viernes, 1 de marzo de 2024

Todo ex-país deviene quincalla



Por Xavier Padilla 

¿A que es cierto que al oír la palabra «independencia» los venezolanos pensamos en yugo y cruel imperio español? Haber usado «independencia» en vez de «secesión» fue para los vencedores triunfar también en el plano de la propaganda. Decir «guerra civil» era perder el país.

    Estos jóvenes ricos y privilegiados de la oligarquía mantuana, a quienes el ocio de sus vidas mundanas y afrancesadas les imponía una revolución contra el aburrimiento, estuvieron pues obligados a mentir no sólo para montar aquella guerra, sino acerca de qué tipo de guerra fue la que luego ganaron: no una civil (pero ni siquiera honesta), sino una asistida de principio a fin por potencias extranjeras. Para montarla pieza por pieza, primero se escondieron detrás de una falsa defensa del Rey Fernando VII, cautivo por Napoleón, pasando enseguida, sin rubor y a punta de sofismas históricos, a una ofensiva incomprensible contra la Corona; ofensiva liderada desaforadamente por un joven Bolívar fuera de sí, resentido hasta el paroxismo, basada en falsas reivindicaciones, totalmente ficticias y negro legendarias, alegando una letanía de supuestas discriminaciones de las que él mismo era un desmentido encarnado. Luego, ya entrada la guerra, resulta que esta era entonces contra un extranjero invasor, contra un intruso, España, no contra sus propios paisanos caraqueños, venezolanos, que defendían a su Rey, a su Corona. Al final de la guerra, tras el triunfo de esta revolución importada, aun menos iban a llamarla los conjurados una guerra interna entre separatistas y unitaristas. Ya, como toda farsa, desde el comienzo le habían cambiado el nombre.

    Fue Bolívar, prácticamente solito, quien inventó que éramos una colonia en vez de una provincia, es decir, quien decretó que existía lo inexistente (la colonia) y quien, para que lo existente (la provincia) no existiera, la aniquiló. Decidió el lanzamiento de esta guerra civil inventándola de la nada y llamándola por otro nombre. Luego de un buen primer fracaso militar contra el orden popular eminentemente realista, que le salió al paso y lo obligó a huir por mar, regresó desde occidente convertido en un Atila psicótico poseído por la visión mental de una colonia inexistente, decidido a crearla en el acto mismo de aniquilarla. A falta de monstruos contra quienes aplicar su terror jacobino, robesperiano, fue inventándolos a su paso. A su llegada a Caracas escribió: «…marché sin detenerme por las ciudades y pueblos de Tocuyito, Valencia, Guayos, Guacara, San Joaquín, Maracay, Turmero, San Mateo y La Victoria, donde todos los europeos y canarios casi sin excepción, han sido pasados por las armas». Así lo confesó con orgullo neronino en carta al separatista Congreso de la Nueva Granada, el 14 de agosto de 1813. Su primer asesinato en masa de civiles, inaugurado por decreto 60 días antes de esta misiva, de la cual, valga el paréntesis, curiosamente el Archivo oficial en línea del Libertador, en manos del «gobierno», presenta una redacción distinta a la citada más arriba, de 1859, del historiador colombiano José Manuel Restrepo, quien sin duda tuvo acceso al documento original. En la bolivarista versión en línea no fotografiada sino digitalizada (documento 304, Correspondencia Oficial, período 7AGO AL 31DIC 1813) faltan las tildes arcaicas reproducidas por el historiador, y no leemos «donde todos los europeos y canarios casi sin excepción, han sido pasados por las armas», sino «donde todos los europeos y canarios MÁS CRIMINALES han sido pasados por las armas» (http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article9861). Vaya discreta diferencia…

    Otra misteriosa particularidad en este Archivo del Libertador en manos del «gobierno» venezolano es la ausencia de la Gaceta de Caracas núm. 52, del 3 de enero de 1816, redactada por José Domingo Díaz y dedicada a Boves. Menuda y elocuente «omisión».

    El punto es que la República partió y se mantuvo a base de una serie interminable de invenciones y adaptaciones acomodaticias que se proyectan al infinito, burbuja dentro de la cual nosotros hemos estado viviendo por dos siglos sin saberlo, mediocrizados y engrupidos.

    Luego, cómo pedirle peras al olmo… Al venezolano lo encapsularon en los conceptos de Independencia y Libertad, y luego lo obligaron a tragarse a sí mismo en esa capsulita feliz. Independencia y Libertad son palabras positivas, perfectas para mentir. Demasiadas generaciones ha pasado el venezolano embaucado en esta propaganda, creyendo que su país realmente fue liberado y que es la «cuna de la libertad»; que Bolívar, «El Libertador», además le transfirió una especie de pedigrí paladinesco, libertario. En consecuencia, ahí tenemos a la criatura, un individuo que se siente superior, sobrado… La hemos visto recientemente invadiendo fronteras guapetonamente, bandera en mano, y sobre todo dejando el gentilicio en alto…

    A tales logros escultóricos de la personalidad idiosincrática llegó una propaganda que no fue lanzada en territorio baldío, sino predispuesto, con seres vegetantes plácidamente prendidos a la exuberante naturaleza del entorno, en la edénica variedad de cinco climas para el disfrute. Oh corral perfecto para la granja humana, pronto dócilmente convencida de un falso linaje superior. Como remate, en los años 60 y 70 del siglo XX llegaría a los venezolanos tal confirmación en la forma de una inaudita bonanza petrolera, con la que ningún otro país del continente podía siquiera soñar. Hete pues aquí al venezolano resumido: hijo del Libertador, dueño del Paraíso, y rico sin mover un dedo.

    «Un portento envidiable», se dedicaría a decir para sus adentros. Pero ya sabemos cómo terminan estos fiascos, estos paraísos huecos cuando carecen de una historia real que sustente el discurso aprendido, y donde las bases culturales para enfrentar las circunstancias brillan por su ausencia. Terminan indefectiblemente en un desastre como el presente, donde todo está apoyado únicamente en propaganda y falsa educación.

    Nuestro pillaje original: única escuela. Modelo histórico reciente que ha impactado empíricamente nuestra naturaleza. No otro ha sido el ejemplo recibido en doscientos años que esta cultura caudillesca del saqueo, la expropiación y el despilfarro. No iba a convertirse luego por arte de magia, de la noche a la mañana, en otra cultura distinta frente a la citada bonanza petrolera. El país se vino abajo con una rapidez prodigiosa, proporcional a la viveza criolla «libertadora», «independentista». Quedamos en bandeja de plata para la depredocracia socialista y sus caudillos vengadores, que venían calentando los motores de sus podadoras humanitarias y entraron al rescate del pueblo (su manjar) a la hora H ataviados con los símbolos inagotables del mismísimo republicanismo bolivarista inicial. Una sociedad pre-condicionada para el adulamiento los esperaba, con los brazos abiertos. Henos pues de lleno en la dimensión del eterno retorno de las taras adultas, de nivel autónomo, soberano. Los triunfos revolucionarios comienzan siempre por una repartición de gratuidades, luego completan el decorado con sensiblería patria y libertaria, basada nuevamente en nada real. El ex-país deviene quincalla.

    Entonces explota la realidad. La reacción es hacer un comercio del infortunio. Surgen las campañas plañideras. Otros hacen sus agostos convirtiendo la desgracia en auto promoción artística, y algunos hasta ofreciendo servicios jurídicos fraudulentos al emigrante.

    Y es que la viveza criolla trasciende siglos y diásporas. Es la misma viveza criolla de los criollos separatistas de 1810, con la cual se fundó Venezuela en República por fuerza y exterminio. Una viveza congénita que luego se hizo monumento auto blanqueado en perfiles de próceres romanizados, en mármoles encargados a París y Florencia, en mitología épica oficialista y educación histórica artificiosamente pétrea.

    Pero el tamaño de la farsa se mide por el presente, por el estado de las cosas. El fiasco comenzó en el siglo XIX con el oportunismo de una minoría hacendada, megalómana, privilegiada, contrabandista, esclavista, afrancesada, oportunista. En el caso de Bolívar, resentida.

    Un antiimperialismo por teoría, un desastre parricida por práctica. Una revolución llegada al poder para no hacer otra cosa con él que… nada. Una letanía destructora, grandilocuente, pero auto excusatoria, victimista. Justo como la chavista del presente. Los mismos efectos, por las mismas causas.

