclavos que «me fueron entregados por el dicho mi tío, como tutor que fue de la dicha mi mujer»). Sin mencionar otras propiedades, como las minas de Cocorote…

    A María Petronila, fruto funcional de esta unión, mestiza pero inmensamente rica, luego la «cazaría» (más que casaría) Juan Vicente Bolívar y Martínez Villegas. Qué importa un poco de sangre negra si trae buena pasta, que siempre se puede ocultar, con pasta…

    Es de ESTO que proviene una BUENA parte de la fortuna de los Bolívar (la cual así devendría, ya para 1800, la segunda más importante de la provincia de Venezuela —después de la de Del Toro—y una de las primeras de Hispanoamérica).

    De ESTO, digo: del robo a una niña mestiza de 13 años.

    Los Bolívar siempre trataron desesperadamente (perdiendo en ello mucho dinero) de obtener un título nobiliario.

    Pero quedaron atados, no lograron zafarse del nudo Marín.


X. P.


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Fuentes:


• «Bolívar», Salvador de Madariaga, tomo I, 1951, Espasa-Calpe, Madrid, segunda edición 1975, págs. 54-57.


• https://www.geni.com/people/Mar%C3%ADa-Josefa-Mar%C3%ADn-de-Narvaez/6000000000250881028

miércoles, 3 de febrero de 2021

PARA TERMINAR CON EL MITO DE LA ESCLAVITUD COLONIAL EN VENEZUELA


PARA TERMINAR CON EL MITO DE LA ESCLAVITUD COLONIAL EN VENEZUELA 

Por Xavier Padilla 

Para  terminar con el mito de la esclavitud colonial en Venezuela, tan útil a la retórica de cartón en que se funda nuestra Republiqueta, tomad papel y lápiz:

En 1810 el ejército de la Corona en Venezuela estaba compuesto por 3 mil europeos y 10 mil americanos. Casi todos estos militares americanos eran indios y mulatos, zambos o negros libres, pero no esclavos. Los esclavos de esta provincia española, que eran un poco más de 70 mil, eran realistas. Pero de ellos sólo unos 10 mil tomaron las armas para defender a la Corona ulteriormente, cuando hubo que hacerlo. Eso sí, todos al ejército español y a las filas de Boves.

    Esta lealtad de los indios y de los negros (esclavos o no) fue siempre la más terrible bofetada, el más terrible desmentido al discurso revolucionario de los llamados «patriotas». Sólo un insignificante número de esclavos traidores a su clase abandonó su condición para seguir a estos farsantes. La casi totalidad de los que tomaron las armas lo hizo en defensa del Rey.

    Ello es consecuencia lógica del trato y los beneficios de que gozaban en Venezuela. El concepto y práctica de la esclavitud no eran los conocidos en Europa. Las leyes españolas diferían de las leyes y prácticas de aquellos gobiernos coloniales. Y fue esta diferencia la que produjo la gran lealtad de los esclavos hacia el régimen monárquico. ¿Pero cómo es posible semejante contrasentido? Simplemente tenemos una imagen equivocada de los imperios, los creemos de un solo tipo: el depredador.

    Ignoramos, y nunca imaginamos, que también existe otro tipo de Imperio: el generador. Tenemos una visión maniquea de la historia y al parecer hay intereses que han hecho predominar en la sociedad nuestra imperiofobia. En el caso de Venezuela, toda valoración positiva de su «independencia» depende de una valoración negativa del imperio español.

    ¿Pero fue realmente un imperio cruel o se trata de una demonización al servicio de la narrativa independentista? ¿Es siempre la versión del vencedor necesariamente cierta, o es más bien un complemento previsible en su ejercicio del poder? En otras palabras, ¿ganan siempre los buenos? O mejor aun, ¿sólo triunfa la verdad?

    La historia real se verifica en los hechos, no en el relato de quienes vencieron en algún conflicto bélico y escribieron la historia. Ello no significa que los justos no puedan vencer, pero los hechos también pueden ser deliberadamente sepultados por quienes detentan el poder institucional para hacerlo si no se corresponden con la narrativa del vencedor que les legó dicho poder. Para ello está la revisión factual, la investigación histórica, objetiva de los hechos.

    Como podemos imaginar, por definición la idea misma de revisión histórica no carece de detractores y es también demonizada sistemáticamente. Lo cual, lejos de hacer de la revisión histórica un tabú constituye un incentivo para emprenderla.

    La consideración de todas las fuentes históricas es un deber de principio y el ejercicio de tal deber demuestra que las fuentes más incuestionables no siempre son las más conocidas ni las más «oficiales». Incidentalmente, en Venezuela contamos con una fuente factual especialmente importante por su solidez testimonial, por su veracidad histórica y su coherencia y racionalidad argumentativa. Pero es de las que no peinan al poder post-independentista en el sentido de su pelambre, y por ello éste la mantuvo fuera del conocimiento público en nuestro país por 192 años.

