lunes, 5 de agosto de 2019

JOSÉ DOMINGO DÍAZ LO VIÓ, NO SE LO CONTARON


JOSÉ DOMINGO DÍAZ LO VIÓ, NO SE LO CONTARON 

Por Xavier Padilla 


El relato de este testigo* de lo acaecido en Caracas a comienzos del siglo XIX es extraordinario y debería bastar para producir, él solo, una contra-revolución anti-bolivariana y una refundación de Venezuela. Es el libro tabú de nuestra historia, 350 páginas explosivas a difundir sin moderación, sin duda las más apócrifas para la muy bolivariana Academia Nacional de la Historia de Venezuela. Puede bajarse aquí: https://ia800804.us.archive.org/7/items/A037122/A037122.pdf

Extracto:

“Aquella provincia, la más feliz de todo el universo, había caminado en prosperidad desde su descubrimiento, cuando el comercio libre con los puertos habilitados de estos reinos, concedido por S.M. en 1778, aceleró su hermosa carrera. Cada año se hacía notable por sus asombrosos aumentos, los pueblos existentes veían crecer su población; en los campos establecerse otras nuevas; cubrir la activa mano del labrador la superficie de aquellas montañas hasta entonces cubiertas con las plantas que en ellas había puesto la Creación; reinar la abundancia; no conocerse sino la paz, y formar todos los habitantes de aquel dichoso país una familia unida entre sí con lazos que parecían y debían ser eternos: los de la religión, de la sangre, de las costumbres, del idioma y de la felicidad que gozaban. Yo fui encargado en 1805 por aquel gobierno e Intendencia de formar la estadística de la provincia, y a mi disposición estuvieron para ello todos los archivos de un siglo. En 1778 la población de la capital consistía en dieciocho mil habitantes, y en 1805 en treinta y cinco mil; en este período la agricultura, el comercio y las rentas habían triplicado. Por desgracia, estos mismos bienes trajeron consigo males de unas consecuencias incalculables. Se olvidó por los gobernantes el severo cumplimiento de una de las leyes fundamentales de aquellos dominios, prohibitiva de la introducción de extranjeros, y se encontró en la concurrencia mercantil el medio de relajar el de la de los libros prohibidos. La ignorancia, la  imprecaución, la malicia o la novelería hacían ver entonces como llenas de sabiduría las producciones de aquella gavilla de sediciosos llamados filósofos, que, abrigados en París como en su principal residencia, había medio siglo que trabajaban sin cesar en llevar al cabo su funesta conjuración: la anarquía del g énero humano. El mundo entero estaba anegado con estos pestilentes escritos, y ellos también penetraron en Caracas, y en la casa de una de sus principales familias. Allí fue en donde se oyeron por la primera vez los funestos derechos del hombre, y de donde cundieron sordamente por todos los jóvenes de las numerosas ramas de aquella familia. Encantados con el hermoso lenguaje de los conjurados creyeron que la sabiduría era una propiedad exclusiva para ellos. Allí fue y en aquella época cuando se comenzó a preparar, sin prever los resultados, el campo en que algún día había de desarrollar tan funestamente la semilla que sembraban; y entonces fue también cuando las costumbres y la moral de aquella joven generación comenzó a diferir tan esencialmente de las costumbres y la moral de sus padres. Yo era entonces muy niño, condiscípulo y amigo de muchos de ellos, los vi, los oí, y fui testigo de estas verdades. La Revolución Francesa, sucedida por entonces, fue el triunfo de la conjuración, y el resultado de cien años de maquinaciones. Las escandalosas escenas de aquella época llevaron el asombro y el espanto a todos los pueblos del mundo, aterraron a los hombres de bien con la imagen de un porvenir inconcebible, y exaltaron las cabezas del necio, del presumido ignorante y del hombre perdido, que creía llegado el momento, o de representar en la sociedad un papel que no le pertenecía por sus vicios o su incapacidad, o de adquirir una fortuna a costa de los demás.”

José Domingo Díaz, “Recuerdos de la Rebelión de Caracas,” 1829

* “Testigo ocular de la revolución de Venezuela en casi todos sus acontecimientos: condiscípulo, amigo o conocido de sus execrables autores y de sus principales agentes; y el solo colocado en una posición capaz de haber penetrado sus fines y sus más ocultos designios, debo a mi Soberano, al honor de la nación española, al bien estar del género humano, al interés de mi patria y al de mí mismo, recordar, reunir y publicar sucesos que comprueban la injusticia, el escándalo, la bajeza y la insensatez de aquella funesta rebelión, y que deberán servir algún día para su historia.”

X. P.

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