    Y ninguna novedad en el frente.

    ¿Cómo haberla? ¿No se necesita como mínimo una sociedad consciente de sí?

    Cómo duelen los venezolanos, no están capacitados para entender el universo ficcional en que fueron moldeados. La ignorancia en que han flotado por generaciones al margen de la realidad histórica, los trasciende.

    ¿Cómo van a rebelarse, sin volver a ser recuperados por los mismos de siempre? Con esa gigante muralla simbólica de la independencia que ellos mismos proyectan al levantarse, y que antes de pestañear los separa de España, no hay paso posible hacia la hispanidad, acercamiento viable hacia la fuerza real que les dio el ser.

    Ningún contacto con su identidad profunda, constructora de mundos sin precedente, fértil por sus propios méritos, no por bonanzas caídas del cielo, aun menos por salvadores improvisados en sustitución de la Cruz de Borgoña.

    Hay que sacar pues al intruso interior, ese intermediario hacia la nada…

    ¿Pero no es menuda tarea en tan adverso, hostil y quasi oceánico, amazónico follón?

    Demasiada empresa, ciertamente, mas no imposible para el genio español (a condición de que lo ubiquemos dentro y expulse al usurpador).

    Cuestión de fe y de hacer. Historia probada, con creces. Mandato isabelino, vigente…


X. P.

viernes, 17 de marzo de 2023

Malandros Finos, Privilegiados



Por Xavier Padilla 

Los «próceres» usaban un lenguaje que muchos aún no reparan en lo extremadamente demagógico (además de prestado) que era. Les venía al dedillo el delirio francés de unos Derechos del Hombre que despenalizaban el robo y convertían la revolución laica en religión de Estado (y al Estado en rebatiña); el delirio de un racionalismo al servicio de la guillotina; el de un igualitarismo que despedazaba.
    Me preguntan a menudo si Páez, a diferencia de Bolívar, era bueno. Lo siento, nadie se salva. Hay que entender que todos los que participaron de la idea de «independencia» fueron unos traidores y oportunistas que quisieron quedarse con la región y repartírsela. Mejor dicho arrebatársela entre sí como hienas ensangrentadas. Si a ello le llamamos independencia, entonces aplaudamos cualquier secuestro, expropiación, robo, violación y genocidio. Todo junto fue justamente lo que hubo.
    ¿Nos basta con que los «próceres» escribieran bonito? Malandros refinados, privilegiados. Olvidémonos de salvar a nadie y de ver si salvamos con alguno a la república, todos estaban en lo mismo: la traición.
    La república simplemente no se justificaba implantarla porque España no había representado jamás ningún yugo ni despotismo. Ese fue el cuento chino de ciertos mantuanos.
    El despotismo lo tenían ellos (piratas de tierra) contra sus esclavos y subordinados; un despotismo que pusieron al servicio de sus intereses sin vacilación, a la primera oportunidad. El zarpazo lo dieron durante el asedio de Napoleón a la península. Algo, como «gesta», sumamente bajo.
    Ya es hora de que redescubramos la verdadera historia, de que entendamos que la escrita por ellos no tiene un pelo de veracidad; que la falsa grandeza de un mito no convierte en verdad un relato inventado. Ni funda naciones verdaderas. No se logran con el triunfo de ninguna conspiración. Nunca será verdad ningún relato de facto, por impuesto que sea.
    A muchos les encanta ver acariciados sus egos por mitos heroicos, así sean impuestos por el poder (incluso de sanguinarias tiranías). Les basta, para considerarlos como verdades, que tales mentiras les enaltezcan el gentilicio. Ni hablar cuando se trata de los supuestos descendientes de estos seres semi-divinos. Comienzan a sentir dicha grandeza correr por sus venas. Adoptan un tono magnánimo, como poseídos de una personalidad trascendental. Son casos irrecuperables, psiquiátricos. Descubrir la verdad ya no los salva, los mata.
    Mejor que ni se enteren de que todo comenzó en Europa; de que la mentada inmortalidad de sus ancestros viene de un asunto mucho más pedestre; que la susodicha gloria en realidad bajó desde Gran Bretaña, Holanda, Francia y Alemania por los puentes de la masonería y el protestantismo. Un verdadero elixir de aguas negras. De conflagración geopolítica extranjera. 
Muy variopinta, y nada pintoresca.
    «Próceres» cipayos locales promovidos desde otras tierras. ¿Sus estatuas en el viejo continente? Una promesa.
    Neo-iluminados de la selva, suerte de pre-pagos aspirantes a europeos. ¿No había ya susurrado un influencer de la época al oído de un niño rico (cuya arrogancia no le cabía en el pecho): «Hispanoamérica ya está lista para la libertad»?
    Dandis ultramarinos que apenas machucaban el inglés y el francés, pero que hablaban bellamente en sus cartas y proclamas la lengua cervantina, mientras perpetraban sus genocidios fraticidas y parricidas, hoy llamados hazañas.
    A muchos ahora, repito, les basta la pomposidad de tales documentos. No captan la demagogia de sus frases, meros parches para tapar atrocidades. Nuestra república no es el resultado de una gesta gloriosa independentista, sino de una vergonzosa conspiración separatista. Nació por violación y somos, por ende, un país bastardo e inventado a cuya población sobreviviente se le practicó una amputación total de la memoria y se le implantó otra. Por eso no sabemos quienes somos.
    Nos cambiaron nuestro origen provincial hispanoamericano (junto con lo importante que ello era en el mundo) por una falsa historia de mancillada y atrasada colonia española. Inferiorizados, quedamos optimizados para la nueva hegemonía anglosajona.
    Pero éramos provincia, no colonia, y cada provincia era, ella misma, España, es decir una versión de aquella nación imperial y múltiple, virreinal y diversa, la más novedosa y próspera del planeta.
    Por definición había más novedad en el Nuevo Mundo que en el viejo. La metrópolis estaba más interesada en el desarrollo de esta novedad allende el Atlántico que en el rancio revanchismo europeo, sobre todo el de los auto iluminados decimonónicos en desespero. Esto a la Corona no le interesaba para nada, llevaba tres siglos construyéndose otro universo nuevo, con éxito.
    Pero llegó el horror, nuestro continente quedó arrasado, desmembrado tras las guerras. Venezuela perdió un tercio de su población, los «patriotas» saquearon hasta las iglesias. Bolívar mismo asesinó a un montón de curas en Angostura, sus tropas violaron, saquearon, quemaron en toda la región templos con gente dentro. En cuatro días exterminó a 2.400 prisioneros civiles a machetazos y en hogueras. Porque no sólo había importado para su personal guerra la casi totalidad de sus tropas, sino también —y sobre todo— la ideología de la revolución francesa, el terror de Marat, el infernal Comité de Seguridad (el mismo que había ordenado quince años antes el exterminio de la Vendée y que sin duda también inspiró a Bolívar el ordenar el de Pasto). Leamos el parte de guerra del general francés Westermann a dicho Comité:
    «No hay más Vendée, ciudadanos republicanos. Ella murió bajo nuestra espada libre, con sus esposas e hijos. La acabo de enterrar en los pantanos y bosques de Savenay. Siguiendo las órdenes que me diste, aplasté a los niños bajo los cascos de los caballos, masacré a las mujeres que, al menos ellas, ya no darán a luz a bandoleros. No tengo un prisionero que recriminarme. Lo borré todo. Un líder de los bandoleros, llamado Désigny, fue asesinado por un sargento. Todos mis húsares tienen jirones de estandartes de bandoleros en las colas de sus caballos. Los caminos están sembrados de cadáveres. Son tantos que, en varios lugares, forman pirámides. Hay fusilamientos constantes en Savenay, porque a cada momento hay bandoleros que pretenden hacerse prisioneros. Kléber y Marceau no están. No hacemos prisioneros, porque habría que darles el pan de la libertad y la piedad no es revolucionaria».
    ¿Se entiende entonces que el salvajismo de Boves tal vez no era gratuito? Lo precedía el Decreto de Guerra a Muerte. ¿No había dicho ya Bolívar sin rubor alguno: «Después de la batalla campal de Tinaquillo [del 31 de julio 1813] marché sin detenerme por las ciudades y pueblos de Tocuyito, Valencia, Guayos, Guacara, San Joaquín, Maracay, Turmero, San Mateo y La Victoria, donde todos los europeos y canarios casi sin excepción han sido pasados por las armas»?
    Pero la sanguinaria, claro, era España, la de sus abuelos…
    Bolívar hizo triunfar por las armas la leyenda negra anti española, no la libertad, y a su «independencia» lógicamente sólo pudieron seguirle cien años de guerras intestinas por el poder. Y luego otros cien de corrupción.
    Henos, pues, como sólo podíamos estar.