   José Domingo Díaz es esta fuente. Una sólo conocida de los historiadores venezolanos y administrada por la Academia Nacional de la Historia. Deliberadamente restringida al ámbito de esta institución eminentemente bolivarista, se trata sin embargo de la fuente que cuestiona y derrumba todo el aparato republicano. José Domingo Díaz es el testigo criollo mejor informado e implicado de la época, no sólo por su activismo periodístico y otras iniciativas que tomó en medio de las guerras secesionistas —que hoy conocemos como «de independencia»—, sino por habernos legado en 1829 un libro explosivo que el poder republicano supo ocultar desde entonces. El autor tuvo además, en sus desempeños previos al conflicto, a su disposición durante años los archivos oficiales de la Provincia de Venezuela (¡los de todo un siglo!).

    Es así como este testigo clave de nuestra historia nos cuenta en su obra Recuerdos Sobre la Rebelión de Caracas (1829) —entre muchas otras cosas de una importancia tan incalculable como desconocida por los venezolanos— lo siguiente a propósito de la esclavitud:


« Sólo el nombre del rey les ha hecho soltar la azada y el arado, para tomar la lanza y el fusil. El ejército de Boves, en la segunda batalla de La Puerta, contaba un gran número de ellos que voluntariamente se habían presentado a su ser­vicio, y que volvieron a sus labores del campo y al de sus amos concluida la campaña, sin que nada les hubiese detenido. Esta conducta, que parece un fenómeno de la sociedad, fue la conse­cuencia necesaria de los bienes que gozaban en Venezuela, en esa esclavitud que espanta en Europa; porque no la han considerado bajo las leyes españolas en aquellos países, sino bajo el terrible gobierno colonial de los extranjeros. Aquellas leyes que son el modelo de un gobierno paternal, y la expresión de los sentimientos más generosos de un soberano debieron producir, como produjeron, tan noble y constante adhesión de los esclavos hacia él. Los esclavos de Venezuela no eran aquellos seres degradados que se ven en otros países, y sobre los cuales sus amos tienen aún el derecho de vida. Ellos en su condición eran tan felices cuanto era posible serlo. Sus tareas eran tan moderadas, que un esclavo activo las concluía para las doce del día. El resto de él y todos los de fiesta estaban a su disposición. Cada cabeza de familia tenía como de su propiedad, en el mismo terreno de su dueño, aquel espacio que podía cultivar, sin que éste pudiese disponer de sus frutos ni de su trabajo. Era una propiedad tan sagrada como la del hom­bre libre. Los amos estaban obligados a darles diariamente su correspondiente alimento, y a asistirlos en sus enfermedades, pagando cuanto era necesario a su asistencia; y a suministrarles anualmente dos vestuarios completos para el trabajo, y uno para los días festivos. Los amos estaban también obligados a asistir debidamente a las negras en sus partos, cuyas tareas se disminuían proporcionalmente según su estado. Los amos también lo estaban para satisfacer a los curas párrocos todos los derechos parroquiales de bautismos, entierros, etc., los cuales eran un equivalente de la cantidad con que les contribuían bajo el nombre de estipen­dio. Esta cantidad era generalmente de doscientos pesos fuertes anuales [20.000 €] por aquella denominación, y cincuenta [5.000 €] para la oblata. Se repartía entre todos los dueños de las haciendas de la parroquia, y regularmente tocaba a dos reales o dos reales y medio [200 € o 250 €] por cada esclavo. Los amos estaban del mismo modo obligados a defender en justicia a sus esclavos en todas sus acciones civiles criminales, pagando todos los costos que se ofreciesen. El que se desentendía legalmente de esta obligación, se des­prendía del derecho de propiedad. El esclavo era en cierto modo considerado como un menor. Era muy posible que algunos amos quisiesen ejercer para con sus escla­vos mayores derechos que los que las leyes les señalaban; y para impedir este abuso, ellas les habían designado un protector de su justicia. Los síndicos procuradores de los ayuntamientos tenían este encargo, que desempeñaban con vigor e integridad. Los castigos correccionales de los esclavos no dependían del arbitrio de los amos; estaban igualmente designados por las leyes y ordenanzas, y la Real Audiencia vigilaba en su cumplimiento sin respetos ni consideraciones [hacia la nobleza ni la burguesía]. En fin, los esclavos de Venezuela no eran aquellos cuya pintura se hace en la Europa, las leyes españolas los protegían, y desde su alto trono soberanos conocidos en todo el mundo por su religión, piedad y beneficencia velaban en su felicidad. ¡Cuán dignamente ellos han correspondido!».


Ahí tenemos, pues, otro mito más del republicanismo bolivarista echo trizas. El «cruel esclavajismo español» es una burda ficción. La «independencia»: doscientos años de falso discurso igualitarista, antiimperialista, indigenista e hispanófobo.

