IMPONER LA «INDEPENDENCIA» EN UNA PROVINCIA SOBERANA SÓLO APORTABA UNA LIBERTAD ESCLAVA
Por Xavier Padilla
Bolívar impuso su mando por el chantaje, su liderazgo por el terror, su propia «figura» por el pánico. Era el objetivo de sus frecuentes y alegres fusilamientos, individuales y masivos. Logró un síndrome de Estocolmo colectivo, de esos que acaban con la memoria y te implantan una nueva identidad.
Eso que hoy conocemos como Venezuela, una república en vez de una provincia española, es por supuesto el resultado del triunfo de la independencia; pero el detalle está en que la independencia no era entonces, ni lo es siempre, un bien en sí mismo. A veces es lo contrario.
El país conocido hoy como «República de Venezuela» no es realmente un triunfo, porque la independencia de la cual proviene no era, por su contexto, un bien.
En 1810 la solución a los problemas de nuestra nación, que era España, no era escindirnos y balcanizarnos en múltiples países, sino unirnos y resistir a la invasión napoleónica y a las taras circunstanciales de nuestra corte borbónica, para continuar siendo la potencia global que veníamos siendo y mantener el nivel superior de vida que resultaba de dicha condición. La independencia sólo constituía un bien relativo a la ambición exclusiva de una minoría privilegiada, esclavajista y sediciosa.
Si coincidimos con Ortega y Gasset en que «la solución de un problema falso es un error absoluto», el triunfo de dicha independencia fue un error total. Y, como a todo error sólo le sobreviven sus nefastas consecuencias, a tal independencia le sucedieron inevitablemente las décadas más atroces jamás vividas por la antigua provincia.
Se dice, erróneamente también, que al menos al cabo de un siglo la joven república finalmente logró su estabilidad republicana con Juan Vicente Gómez. Una suerte de puesta de «orden en la pea», que un siglo antes difícilmente hubiera sido considerada —incluso por cualquier desaforado independentista— como opción: la independencia al costo de 100 años de guerras y atraso. Pero fue exactamente lo único que inexorablemente podía ocurrir tras la independencia: la muy tardía semi pacificación del caudillismo por un —también— caudillo, que al cabo de su longevo reinado diese paso, con su muerte natural un tercio de siglo más tarde, a unas escasas pre-condiciones favorables para la eventual configuración de un Estado republicano. En total, ciento treinta años para apenas comenzar…
Si esto no muestra que detrás del proyecto independentista sólo había un vulgar oportunismo secesionista y una hipocresía libertaria secular, entonces sentémonos a esperar que nuestra historia republicana consiga mejores excusas que las ofrecidas hasta ahora desde el poder para convencernos del triunfo, gesta y heroísmo de nuestros supuestos «próceres». Lo cierto es que España era, contrariamente a lo que la ignorancia enseñada en nuestras escuelas logró injertarnos en el tallo de nuestra glándula pineal, un imperio sui generis, anticolonial, el más grande y próspero durante tres siglos; el mismo cuya magna obra no obstante despertó dentro de sí, aunque sólo fuese en una minoría, la codicia.
Pero también fuera de sí. Sucumbió a una red de traiciones locales auspiciada por potencias concurrentes, a las cuales bastaba con dicha infiltración grupuscular para que los estragos terminaran alcanzando a todas las regiones, incluida la peninsular. La traición es lo peor, por eso el séptimo círculo de su infierno Dante se lo reserva a ella.
Se nos vendió, para inaugurar la rapiña, las ideas de independencia y libertad como bienes absolutos, y con ellas, después de la quasi total destrucción del Nuevo Mundo por aquella revolución malandro-ilustrada, se nos recompuso el imaginario de un triunfo, una conquista, una epopeya aun en la miseria y devastación más absolutas. Triste ver que hoy volvamos, frente a la desgracia chavista, a cantar el mismo himno al «bravo pueblo» con que se adornó nuestra primera desgracia.
Llevamos doscientos años siendo los mismos chavistas pobres enseñados a venerar su pobreza. Tanto Bolívar como Chávez encarnan el mismo numen que reescribe nuestra realidad y nos hace persistir en una historia equivocada, probadamente errónea. La independencia no fue un bien ni Bolívar nos liberó de ninguna «escoria», como sus hijos (todos los venezolanos) acostumbramos a llamar desde nuestro inconsciente postizo a España.
La independencia sólo logró nuestro patético extravío histórico y adiestrarnos en el curioso ejercicio de repudiar nuestros orígenes, como unos acomplejados de por vida que, oh casualidad, idealizan —y lamentan— no haber sido colonizados por otros imperios, aun jamás habiendo sido colonizados.
Pero si Ud es venezolano, y por tanto hispanoamericano, hoy sólo tiene dos opciones: o desecha su propia, virtual y prestada hispanofobia, y reivindica su hispanidad pidiendo cuentas históricas al falso triunfo paradigmático de Bolívar y su legado, o continúa chavistamente reverenciando la gloria fabulada de doscientos años de anti historia. No ambas cosas.
X. P.
2 comentarios:
Excelente. Algo así como la herencia de la tribu.
Me gusta tu enfoque y análisis irreverente, que se atreve a mirar la historia desde un ángulo insólito y a ponerlo en contexto.
Ciertamente muchos acostumbran a revisar desde lo que han decidido conocer y creer.
También desde lo unico que ham recibido, coartando sus propias capacidades exploratorias y por ende el hallazgo de lo que está tan sesgado y ajustado al que escribió un lado de la historia.
Opinático sin mostrar ni referenciar evidencias. La guerra de independencia fue una guerra civil dónde las etnias locales no tuvieron nada que ver. Pero eso de rompieron radicalmente con España y generar hispanofobia es a histórico. Los grandes apellidos quisieron mantener sus privilegios sobre todo en el centro del país y quebrados y sin fortuna quisieron obtenerla de la provincia que producía y exportaba ganado en pie para las Antillas. Venezuela no fue una nación homogéneamente consolidada debido la presión política y militar que el centro realizo sobre las áreas productoras primero contra el llano y luego a final del siglo sobre los andinos. Tanto en la victoria federal como la de Gómez Caracas rodeo de prevenidas y adulaciones a los ganadores que la federación de diluyó y Gómez con el petróleo lo consolidó. Dejando a los estados productores de petróleo arruinado y sin un real. Mejor revise ese escrito
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