¿Qué nos sorprende?

X. P.

sábado, 24 de diciembre de 2022

La Navidad Negra de Pasto


Por Xavier Padilla 

Hace exactamente 200 años, la ciudad de San Juan de Pasto, en Colombia, fue arrasada junto con su población, que era mayormente mestiza y realista, por órdenes de Simón Bolívar. Es el abominable hecho conocido como la «NAVIDAD NEGRA».

    Sucre fue su encargado para realizar este genocidio, una de las mayores atrocidades de la «independencia» que la historiografía bolivarista se ha encargado de borrar. Como era su costumbre, Bolívar daba órdenes y se mantenía a salvo en la retaguardia, enviando a subalternos a la acción. Pero en este caso, habiendo sido informado del éxito de la operación, no siguió molestándose en aparentar prisa, tomó todo su tiempo y llegó a Pasto una semana después, relajado, el 2 de enero. No hay registro de ninguna indignación por su parte ante el genocidio encontrado, todo lo contrario. Escribe a Santander: «(…) he mandado a repartir 30.000 pesos en contribuciones para el ejército (…) También he mandado a embargar los bienes de los [rebeldes pastusos sobrevivientes] que no se presentaron al tiempo señalado [para los indultos ofrecidos] (…) Yo los he mandado a perseguir por todas direcciones, mas aquí no se coge a nadie, porque todos son godos. Todo es ojos para el gobierno, y el gobierno no ve nada».

    De hecho Bolívar antes de esta masacre le había escrito a Santander: «Porque ha de saber Ud que los pastusos son los demonios más demonios que han salido de los infiernos. Los pastusos deben ser aniquilados y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiado merecidos».

    Cuenta un testigo, el general independentista José María Obando: «No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad».

    Por el general Daniel Florencio O’Leary, secretario privado de Simón Bolívar, sabemos que: «En la horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados».

    El doctor José Rafael Sañudo nos cuenta que: «Se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a los templos, y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes.

    Otro doctor, Roberto Botero Saldarriaga, refiere que: «…degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre aquellos mismos puntos que tras porfiada brega habían tomado. Al día siguiente, 400 cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abandonados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus, que ese día del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de Navidad».

    El doctor Leopoldo López Álvarez nos informa que: «Ocupada la ciudad, los soldados [de Sucre] del batallón Rifles cometieron toda clase de violencias. Los mismos templos fueron campos de muerte. En la Iglesia Matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y las de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes».

    Otro galeno, el doctor Ignacio Rodríguez Guerrero nos asegura que: «Nada es comparable en la historia de América, con el vandalismo, la ruina y el escarnio de lo más respetable y sagrado de la vida del hombre, a que fue sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822 por el batallón Rifles, como represalia de Sucre por su derrota en Taindala un mes antes, a manos del paisanaje pastuso armado de piedras, palos y escopetas de caza».

    Eran fieles a la gran España universal, y a su reino. Cabe notar que los pastusos fueron unos de los primeros en oponerse al separatismo republicano. Tan temprano como el 29 de agosto de 1809, la alcaldía de San Juan de Pasto ya había publicado un visionario comunicado que rechazaba el infame proyecto y preveía con precisión las razones de su seguro fracaso:

    «¿Con qué otros [impuestos] podrá soportar sus erogaciones la nueva soberanía? Registradlo en todas las combinaciones de vuestra discreción y no las hallaréis (…) [Los] Veréis echarse sobre las temporalidades de los regulares y venderles sus fundos, reduciéndolos a intolerable mendicidad; y últimamente: [los] veréis recargar los tributos con nuevas imposiciones que constituyan sus vasallos en desdichada esclavitud (…) Esta es la felicidad pomposa a la patria que nos proponen. Nos halagan con palabras vacías de objeto, y luego se verán en la necesidad de arrojar el rayo tempestuoso sobre los miserables que han tenido la inconsideración de someterse a su dorado veneno».

    Inútil señalar que esto fue exactamente lo que pasó con todas las repúblicas resultantes del asalto al continente por la revolución mantuano-británica. La próspera ciudad de Pasto, con su población casi enteramente indio-mestiza, fue la primera urbe realista resistente y la más dura de vencer.

    Su indoblegable líder y orgullo local, el general indio del ejército realista Agustín Agualongo, venció varias veces a los ejércitos de Bolívar, incluso recuperó tres veces la ciudad después de la «Navidad Negra». Cuando finalmente fue capturado y los republicanos ofrecieron perdonarle la vida si ponía su incomparable tenacidad a sus servicios, sin vacilar respondió: «¡NUNCA!».

X. P.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

El Modelo de los Modelados

Por Xavier Padilla 

Los Derechos del Hombre y del Ciudadano declarados durante la revolución francesa causaron la décapitation de la monarquía y cientos de miles de guillotinados. Luego fueron impresos y enviados a Hispanoamérica por masones infiltrados para subvertir el orden monárquico español.

    Dicha masacre en Francia, a la cual hay que agregar el espantoso genocidio de 170.000 disidentes en la región occidental de La Vendée, decretado por la asamblea revolucionaria, fue consecuencia de la «ilustración». Las palabras de los generales franceses durante este genocidio recuerdan la retórica del Decreto de Guerra a Muerte y expresiones fratricidas de Bolívar, además de sus actos. Así, el general Westermann, en Carta al Comité de Seguridad Pública, informa: 


«Ciudadanos republicanos, ya no hay Vendée. Ella murió bajo nuestra espada libre, con sus esposas e hijos. Los acabo de enterrar en los pantanos y bosques de Savenay. Siguiendo las órdenes que me disteis, aplasté a los niños bajo los cascos de los caballos, masacré a las mujeres que, al menos ellas, ya no darán a luz bandoleros. No tengo un prisionero por quien culparme. Lo borré todo. Un líder de los bandoleros, llamado Désigny, fue asesinado por un sargento. Todos mis húsares tienen jirones de estandartes de bandoleros en las colas de sus caballos. Los caminos están sembrados de cadáveres. Son tantos que, en varios lugares, forman pirámides. Hay fusilamientos constantes en Savenay, porque a cada momento hay bandoleros que pretenden hacerse prisioneros. Kléber y Marceau no están. No hacemos prisioneros, porque habría que darles el pan de la libertad y la piedad no es revolucionaria».


    Allí tienen, venezolanos, para que lo entiendan de una buena vez: ese era el modelo, la inspiración de los mantuanos revolucionarios, el ideal al cual corresponde el afrancesamiento caraqueño de 1810. Los famosos Derechos del Hombre no eran más, como entonces lo vio y denunció José Domingo Díaz, que una infame cortina para la barbarie; y la belleza humanista encontrada en aquellos artículos que habían sido integrados al preámbulo de la primera Constitución republicana de Francia no confundieron al avezado imperio español, que prohibió la entrada de tal literatura en todos sus dominios del orbe.

    Las revoluciones, ellas siempre ideológicas, se amparan sistemáticamente en bellas utopías para infiltrar la paz de las naciones con muerte, además de rapiña. Afortunadamente, habiéndole sido por tan sublimes Derechos del Hombre cortada la cabeza a su congénere de Francia, el Rey de España no necesitaría, primo del ultimado Borbón, de indicios adicionales para censurar éste y otros documentos de la «ilustración» en su metrópolis, Virreinatos y Provincias. Pero la masonería conseguiría introducirlos en la población joven de las élites criollas, insinuándoles que podrían ser aun más ricas y poderosas bajo el nuevo sistema revolucionario, sin reino, y comerciando libremente con Europa (en vez de contrabandeando con ella, como sus familias venían haciéndolo por un siglo).