    Algunos pensarán que el testimonio de José Domingo Díaz es una apología de la esclavitud. Para información de quienes hoy, desde el siglo XXI, estiman inconcebible siquiera la defensa de cualquier forma de esclavitud, la trata de esclavos era en el siglo XIX (y en todos los anteriores a él en la historia universal) corriente y no comenzaba en los imperios sino a nivel doméstico en el propio África y por los africanos.

    Contrariamente a lo diseminado por la leyenda negra anti española, ni la compra ni el comercio de esclavos fueron actividades representativas del imperio español. No siendo un imperio depredador o de extracción, sino generador y civilizatorio, no instaló en América colonias (que son verdaderos campos de concentración) sino que fundó provincias (o territorios para la expansión del reino), donde evolucionar él mismo como Nuevo Mundo, más siéndolo que poseyéndolo.

    Por eso la construcción de universidades, por eso la cristianización, por eso el mestizaje. Por eso todo lo que no hace ningún imperio depredador, como de hecho no lo hizo ninguno de los otros imperios en sus colonias, en sus campos de concentración.

    Gran Bretaña, mientras exterminaba —ella sí— a la población local (razón por la cual virtualmente no hay en Estados Unidos población nativa ni mestizaje) construyó su primera universidad —Harvard — en 1636, dieciséis años después de llegar a las costas norteamericanas, y estaba reservada exclusivamente a los asentamientos anglosajones, al hombre blanco; eso fue 98 años después de la primera universidad fundada por España en América. Gran Bretaña no fundó su segunda universidad en América sino 53 años después de la de Harvard. Pero desde 1538 España venía fundando universidades a razón de una nueva por década. Para 1810 el número de universidades españolas en América excedía el de todas las existentes en Europa entera.

    El español peninsular re-localizado en el continente no sólo no escapaba a la fusión de razas y culturas sino que lo tenía así encargado desde los inicios de la conquista, por la reina Isabel de Castilla. La educación no era para el hombre blanco sino para todos, incluyendo su heterogénea familia, ahora compuesta de blancos, negros, indios y todo lo intermedio.

    Sólo la nobleza y la burguesía se cuidaban del mestizaje, y es precisamente de un reducto de esta élite que surgió la sedición secesionista. Pero aparte de esta minoría oportunista, entre cuyas motivaciones anti imperialistas estaba deshacerse de la estresante vigilancia y protección de la Real Audiencia sobre los derechos de sus esclavos, éstos gozaban de suficiente bienestar como para defender su calidad de vida, lo cual estaban dispuestos a hacer a través de la defensa del Reino, ese estado protector que les garantizaba techo, alimento, vestido, propiedad, salud y… cierta libertad.

    Quién sabe si tal vez debamos el desarrollo de la gran riqueza musical afrovenezolana y otras expresiones artísticas, en parte a esa «cierta libertad» que sólo puede ser consecuencia de una suerte de vanguardismo político, de un proyecto imperial sui generis cuyo cristianismo (base de la doctrina moral Occidental, declinada en humanismo) ya estaba cristalizado a nivel jurídico a comienzos del siglo XIX (Leyes de Indias), dando resultados plenamente positivos a una altura óptima de la historia, cuando irrumpió desafortunadamente en nuestra patria la nefasta influencia del «terror revolucionario» francés (más de 200 mil guillotinados, sumados a más de 300 mil civiles exterminados en el genocidio de La Vandée, a nombre de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789).

    Fue cuando en Venezuela un grupúsculo mantuano pudo entonces hacerse amo y señor —al estilo revolucionario galo— de la provincia exterminando a poblaciones civiles enteras al grito de «tierra arrasada», liderado por la ambición de un bipolar napoleónico de manufactura británica: Bolívar. La flamante «independencia» acabó con la exuberancia de aquella tierra, «la más apacible y próspera del planeta», tan admirada por Humboldt en el año 1800.

    Adiós para siempre las cartas directas del Rey, ocupándose personalmente de la justicia y el mérito en sus provincias ultramarinas, como aquella misiva Real en que rechaza con su firma las objeciones mantuanas contra el estatus de «Señoras» acordado por él mismo previamente a las hermanas Vejarano, tres negras esclavas caraqueñas cuyos prodigios en el arte de la repostería les valiera la fundación de una empresa, una patente y una celebridad local (ahora monarcal). Adiós a todo ello…

    La República en cambio evidenció su fracaso al no superar el nivel de vida anterior a la «independencia», que contrariamente a lo prometido por sus próceres ni siquiera se dignó abolir la esclavitud.

    El único legado de la «independencia» y de su resultante republiqueta (que junto a las otras 19 sólo consiguió la balcanización y el ínter rivalismo del continente —aparte de la muerte de un tercio de la población venezolana—) es un culto bolivarista hueco, anti histórico, preciado indistintamente por ambos chavismo y socialdemocracia: esos dos esperpentos negrolegendarios que reflejan nuestra presente bárbara desgracia.


X. P.