domingo, 4 de agosto de 2019

EL ATILA DE AMÉRICA


EL ATILA DE AMÉRICA

Por Xavier Padilla 


Bolívar en carta a Santander el 7 de enero de 1824: «...me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor». Ante tales confidencias, difícil luego no establecer una relación de causa-efecto entre estos extraños padecimientos y el hecho de que el sujeto era en realidad un verdadero azote.
Nos cuenta Pablo Victoria que en agosto de 1813 Bolívar arrasó pueblos enteros, pasando por las armas a todos los españoles y canarios que en ellos habitaban. En septiembre decretó reclutamiento y ejecutó a todos los que se negaron. Ejecutó a 69 españoles sin juicio. En diciembre derrotó al ejército realista en Acarigua y ejecutó a 600 prisioneros. El 8 de febrero de 1814 ordenó ejecutar a aproximadamente 1200 prisioneros civiles de La Guaira, Caracas y Valencia.

Y así fue, año tras año, desangrando a su paso a una nueva civilización. También asesinó a los náufragos de un barco español en Margarita. Saqueó y asesinó en Santa Fe. Mató a los prisioneros de la batalla de Boyacá, otra en la que la totalidad del ejército realista estaba compuesta por americanos exclusivamente. El Che Guevara es un niño de pecho.

Pero para redondearnos la falsa imagen que tenemos de este Atila de América, nos han contado que debido a su gran humanidad no sólo murió de tristeza, sino pobre, sin siquiera una camisa que ponerse. No es precisamente, sin embargo, lo que deducimos a la lectura del inventario levantado por su sobrino, Fernando Bolívar, y su mayordomo, José Palacio: «el “Libertador” tenía consigo al momento de su muerte 677 onzas de oro, una vajilla de oro macizo con 95 piezas, otra de platino con 38 y una tercera de plata martillada con 200 piezas. También tenía 36 baúles con ropa de uso personal, docenas de camisas, un baúl con 35 medallas de oro y 471 de plata, 95 cuchillos y tenedores de oro, joyas con piedras preciosas y varias espadas de oro con brillantes, amén de una pensión vitalicia de 30.000 pesos anuales (3 millones de euros aprox.) que le concedió y entregó el Congreso Constituyente de Colombia cuando partió para Cartagena en 1830, en vísperas de su muerte».

Al parecer con esta sola pensión «le habría alcanzado para vivir decorosamente en Europa, adonde se disponía a marchar». Así que ni tan pobre, pues, ni con dos corazones. Nuestro ídolo de nacimiento, infancia y madurez, nuestro símbolo encarnado de libertad, venimos a descubrir que primero nos asesinó, nos saqueó y nos expropió, para que luego fuésemos tan felices que ni pudiésemos recordar lo triste que fuimos como provincia envidiablemente próspera y apacible del país más grande y rico del planeta. Esas son memorias ciertamente muy pero muy duras de recordar, eh? En ello no se equivocó nuestro genocida republicanizador.

Todos los gobiernos subsiguientes (TODOS sin excepción) se encargaron, como buenos subsidiarios del mito, de protegerse su poder con nuestra memoria postiza: que los ojitos del bárbaro nos bendijesen para siempre desde el centro de nuestras plazas, que Carabobo fuese un arcano altar masón a nuestro genocidio, que el aeropuerto principal, las torres del centro y todo lo preponderante, grande y trascendental en el país llevase siempre el nombre del Libertador. Porque nada, nada debemos recordar, ni mucho menos tratar de recuperar...

Pero hete aquí que la gloria de tres siglos puede más que los saraos de dos. Afortunadamente, la era de internet llegó para acceder a la información histórica y difundirla. Esa otra parte jamás contada. Los documentos del transe, de las intenciones de entregar a Gran Bretaña zonas enteras del continente, a cambio de apoyo para llegar él mismo al trono. Estamos hablando del antiimperialista por excelencia, cuya meta no era otra que coronarse Rey de las Américas. Y por tanto Emperador.

Pero los testimonios últimos, de un descaro sin igual, en los que pide a otros –habiendo perdido ya toda posibilidad al trono– que comuniquen a España su voluntad de ponerla nuevamente al mando de las Américas, es como mucho con demasiado oprobio. Habría que ser a posteriori bien bajo de alma –o no poseer una del todo– para pasar del orgulloso Libertador, del adalid antiimperialista, al felón que expresa «que la restauración del dominio de España, por despótico y tiránico que fuera, sería una bendición para Sudamérica puesto que aseguraría su tranquilidad» (William Turner, ministro británico en carta del 27/4/1830 relatando a su gobierno palabras dichas a él por Bolívar).

Todo esto lo dice en en el contexto de un proyecto personal fallido de emperador «a la Bonaparte», que en el ocaso de un desastre genocida vendido de punta a punta como libertario no encuentra mejor postrera patada de ahogado que chantajear a Europa, 4 meses antes, con la perla siguiente reportada a Gran Bretaña por Mr. Bresson (agente nombrado por el gobierno francés para proponer un plan de monarquía para las Américas), según su conversación del 25/1/1830 con Bolívar, en la que éste le espeta: «que si Europa no estaba dispuesta a hacer un esfuerzo, sería mejor que ayudara a España a reconquistarlos y volverlos a colocar en la clase de sus colonias».

Allí mismo también confiesa que él, «si Europa lo hubiese ayudado y no fuera por sus primeros compromisos de liberalismo, habría establecido en todos los países gobiernos que SO MÁSCARA REPUBLICANA se hubieran acercado al poder Real». Un proyecto republicano para esconder uno monárquico, uno antiimperialista para tapar uno imperialista.

Estaba a la orden del día, pues, el gigantesco doble rasero de este señor, descrito por el cura José Torre y Peña como «Con aspecto feroz y amulatado. De pelo negro y muy castaño el bozo. Inquieto siempre y muy afeminado. Delgado el cuerpo y de aire fastidioso. Torpe de lengua, el tono muy grosero; y de mirar turbado y altanero». Y por José Domingo Díaz como  «joven ya conocido por un orgullo insoportable, por una ambición sin término y por un aturdimiento inexplicable».

La bandera de los Derechos del Hombre a disposición del conjurador del Monte Sacro para perpetrar genocidios, empalar civilizaciones. He ahí las bases de nuestra historia republicana, un bárbaro refrito de la guillotina francesa. Una población descabezada, sin memoria, atrapada en una farsa que la aparición del petróleo consiguió postergar (y casi validar), pero que la misma rapiña congénita del abolengo bolivarista también redujo a ese mismo negocio que desde 1810 se quiso llamar Patria. Eso es Venezuela, una hispanidad decapitada.

X. P.

1 comentario:

Unknown dijo...

Creo justo aprovechar que ha muerto el tabú del bolivarianismo revisar la historia y tratar de ente Der cuáles fueron los motivos realis de la independencia y conocer realmente a sus protagonista. Interesante artículo