    En realidad no todas las familias participaban de esta ruin tradición, pero la masonería supo escoger a los jóvenes más ricos, mundanos y arrogantes, y trabajarles el ego. ¿Por qué ser Provincia o Virreinato cuando podéis ser metrópoli laica con todo cuanto tenéis en tal paraíso? ¿Os conformáis con estos privilegios que os ofrece Madrid o preferís ser dioses? Para vuestra Corona sois apenas criadores de esclavos. Y si ella os exhorta a mezclaros, es para que tengáis cada vez menos rango. Porque os quiere de 2da, 3ra o 4ta mano. Sólo os falta leer estos Derechos del Hombre y del Ciudadano, y buscar la oportunidad de emanciparos.

    Es así como nació la desgracia. O el fin de una era de gracia. Los tontos útiles (para la rebelión interna que crearía un nuevo orden mundial ajeno) fueron sinuosamente conquistados, enseñados a ver con desdeño su digno entorno y a querer ser inmortales. Sus mentes aduladas fueron inoculadas con el germen masón de la ilustración, y de hecho terminaron convertidos en dioses, como los de la revolución gala, pero por haber fundado en América, por 1ra vez, colonias verdaderas, y de otros…


X. P.

sábado, 19 de noviembre de 2022

¡Basta con Sabernos!


Por Xavier Padilla

Haber sido arrancados de España, o sea de nosotros mismos (porque éramos ella, no de ella), no sólo fue un ultraje sino un daño inconmensurable para nuestro destino. Pero que nos hayan contado que con ello fuimos supuestamente liberados, es espectacularmente ridículo. No habiendo provincias más libres en otros reinos, ni más prósperas ni más apacibles, como ilustres extranjeros lo constataban en nuestro suelo, ¡creerlo es de pendejos!

    Los hispanoamericanos no somos un accidente antropológico, emergimos como un fenómeno civilizatorio con muchas capas de sedimentada, sólida cultura ascendente: Grecia, Roma, Hispania, España, el Nuevo Mundo. Saber quienes somos es imperativo, así como comprender que con la revolución secesionista (mal llamada independentista) pasamos a ser un amasijo fragmentado de repúblicas pobretuchas y dependientes; saber que como parte consubstancial del gran imperio español pasamos de ser la potencia mundial de entonces a encarnar el gris mosaico de un nuevo estrato residual, ente ahora sí colonial, llamado Tercer Mundo (y ello por vía de traición y parricidio); saber que empezamos a vivir desde entonces como poblaciones sin memoria, huérfanas, regidas por la plutocracia mantuana tras su parricidio de nuestros tatarabuelos (revolucionaria, esclavista, creadora del mito de Bolívar para heredarlo y seguir al mando de una patria espuria, corrupta, impostora y codiciosa). Debemos recuperar la memoria y nuestra verdadera identidad, volver a saber que el país llamado Venezuela es y siempre será una sublime provincia, creada por los pioneros españoles y su reino hace quinientos años, no por unos hacendados contrabandistas hace doscientos; una provincia de tantas donde España, al crearla, se re-creó también a sí misma, porque no posesionó sin crear, ni creó sin ser recreada al obrar, sin ser poseída en su obra. Vió su lengua adquirir otros matices, entre tantos climas y nuevas semblanzas, donde la fusión interracial no era sólo un compartido humano deseo, sino un Real deseo (contrariamente a lo proyectado hasta entonces por ningún imperio).

    Fue lo propio de sus exploraciones y conquistas, con las que siempre fue dejando de ser exclusivamente peninsular, para devenir más cosas, demasiadas para enumerar, entre ellas mestiza, múltiple, diversa; portadora en las Américas de una esencialidad hispánica rectora y constructiva, pero ya novedosa también para sí misma; plurirracial bajo una misma lengua, una misma religión, una misma jurisprudencia; una misma pero nueva ética y moral estatutarias, de tradición salamanquesa en el Derecho, que ahora reflejaba un inédito universalismo con sus Leyes de Indias.

    Nosotros hoy, venezolanos provenientes de ello (como todos los «hispámers»*), simplemente no vamos a poder llegar muy lejos con sólo quitar de en medio a un mórbido régimen tiránico como el chavista: hay que saberlo, regresaríamos a la misma ignorancia anti histórica del credo bolivarista, por igual compartido por todos los sectores y estratos de la sociedad. Cuando te arrebatan hasta el derecho de saber que ancestralmente has sido parte de un proyecto que estuvo a la vanguardia del mundo, y comprendes que hoy te encuentras ante un simple heredero final del secesionismo mantuano, que viene a arrasar a Venezuela por segunda vez, es entonces el momento de restaurar la historia gallardamente, crear consciencia pública desmontando la propaganda antiespañola negro legendaria, cuyas falsedades actúan en nuestra sociedad como un dispositivo de disociación contra nuestra intrínseca hispanidad.

    Cualquier sociedad que por manipulación ideológica se encuentra en conflicto con sus orígenes funciona contra estos —y por ende contra sí misma— en favor de la manipulación. Termina regresando indefectiblemente a los designios de ésta, sobre todo cuando la misma tiene varias fachadas, varios colores, varias caretas. Los individuos giran en torno a estas ilusorias opciones creyendo actuar libremente, porque el vínculo entre ellas, mientras no sea cuestionado, expuesto ni desmontado en su propósito fundamental, como lo es la disociación anti hispánica (presente en toda la simbología independentista, republicana y bolivarista), es invisible. Así, dicho propósito, que no es otro que el de una ideología (la ideología fundacional del país llamada «república») es imperceptible si su contenido no es develado.

    La República como tal, como ideología basada en una independencia que no fue tal, funge pues en el individuo como una licencia ciudadana de independencia de su persona con respecto a la hispanidad, lo aleja de ella, la convierte a lo sumo en una opción. Pero la esencia no es una opción para el ser, es parte del ser; y el venezolano, tanto como vaya a postrarse ante el chavismo como ante el sector más opuesto, o ante toda la gama intermedia entre uno y otro extremo, se verá siempre, 360º a la redonda, ante el mismo anti hispanismo subyacente de la ideología republicana fundacional, que lo separa de su esencia y que proviene de la falsa independencia y sus intocables próceres y símbolos patrios. No tiene salida por esa vía; a menos, claro está, que por sí mismo, mediante un acceso a la información histórica veraz, consiga desideologizar el concepto de República y logre reconciliarse con su hispanidad, con su esencia. Que no tiene que ser perfecta: basta ser uno con ella, porque de allí se abre la puerta a una inmensa recuperación de fraternidades ultramarinas y continentales, que son el futuro mismo de tantas sociedades gemelas.

    Ni siquiera es un capricho, es que no hay futuro sin regresar a la fuente, al proyecto original, a la gran empresa interrumpida. Un foco de luz sobre la historia puede traer de vuelta esa empresa a las conciencias. Proyecto aún vigente, de fuerza superlativa.

    ¡Basta con sabernos!

    Pero la realidad actualmente es muy otra, nos ignoramos olímpicamente, y si nada llega a las mentes siempre tendremos, por oposición al chavismo, a un chavismo de relevo, ora mantuano, adeco, psuvero. Todos unidos a su contrario por la misma fila de próceres anti españoles, por la completa fila de Presidentes herederos (sin excepción bolivarescos, panteonescos). Tristemente Venezuela sigue disputándose el retrato del genocida de nuestros tatarabuelos, con su ejército de 7.500 mercenarios extranjeros. ¿Qué político, comunicador o intelectual venezolano hoy por hoy está siquiera remotamente consciente de esto? A lo sumo habrá uno que otro lerdo que diga que Bolívar, como todo hombre, tenía defectos…


X. P.


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(*) hispámers = hispanoamericanos (neologismo del autor)

sábado, 15 de mayo de 2021

EL INÉDITO PLAN DE ÓSCAR PÉREZ EXPLICADO


EL INÉDITO PLAN DE ÓSCAR PÉREZ EXPLICADO

Por Xavier Padilla

A los incrédulos crónicos, a los que desconfían de todo sistemáticamente (porque es la opción más fácil y más bobamente lista, que aconseja acostarse en el suelo para no caerse de la cama), a estos, digo, a estos ya nada los salva. Ni Santo Tomás los quiere. Pero aparte de ellos, sería injusto negar que en 2017 prácticamente toda Vzla tenía el legítimo derecho de no creer en Óscar Pérez, o por lo menos de dudar seriamente de su iniciativa, incluso de su «realidad». Pero eso él lo sabía perfectamente, porque estaba contemplado en su plan que así fuese.
    El plan contenía una fuerte dosis de deliberado pantallerismo, suficiente como para no ser creíble por nadie. Salvo por su destinatario: el nefasto régimen.
    Pero lo que sería para el resto del país el punto débil de este «supuesto» rebelde, su pantallerismo, constituía para el régimen el punto fuerte y más preocupante de este insurgente. Lo que para el país no era más que un montaje o un puro derroche de histrionismo barato, para el régimen no tenía nada de «teatro».
    Y es que lo que estaba llevando a cabo el policía, buzo, paracaidista, actor, piloto, instructor canino y comando de 36 años, no era el típico sublevamiento, la clásica insurgencia en que la contienda se dirime como de costumbre: por un enfrentamiento armado. Su plan era más sofisticado.
    Óscar Pérez era un profesional de élite y como tal su estrategia estaba también por encima de lo corriente. Pero la sofisticación de su plan no era un fin en sí, sino algo realmente más eficiente. El rebelde había emprendido una nueva forma de derrocamiento, inédita, adaptada a una dictadura también inédita. Una estrategia a la medida de su presa, concentrada en sus debilidades.
    ¿Cómo no saber que el enemigo en cuestión no sólo era muy mediocre sino además muy cobarde, y cómo no prepararle su derrota por esos flancos? Nosotros, ciudadanos pedestres, habituados a lo simple e inexpertos, pero sobrevalorados a menudo por nuestros egos, no íbamos a comprenderlo. Pero no importaba que no lo entendiéramos todavía, eso estaba previsto. Nuestra comprensión no era esencial aún. Vendría sola y gradualmente, como vamos a verlo, con la evolución de los hechos.
    Vale detenernos antes, no obstante, y hacer un paréntesis dedicado al fatídico final que tuvo su iniciativa y que todos conocemos, y ello para decir que no hay razones lógico-causales para pensar que dicha «derrota» fuese consecuencia directa del plan estratégico adoptado, por cuanto nada, ni el mejor de los planes, tiene en la complejidad de nuestro mundo la victoria garantizada, absolutamente nada está exento del fracaso. Ni siquiera éste es siempre un resultado exclusivo de nuestros errores. Más aun, a veces nuestros errores pueden proporcionarnos el triunfo. Pero la traición, por su parte, no es un error propio, es un elemento externo, virtualmente incontrolable. Siempre estaremos de algún modo a su merced, por decirlo así, y es algo que debemos asumir en todas nuestras empresas, y que no debe sin embargo hacernos desistir de emprenderlas. No existe plan blindado contra la traición. Tampoco contra la infiltración, que es una modalidad de ella.
    En el caso de Óscar Pérez, su plan era sui generis e implicaba nuevos riesgos. Lo primero es constatar su novedosa naturaleza. En él todo consistía en practicar operaciones de terror mediante la BURLA, todas dedicadas a socavar la psicología del enemigo, dejando al descubierto la vulnerabilidad y la indefensión de los cuerpos armados del narco Estado. Es decir, operaciones de terror psicológico, no violentas físicamente (esto es, no terroristas) en las que nunca se destruyese nada ni se produjesen bajas humanas, sino con las que se neutralizase a los efectivos armados, se les desarmase, se les conscientizase y eventualmente también se les ganase para la causa libertaria (pero no necesariamente). En resumen, acciones que enviasen al régimen una demostración de superioridad técnica y de inteligencia, propiamente exclusiva de los comandos de élite. Acciones de una humillante CALIDAD para el régimen, que le probasen a la tiranía en su propio terreno su inferioridad, su mediocridad y subdesarrollo.
    El grupo de Óscar Pérez contaba de sobra con dicha calidad, que no era puramente demostrativa ni pantallera (como aún algunos creen) sino fáctica, real. Y siendo una virtud contaba con emplearla. Hay que tener verdaderamente tal calidad para hacer lo que el grupo «Movimiento Equilibrio Nacional por Venezuela» (M. E. N. por Vzla) hizo. Lo demostró en las dos únicas operaciones —conocidas— que realizó.
    Sin un alto nivel de excelencia hubiera sido imposible sobrevolar, como lo hizo campantemente el 27 de junio de 2017, la capital en helicóptero e infartar del susto (sí, con la intención deliberada de sólo asustar) al TSJ con dos buenas granadas sonoras (esto es, con dos grandes bolas simbólicas) e incluso darse el tupé de posarse brevemente, como por ocio, sobre un edificio de la capital.
    Hubiera sido también imposible sin dicha excelencia ni virtuosismo asaltar (5 meses después, el 9 de diciembre) el cuartel de la Guardia Nacional de Laguneta de la Montaña (al norte del Edo. Miranda), en lo que fuera una impecable acción que ellos denominaron «Operación Génesis», 200 % exitosa, sin bajas de ningún tipo (contrariamente a lo que reportara Reverol). El grupo documentó todo en vídeo y lo difundió esa misma noche.
    ¿Pero qué intención podía tener la mediatización de estas acciones sino la de inquietar, desestabilizar, entorpecer al régimen (como por ejemplo haciéndolo lanzar nuevas medidas absurdas que lo comprometiesen y enterrasen aun más en su asqueroso expediente multi-criminal)?
    Mirando en las redes aquel vídeo de la Operación Génesis el venezolano corriente se debatía con todo derecho entre la opción del pote de humo, montado por el régimen, o la del puro pantallerismo de un neo-caudillismo egocentrista y echón. Pero algunos analistas de la farándula opositora, que suelen creerse más inteligentes que el ciudadano común, fueron más allá y no pusieron tanto en duda la veracidad de estas acciones como la utilidad de las mismas para la causa libertaria. Luís Chataing, entre otros, criticó que las operaciones de Óscar Pérez daban lugar a nuevas medidas de represión contra el pueblo, a medidas antiterroristas anunciadas por Maduro, lo cual supuestamente estaría haciendo retroceder, según él, «los avances de la oposición en su lucha contra la dictadura». Uno se pregunta dónde está la lógica de semejante razonamiento. ¿Quiere decir que los logros de la oposición deberían consistir en hacer al régimen más bueno, en hacerlo respetar más a la democracia, no en hacerlo mostrar su tiranía, su naturaleza bárbara y totalitaria? ¿Será que el rol de oponerse a un régimen genocida consiste en no perturbarlo, en leerle el catecismo y volverlo un santo apóstol de la paz?
    Tal parece haber sido siempre la actitud opositora de nuestra clase política y el razonamiento mediante el cual termina acomodándose a los rigores de la «dictadura», abrazada al Establishment en un patológico colaboracionismo. Es la «tranquilidad democrática» de nunca alborotar demasiado al tirano, la paz concupiscente que permite al político de carrera avanzar en sus proyectos partidistas por encima de todo, aun en tiranía, y captar nuevos guisos favorables a su eterna agenda electoralista a nombre de la «democracia».
    Pero el sentido común indica precisamente lo contrario, que a una tiranía hay que provocarla y exponerla en sus pecados tanto como podamos. Que sepamos, nuestro rol de opositores no consiste en darle lecciones de moral a la tiranía ni pretender educarla. A nosotros NO nos interesa que ella se vuelva menos difícil para el país y que se pueda convivir con ella; a nosotros NO nos interesa conservarla, ¡nos interesa DERROCARLA!
    Y eso mismo es lo que intentaba hacer por la fuerza física, pero no bruta, no desprovista de psicología nuestro admirable insurgente. Su plan era la desestabilización psicológica de la tiranía, aterrarla, enloquecerla, embrutecerla aun más. Emplazarla a pecar, a tumbar por sí misma su falsa fachada y a mostrarse en toda su impresentable facha. Y ello sin tirarle —al menos por el momento— una sola bala, sino haciéndola a ella tirarlas, ya fuese literalmente o con medidas autoritarias; en cuyo caso quedarían siempre las pruebas y para el régimen la carga de refutarlas (algo cada vez más imposible para su expediente criminal). Era importante que al comienzo no se materializara la fuerza física: producía un efecto mayor de desestabilización en la tiranía mostrarle su inferioridad. La respuesta de ésta sólo podría ser desesperada y torpe.
    Al régimen había que obligarlo a desvestirse mediante actos de incontrolable torpeza. Era el objetivo inmediato, porque un régimen tiránico no sobrevive sin el cuidado de su imagen, del camuflaje, de la compostura, del disfraz democrático con que oculta que su único apoyo son sus armas. Había pues que reducirlo a ellas y mostrarle su inferioridad en ellas.
    El plan tenía esta intencionalidad provocadora, desestabilizante, pero ello sólo sería perceptible por el régimen. De cara al pueblo, al ciudadano, el plan no podía ofrecer certeza, ninguna de estas cualidades. Óscar Pérez simplemente sabía que el país ganaría confianza en su iniciativa progresivamente. Ello vendría por sí solo más adelante, inevitablemente.
    Apriori parecería contraindicable, pero en un comienzo no era esencial tener el apoyo de la ciudadanía, el acompañamiento popular iría siendo necesario sólo gradualmente. Lo esencial por el momento era impactar contundentemente en la psicología del régimen, y esto el grupo lo iría consiguiendo con algunas operaciones. Lo importante primero era volverse una perturbadora realidad para el enemigo, único que podía saber a ciencia cierta que ese grupo de individuos audaces, determinados y temerarios NO ERA suyo.
    A diferencia del régimen, el pueblo por supuesto que no podía saber nada de Óscar Pérez con certeza en esta etapa temprana del plan. La naturaleza del plan NO lo permitía NI lo requería. Lo crucial aún no era la opinión pública sino que el régimen supiese de la realidad de este nuevo adversario que operaba de manera superior en su propio terreno: el ARMADO; un adversario superior en clase, preparación, equipamiento, temeridad y por ende peligrosidad.
    Se trataba de acciones tan osadas que para el pueblo era casi imposible no tomarlas por falsas, pero para el régimen jamás hubieran podido ser más reales.
    El plan implicaba una paradoja ineludible: el efecto de «pantallerismo» que de cara al pueblo era inevitable, era todo lo contrario de cara al enemigo, y lo importante. Era una dualidad forzosamente necesaria. El plan imponía que el ciudadano quedase colateralmente en el limbo, porque lo vital era realizar las operaciones. Entretanto, que el pueblo viera y pensase lo que quisiera. No había que desgastarse en una didáctica que de todos modos jamás bastaría para convencer a nadie. No era un plan diseñado para ser convincente, sino eficiente. El grupo debía operar cargando a cuestas con esta desconfianza pública. Si para el pueblo era un show, para el régimen no había nada más opuesto a una farsa. No sólo era algo real sino humillante. Y esto era lo importante.
    El rol del pueblo, según el plan, era seguir en su plano correspondiente, en las protestas de calle, que por cierto aún las había. El convencimiento popular vendría después, a medida que el régimen fuese enloqueciendo. De las reacciones disparatadas de éste le vendría la confirmación al pueblo, y el paso final sería entonces indetenible.
    Si no hubiese ocurrido la masacre, con una operación más el pueblo ya hubiera podido salir de su duda. Esta siguiente operación probablemente estaba pautada para febrero, cuando arreciasen la escasez, la inflación, la hambruna y el descontento, como era previsible. Entonces sería mortal para el régimen. Insostenible cualquier gobernabilidad frente a este grupo de élite haciendo de las suyas, apoyado ahora por las masas y causando también deserciones en las Fuerzas Armadas y policiales. Y ello sin tirar aún una sola bala. El fin verdadero de la tiranía nunca hubiera estado más cerca.
    Con las únicas dos operaciones conocidas que logró hacer el grupo ya el régimen estaba MÁS QUE CONVENCIDO de que se enfrentaba POR PRIMERA VEZ en sus años holgados de poder a algo serio. Esto era lo importante. No que los ciudadanos lo estuviésemos. Nuestra convicción súbita y masiva resultaría más tarde como consecuencia de este plan y sería un elemento crucial para el jaque mate. ¿Se va comprendiendo mejor?
    Fue aparentemente por una traición que los miembros del grupo fueron vilmente masacrados y que no hubo una tercera y tal vez decisiva operación que degenerara en avalancha libertaria y en el derrumbe de la tiranía. Como dijimos, contra la traición nunca nada ni nadie está blindado y ésta no puede ser atribuida al plan como un error propio. Se ha dicho que el error fue mediatizar demasiado sus acciones, pero mediatizarlas era, como se ha explicado, consubstancial al plan. Porque de tal mediatización acumulada dependía el efecto avalancha final de las masas al éstas caer en cuenta de la realidad de un «show» que no tenía nada de tal, por increíble que fueran las acciones y la teatralidad que de cara al pueblo las desprestigiaba, pero que era un elemento crucial contra el régimen.
    Lograr desesperar al régimen era algo que para diciembre de 2017 ya lo había logrado Óscar Pérez y su grupo espectacularmente. Y ello también lo demuestran, lamentablemente, los hechos aberrantes de la masacre. Esta brutal respuesta del régimen era directamente proporcional a la desestabilización e incontenible desesperación lograda en él por nuestro patriota.
    ¿Y a eso lo siguen llamando inútil?
    De cara al pueblo, aquellos que siguen dudando de la UTILIDAD de Óscar Pérez para la lucha, aquellos que se preguntan cuáles fueron los aportes de su iniciativa y se quedaron «pegados» en la tesis del show, del tipo pantallero, muestran una percepción limitada. Incluso el mismo hecho de haber sido masacrados con tan vehemente salvajismo y desproporción, muestra cuán lejos estaban estos hermanos de ser unos inútiles y pantalleros. Porque esta violencia alucinante prueba no tanto el salvajismo del que pueden ser por naturaleza capaces los secuaces de un régimen forajido, como cuán efectiva puede ser la táctica empleada para enloquecerlos y hacerlos recurrir a acciones desproporcionadamente ridículas DE DEFENSA contra 7 individuos: un ejército completo prácticamente.
    Dicha masacre fue ante todo una demostración psicótica de cobardía, una prueba inequívoca de cuánto pánico había ya sembrado en el régimen Óscar Pérez y su grupo, y eso no tiene nada de inútil, de ineficaz. Otra cosa es que los hayan descubierto (por razones aún desconocidas) y eliminado, ¿pero si hubiesen podido continuar, cuál hubiera sido el desenlace? La sola existencia REAL de este supuesto —según el ciudadano común— «pote de humo» o «show» de un pantallero ególatra logró afectar tan brutalmente la previsible «psicología de paranoico culpable» de este régimen cobarde que vaya si sería REAL para él, vaya si lo tenían DESESPERADO. Aunque todo se haya saldado con un final desfavorable para nuestra causa, hay que reconocer que lo que había venido haciendo Óscar Pérez y su grupo puso al régimen a cometer no sólo crímenes inapelables, propios de su naturaleza criminal, sino errores de táctica, acordes a su mediocridad, como lo fue cometer, desde que tuvo la oportunidad, el gravísimo error de perpetrar actos a la luz del sol, captados en directo por el mundo, tan bárbaros e inexcusables; tan graves que por sí mismos constituyen tal vez las mayores evidencias existentes hasta la fecha en su contra, y que deben bastarle para saberse desde entonces sin salvación penal posible.
    Óscar Pérez se fue, pero también se los llevó y los enterró.
    Ciertamente, la interrupción nos lanzó años luz hacia atrás, no tanto por el hecho en sí sino por aquellos que quedaron al frente en representación de la oposición. El fatal hecho nos dejó el caso armado, pero cayó en las peores manos.
   La inteligencia y dignidad con que Pérez y estos patriotas fuera de serie concibieron y manejaron su operación sobrepasa la negación apriorística a la que muchos se abocan aún. El grupo estaba haciéndole daño a la psicología del tirano, socavándole la médula espinal, a él y a su caterva de goriletes asesinos, a todo su aparatus, sus cuerpos policiales, su guardia trasnochada.
    Porque mete mucho más miedo VIOLAR en forma experta y muy campante el perímetro de seguridad de la capital desde un helicóptero, sin hacer más que «¡BUUUH!» (como lo hace un ogro de cuento infantil), y desaparecer de nuevo entre las nubes que dejar víctimas humanas, entre las cuales se encontrarían invariablemente inocentes. Hubiera sido terrorismo.
    Lo que hizo Pérez fue mil veces más efectivo. ¿O es que bombardear el TSJ iba a tumbar al régimen? Pensémoslo dos veces.
    En una situación como la nuestra, de secuestro por la tiranía, en que todo el mundo hubiera estado esperando el escenario clásico del rebelde que toma por la fuerza Miraflores, aquí estaba en cambio un Óscar Pérez más allá, adelantado a la norma, poniendo en práctica el terror PACÍFICO hacia el tirano. El tipo de terror en que el tirano tiembla porque juzga al otro por su propia condición de tirano y terrorista. Cuyo es el caso del maldito régimen, al que lo menos que le cuadraba y al mismo tiempo le daba más terror es que este Óscar Pérez y sus hombres no mataran nunca a nadie, habiendo podido hacerlo varias veces tranquilamente. Esto le causaba infinitamente más terror, porque le daba a entender que este grupo de rebeldes seguramente estaba reservando sus verdaderas balas para los altos jerarcas.
    Personalmente, cuando vi la noticia de la operación Génesis, la del asalto al cuartel, y miré los vídeos, todo me pareció tan perfecto que la consideré difícil de creer. Por lo perfecto, impecable, inteligente, arriesgado y valiente. Pero la creí, sin saber por qué. Lo cual, siendo demasiado brillante para ser verdad, no tiene ningún mérito. Pero si eso nos pareció a todos, imaginemos ahora el efecto que le estaba produciendo al régimen, que no tenía, como nosotros, la opción de dudar, sólo la de constatar la realidad incontestable de la operación, porque esos hombres, si de algo estaba seguro, no eran suyos… No era lo acostumbrado: un montaje propio.
    Sobre todo que no se trataba de cualquier tipo de hombres, porque hay que ver lo que es asaltar un cuartel, tomar el control absoluto, no producirle el menor daño a nadie ni a nada, y encima darle un regaño moral a los funcionarios, filmarlo todo con una parsimonia y calma desconcertantes, y luego simplemente decomisar todo el armamento y retirarse.
    ¿Se imaginan no sólo la humillación al régimen, sino el terror que se les instaló en sus podridos hipotálamos a Maduro y a Diosdado «el meón»?
    Las escenas de los vídeos de esta operación eran dignas de ficción, propias de un capítulo del Zorro, con todos los soldados sentaditos y esposados. Faltaba sólo el sargento García... Pero como vemos se trataba de un verdadero Zorro del siglo 21; uno que, en vez de marcar la Z en el portón, deja al salir, antes de perderse en la noche, un graffiti con el Art. 350.
    Con este tipo de operaciones Óscar Pérez le estaba indicando al régimen que estaba enfrentándose a un adversario superior, de MAYOR clase y, por ende, MUCHO más peligroso. Le dejó bien claro a Maduro que no estaba tratando con un vulgar como él, con un jíbaro narco traficante como él y sus maleantes.
    Al parecer, después de la Operación Génesis, la gente de Óscar Pérez realizó otras operaciones. Pero no fueron reveladas por el régimen. Una persona con conexiones en el entorno militar, Iván Ballesteros, dijo en una entrevista por la radio, ulterior a la masacre, que Óscar Pérez después de aquella operación se introdujo también en la vivienda de un general en el Fuerte Tiuna, y que luego penetró en la oficina misma de Reverol y que desde allí le mandó fotos de su presencia en dicho espacio al general Padrino. Algo así como volviendo a decirles lo que ya les había dicho anteriormente: «no me busquen tanto que yo soy quien vendrá por ustedes».
    Parece que unos días después el grupo además le quitó las armas a dos guardias nacionales en Las Adjuntas, cosa que tampoco se hizo pública; y que también asaltó a un puesto cerca de la Escuela de Comandos en Macarao, de donde se llevó un buen lote de armas. Nada de eso fue reportado por el régimen, y curiosamente tampoco por el grupo de Óscar Pérez (tal vez no tuvo tiempo de publicar las evidencias, porque estas intervenciones ocurrieron apenas unos días antes de la masacre).
    Óscar Pérez y su equipo llevaron al narco-Estado a la desesperación, dicho putrefacto conglomerado terminó mostrando lo peor de sí mismo. Aun si los insurgentes perecieron (seguramente por traición), la bestia quedó como nunca al descubierto, lo cual reposa inexorable en La Haya.
    Óscar Pérez fue el arquitecto de una nueva modalidad de insurgencia acorde con los actuales estándares técnicos, en la que incluso el fracaso preveía la posibilidad de marcar puntos mediante la transmisión en tiempo real de los hechos vía Instagram, para dejar pruebas públicas, incontrolables por el régimen.
    Y respecto a esto, he aquí un detalle importante, de mucha sutileza y contundencia: este tipo de dispositivos táctico-preventivos, consistentes en filmarlo todo, sólo pueden incluirlos en su plan aquellos grupos o individuos que están llevando a cabo una misión moralmente intachable y justa, porque nadie que esté planeando actos de dudosa moral contempla registrar sus actividades: evita, por el contrario, correr el riesgo de filmar algo que más tarde mostrará si se corresponde o no con la verdad. Es un recurso que no puede ser usado para mentir y que queda reservado exclusivamente a quienes nada tienen que ocultar. Contrariamente, una organización oscura como la del régimen trata de ocultar siempre todas sus operaciones bajo el pretexto de seguridad de Estado, rechazando sistemáticamente la presencia de medios, agrediendo a periodistas. Pero ahí es donde se mete en aprietos, porque la comunidad internacional lo primero que podría preguntar es: «¿Pero Sr. “Presidente”Maduro, si su gobierno tiene rodeados a unos terroristas escondidos en una casa y está tratando de neutralizarlos y capturarlos, por qué no lo transmite en vivo por los medios públicos, y deja que lo haga también la prensa libre? ¿No se trata de una circunstancia importante a nivel nacional, la captura de unos terroristas que están amenazando a su país? ¿O se trata de un asunto privado entre mafias, que como siempre arreglan entre ellas sus problemas en secreto?».
    Cuando en Francia estaban capturando a los terroristas del caso Charlie Hebdo, que se hallaban atrincherados en un comercio; o luego en el caso de otros terroristas escondidos en un apartamento en Bélgica, PRÁCTICAMENTE TODOS los medios públicos y privados de Europa y del mundo lo estaban transmitiendo en vivo y en directo, y ello durante horas (hasta yo pude verlo en directo desde China, donde me encontraba en ese momento).
    Maduro lo hizo en secreto porque es su régimen el terrorista, el que se esconde y vive en la oscuridad, huyendo espantado de La Luz. Y por eso es que a héroes libertarios como Óscar Pérez podemos llamarlos «Guerreros de La Luz» con toda propiedad, porque iluminan todo lo que está en la sombra. Por eso estos guerreros son tan peligrosos para lo oculto, para lo turbio, para lo oscuro.
    ¿Y qué ocurrió en fin de cuentas con Óscar Pérez, aun con su muerte? Que expuso a estas sabandijas a la luz. Tal cuales: bestias rapaces, capaces de lo peor. Los había privado también de la poca inteligencia que tendrían, porque los muy desesperados sátrapas que dieron la orden de masacrar (Maduro y Cabello) obviamente estaban fuera de sus cabales para cometer semejante error. Los muy brutos hubiesen podido ahorrarse la ejecución extrajudicial que los embarra ahora irreparablemente; hubieran podido apresar a los insurgentes y evitarse la documentación de uno de sus peores compromisos con la justicia.
    Pero estaban fuera de sí y fueron a meterse con hombres de luz que filmaban y transmitían todo, y todo lo dejaron iluminado. Les quedó expuesta infraganti a los infames sátrapas su negra cavernita, la nauseabunda alcantarilla inmoral en que habitan.
    La Luz la traen consigo los héroes en sus corazones, en su inteligencia, en su coraje; la luz es su naturaleza y con ella revelan lo que ocultan los maleantes, sus vidas opacas y mediocres, sus actos sombríos, sus obras nefastas, la opacidad de sus haberes...
    Los héroes son aquellos que ponen al descubierto la mentira y hacen triunfar a la verdad.

X. P.

sábado, 24 de abril de 2021

¿19 DE ABRIL? ¿ACTA DE INDEPENDENCIA? ¿LANZAMIENTO DE YUGO? ¿REPÚBLICA DE VENEZUELA? NI EN BROMA…




Por Xavier Padilla 

En 1800, todos los venezolanos éramos españoles. Decir «venezolanos» era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Pero quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?
    Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución bolivariana (la original), había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos, decretado por el rey Carlos III.   
    Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano (muy minoritario, valga subrayarlo).   
    En 1810, con esta revolución pseudo-patriota nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo. Venezuela, que no era una colonia sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como «la más feliz del universo», pasó a ser una tierra arrasada, triste y abusada.
    Si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque la nación por cual fue fundada y desarrollada no era otra que España, la más grande, emprendedora y rica del planeta. Y ya irreductible a la península ibérica.
    Nuestra moneda, el «Real de a 8», era la divisa internacional por excelencia. Hacía las veces del dólar actual y era incluso la moneda de curso en el comercio asiático.
    Los venezolanos éramos parte de la nación más extensa de la Tierra. En el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska. Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.
    Pero España fue objeto de una conspiración múltiple. Fue atacada simultáneamente por Francia, Holanda y Gran Bretaña, y desde dentro por gente como Bolívar y San Martín, ambos en alianza con dichos países, con los que negociaron ingentes cantidades de riquezas del continente. Así montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Se enfrentaron a una población local orgullosa y leal a la Corona, compuesta por las clases populares, incluyendo la aborigen y la esclava.
    Y es que antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Esto fue así desde la conquista, aquella gran alianza geopolítica indígeno-ibérica. Con los mismos derechos gentilicios. Los esclavos traídos ulteriormente eran también españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo, a condición de que asumiesen los deberes del nuevo estatus. Por eso no sólo había negros voluntarios en el ejército español, sino incluso negros Oficiales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aun más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también Oficiales.
    Los ejércitos de la Corona en el continente apenas contaban con ibéricos, estaban conformados casi totalmente por americanos. Pero fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región para proseguir con sus prácticas de contrabando, en un momento en que debieron defender nuestro reino, potencia del mundo gracias a la cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.
    Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, diez años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como «la región más próspera y apacible del planeta». La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda. Es la gran mentira con que todos en la Venezuela republicana posterior fuimos adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela. Curiosamente, a nuestro himno le ocurre tener un aire de canción de cuna, y es que al parecer de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra.
    La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado. Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales y utilizada en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita enteramente por los actores triunfales de la conspiración. Una que no dejó nada en pie y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto de integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente y había sido, precisamente, la gran obra del reino.
    El caso es que con la mal llamada «independencia» el continente quedó balcanizado en veinte republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje. Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Y también asesinaron a los curas como en la revolución francesa. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones. Los indios perdieron sus tierras. Fueron subastadas por los «patriotas» entre sí, únicos que podían comprarlas. Y por supuesto las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo XIX. Las guerras continuaron, pero entonces entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó la región al atraso.
    Después de la «independencia» estas guerras se hicieron terribles hacia finales del siglo. Luego, en el siglo XX, apareció el petróleo, preciado fósil que le dio a Venezuela la impresión de que finalmente todo tuvo sentido, de que había un futuro a pesar del desastre. Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas y la corrupción, no precisamente la riqueza del nuevo país. En otras partes del mundo se produjo siempre con muchos menos recursos infinitamente más bienestar que en Venezuela. Todas las élites empoderadas desde la «independencia» le deben, pues, a Bolívar el poder que detentan. Y las «grandes familias» sus riquezas. De allí el culto al «padre de la patria», que es sólo el culto al padre de sus patrimonios envuelto en parafernalia de orgullo patrio.
    Después del más reciente y último Estado forajido bolivarista, Venezuela debe, pues, ser fundada sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse por primera vez como República. Si una reintegración al reino originario es anacrónica, también lo es volver a la 4ta. Venezuela no debe refundarse pues como 6ta, sino como 1ra. La 1ra República verdadera. Tal es la coherente misión a cumplir por quienes venzan en la guerra contra la actual tiranía.
    Pero… ¿tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan…? Me temo que no, pasarán muchos años antes de que sospechen siquiera quiénes originalmente somos; seguirán adorando a Bolívar en sus plazas y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.

II

    En 2022, todos los venezolanos seguimos siendo españoles. La grandeza de un imperio generador de vida, cultura y prosperidad, no se acaba con una independencia postiza, impuesta por vía conspirativa, ideológica, fratricida. Ni en 200 años, ni al cabo de 1000 más.
    La fuerza de una cultura poliédrica, sustentada en la lengua común, la diversidad de orígenes y la unión de mundos es prácticamente inmortal, trasciende toda maniobra oportunista. El discurso antimonárquico y antiimperialista de Bolívar fue un republicanismo tan falto de credibilidad que el proyecto de su codiciada República pasaba por someterla a los designios de otras coronas e imperios.
    No podemos acordarle ninguna ingenuidad a la ambición de nuestros «próceres». Nuestra independencia no fue siquiera el romántico error de una élite idealista, fue en cambio, como todos los documentos lo indican (incluyendo la famosa Carta de Jamaica), una consciente patraña mantuana, rica en hipocresía. Léase dicha epístola como un burdo argumento de venta remojado en retórica libertaria, la solicitud descarada de favores británicos para un repartimiento comercial ulterior. No sé qué mente saturnina pueda ver en tal documento una obra visionaria de filosofía política.
    Los herederos de dicha revolución sofista, para completar una traición que llamaron República, un secuestro que llamaron Libertad y una violación que llamaron Independencia, quisieron hacernos bastardos obligados, hijos de Bolívar, un ilustre «colectivo» a caballo. Pero somos anteriores a su republiqueta mantuana, bárbara y pre-chavista.
    Esta falsa identidad republicana que hoy portamos los venezolanos, que comenzó con el sometimiento de los abuelos de nuestros abuelos al culto de la independencia tras la barbarie secesionista, está condenada a caer estruendosamente como un edificio de yeso. A doscientos años de la bufa comedia, los venezolanos estamos por experimentar un despertar cataclismático.
    Saber quiénes somos históricamente explicará también, de cabo a rabo, ese elixir de viveza criolla y desgracia que es el chavismo. El reencuentro con nuestra hispanidad profunda es inevitable y sacudirá los cimientos de ambos montajes antiimperialistas de ayer y de hoy. Con la actual tiranía, ya podemos constatar que nosotros mismos, por haberla producido en el siglo XXI, somos forzosamente producto, como sociedad, de una aberración anterior, puesto que nada sale de la nada. Es lógico que algo muy similar al chavismo tiene que habernos ocurrido en el pasado.
    Para convencernos está por supuesto toda una documentación histórica, pero también el lógico ejercicio responsable de la inferencia. Basta con mirar hacia atrás en busca de algún hito u evento determinante, toparnos con el episodio más relevante (la independencia) y preguntarnos: ¿pero fue realmente algo tan bueno, puro y sano? Y si lo fue, ¿cómo es que una crueldad similar a la del yugo del cual nos liberamos (y que sólo sería inversamente comparable a la bondad del “Libertador”) puede emerger desde nosotros como nación libre en pleno siglo XXI? ¿No será que venimos arrastrando una creencia de pueblo libre en vez de secuestrado?
    Difícil sostener que una nación supuestamente liberada de la crueldad que la subyugaba pueda reproducir, de la nada, una crueldad semejante. ¿No será la misma? ¿Y no pone ello, de por sí, siquiera en duda de qué lado se encontraba en efecto tal crueldad, tal barbarie?
    No quiero imaginar lo que hubiéramos sido sin el aciago triunfo de la sedición mantuana, el desarrollo que tendría hoy nuestra colosal América hispana, una sola nación en vez de veinte, no una parranda de fincas bananeras, sodomizadas con populismo y reguetón. Estos doscientos años son un gris segmento de atraso, republicanismo bastardo e «independencia» inconsulta.
    Allá quienes se contentan con buscar lo bueno en todo y terminan convalidando cualquier ultraje histórico, atribuyéndoselo a no sé qué pasatiempo del destino. Se quiera o no, el chavismo es un elocuente coletazo de un error inicial, no veinteañero sino bicentenario. Henos ahora pobres, abandonados, descompuestos en un mundo que no pierde el sueño por nosotros, y al que más conviene nuestra quasi indigencia, que tenernos fuertes y soberanos.
    He allí que sólo nuestra hispanidad podrá salvarnos. ‪¿No habría que hacerle entender, pues, a cada venezolano su Real grandeza? No es venerando el 19 de abril ni el Acta de Independencia que vamos a lograrlo. Sería seguir confundiendo la realidad con las sombras de nuestra caverna.

‪X. P.